¿Es dinero el oro?
Por Roberto Bissio
Cuarenta años se cumplieron esta semana de aquel 15 de agosto de 1971 cuando Richard M. Nixon anunció por televisión a Estados Unidos y al mundo que “la convertibilidad del dólar en oro queda temporariamente suspendida”.
Hasta ese momento cualquiera que se presentara ante el Tesoro en Washington con treinta y cinco dólares en la mano obtenía a cambio una onza de oro. Y el general Charles de Gaulle estaba haciendo precisamente eso. En 1965 el presidente francés envió a su marina de guerra a través del Atlántico para custodiar las doce toneladas de oro que había obtenido para su banco central a cambio de ciento cincuenta millones de dólares. Y al año siguiente volvió por más. Las reservas francesas eran oro en un noventa por ciento en 1967, pero muchos otros seguían calladamente su ejemplo y el promedio europeo se situaba en ochenta por ciento.
Estados Unidos estaban imprimiendo cada vez más dólares para cubrir los gastos exorbitantes de la guerra en Vietnam y la proporción de oro en las bóvedas de Fort Knox (la suma exacta era un secreto celosamente guardado) con relación a los billetes en circulación bajaba peligrosamente, de un monto que tradicionalmente se situaba en la mitad del valor de los dólares circulantes a la cuarta parte y aun menos. Un nivel peligrosamente cercano al mínimo necesario para dar confianza a los poseedores de dólares de que realmente podían confiar en los papeles verdes tanto como éstos proclaman “Confiamos en Dios”.
Para escándalo de la ortodoxia económica, Nixon anunció, junto con el fin del patrón oro, la instauración de controles de precios y salarios para contener la inflación y un aumento general de diez por ciento en los aranceles de importación, para defender su balanza comercial. Según el comentario de la revista Forbes cuatro décadas después, éste fue “el peor crimen de Nixon” y no las escuchas telefónicas a las oficinas de la oposición en Watergate o las acciones de guerra en el sudeste asiático, ya que con esta decisión cometía simultáneamente “violación de contrato, robo, fraude y falsificación de moneda”.
De estos delitos Nixon no fue jamás acusado y de los otros fue perdonado por su sucesor, Gerald Ford. El sistema monetario y financiero mundial establecido en Bretton Woods cuando finalizaba la Segunda Guerra Mundial fue liquidado, Estados Unidos pagó sus deudas con dólares devaluados, los países petroleros pasaron a reclamar más papeles por su oro negro y los petrodólares de los años setenta condujeron a la crisis de la deuda de los países del Tercer Mundo en los años ochenta.
El dólar se devaluó con relación al oro desde entonces en un cinco mil por ciento. En estos cuarenta años Estados Unidos ha agregado varios billones de dólares al circulante mundial, mientras que los mineros apenas han extraído 58.000 toneladas de oro de las entrañas de la tierra. Por primera vez en varios miles de año de historia, desde que los fenicios inventaron la moneda para facilitar el comercio, los medios de pago se han desvinculado del metal.
“¿Es dinero el oro?”, le preguntó hace pocos días el legislador republicano y precandidato presidencial Ron Paul a Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, o sea el responsable de imprimir los dólares. “No”, fue la respuesta, después de un largo silencio. “Es un metal precioso”.
Un medio de cambio tan pesado que requiere navíos de guerra para ser transportado no es una moneda adecuada, por cierto, en esta era de transacciones que requieren una buena decena de ceros y se realizan en microsegundos. Pero la pregunta, entonces, es cuál sería esa moneda o por qué un país goza de lo que Jacques Rueff, el economista favorito del general De Gaulle, llamara “el exorbitante privilegio” de pagar sus deudas con papeles que, como explica Thomas Palley, “no le cuesta casi nada imprimir al gobierno de Estados Unidos, pero los extranjeros tienen que dar recursos a cambio para obtener”.
“El dólar es nuestra moneda y vuestro problema”, dijo una vez con humor despectivo el secretario del Tesoro de Nixon, John Connally. La agencia de prensa china Xinhua recuerda esta frase en su comentario sobre las cuatro décadas del fin del patrón oro y con un buen motivo. Para nadie es tan grande el problema como para los chinos, que tienen tres cuartas partes de sus reservas en bonos del Tesoro de Estados Unidos u otros activos basados en dólares, y éstas son tan grandes que no pueden venderlas sin acelerar la caída del dólar.
Ding Yifan, subdirector del centro de investigación del Consejo de Estado chino, recordó que la decisión de Nixon de 1971 “despertó a los europeos” y éstos se pusieron a trabajar en los mecanismos de cooperación monetaria que dieron origen al euro. Ahora, como resultado de la crisis de la deuda en Europa y Estados Unidos, una docena de países asiáticos está creando su propia unión monetaria, en vista de que la adopción de una moneda global es un sueño distante.
Utilizando el recurso periodístico de atribuir una opinión a “algunos analistas” que no identifica, la agencia oficial china concluye reseñando la opinión prevaleciente en la capital de la segunda economía del mundo: “Las economías asiáticas eventualmente se liberarán del sistema monetario actual… y la crisis del dólar es inevitable”.
Cuarenta años se cumplieron esta semana de aquel 15 de agosto de 1971 cuando Richard M. Nixon anunció por televisión a Estados Unidos y al mundo que “la convertibilidad del dólar en oro queda temporariamente suspendida”.
Hasta ese momento cualquiera que se presentara ante el Tesoro en Washington con treinta y cinco dólares en la mano obtenía a cambio una onza de oro. Y el general Charles de Gaulle estaba haciendo precisamente eso. En 1965 el presidente francés envió a su marina de guerra a través del Atlántico para custodiar las doce toneladas de oro que había obtenido para su banco central a cambio de ciento cincuenta millones de dólares. Y al año siguiente volvió por más. Las reservas francesas eran oro en un noventa por ciento en 1967, pero muchos otros seguían calladamente su ejemplo y el promedio europeo se situaba en ochenta por ciento.
Estados Unidos estaban imprimiendo cada vez más dólares para cubrir los gastos exorbitantes de la guerra en Vietnam y la proporción de oro en las bóvedas de Fort Knox (la suma exacta era un secreto celosamente guardado) con relación a los billetes en circulación bajaba peligrosamente, de un monto que tradicionalmente se situaba en la mitad del valor de los dólares circulantes a la cuarta parte y aun menos. Un nivel peligrosamente cercano al mínimo necesario para dar confianza a los poseedores de dólares de que realmente podían confiar en los papeles verdes tanto como éstos proclaman “Confiamos en Dios”.
Para escándalo de la ortodoxia económica, Nixon anunció, junto con el fin del patrón oro, la instauración de controles de precios y salarios para contener la inflación y un aumento general de diez por ciento en los aranceles de importación, para defender su balanza comercial. Según el comentario de la revista Forbes cuatro décadas después, éste fue “el peor crimen de Nixon” y no las escuchas telefónicas a las oficinas de la oposición en Watergate o las acciones de guerra en el sudeste asiático, ya que con esta decisión cometía simultáneamente “violación de contrato, robo, fraude y falsificación de moneda”.
De estos delitos Nixon no fue jamás acusado y de los otros fue perdonado por su sucesor, Gerald Ford. El sistema monetario y financiero mundial establecido en Bretton Woods cuando finalizaba la Segunda Guerra Mundial fue liquidado, Estados Unidos pagó sus deudas con dólares devaluados, los países petroleros pasaron a reclamar más papeles por su oro negro y los petrodólares de los años setenta condujeron a la crisis de la deuda de los países del Tercer Mundo en los años ochenta.
El dólar se devaluó con relación al oro desde entonces en un cinco mil por ciento. En estos cuarenta años Estados Unidos ha agregado varios billones de dólares al circulante mundial, mientras que los mineros apenas han extraído 58.000 toneladas de oro de las entrañas de la tierra. Por primera vez en varios miles de año de historia, desde que los fenicios inventaron la moneda para facilitar el comercio, los medios de pago se han desvinculado del metal.
“¿Es dinero el oro?”, le preguntó hace pocos días el legislador republicano y precandidato presidencial Ron Paul a Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, o sea el responsable de imprimir los dólares. “No”, fue la respuesta, después de un largo silencio. “Es un metal precioso”.
Un medio de cambio tan pesado que requiere navíos de guerra para ser transportado no es una moneda adecuada, por cierto, en esta era de transacciones que requieren una buena decena de ceros y se realizan en microsegundos. Pero la pregunta, entonces, es cuál sería esa moneda o por qué un país goza de lo que Jacques Rueff, el economista favorito del general De Gaulle, llamara “el exorbitante privilegio” de pagar sus deudas con papeles que, como explica Thomas Palley, “no le cuesta casi nada imprimir al gobierno de Estados Unidos, pero los extranjeros tienen que dar recursos a cambio para obtener”.
“El dólar es nuestra moneda y vuestro problema”, dijo una vez con humor despectivo el secretario del Tesoro de Nixon, John Connally. La agencia de prensa china Xinhua recuerda esta frase en su comentario sobre las cuatro décadas del fin del patrón oro y con un buen motivo. Para nadie es tan grande el problema como para los chinos, que tienen tres cuartas partes de sus reservas en bonos del Tesoro de Estados Unidos u otros activos basados en dólares, y éstas son tan grandes que no pueden venderlas sin acelerar la caída del dólar.
Ding Yifan, subdirector del centro de investigación del Consejo de Estado chino, recordó que la decisión de Nixon de 1971 “despertó a los europeos” y éstos se pusieron a trabajar en los mecanismos de cooperación monetaria que dieron origen al euro. Ahora, como resultado de la crisis de la deuda en Europa y Estados Unidos, una docena de países asiáticos está creando su propia unión monetaria, en vista de que la adopción de una moneda global es un sueño distante.
Utilizando el recurso periodístico de atribuir una opinión a “algunos analistas” que no identifica, la agencia oficial china concluye reseñando la opinión prevaleciente en la capital de la segunda economía del mundo: “Las economías asiáticas eventualmente se liberarán del sistema monetario actual… y la crisis del dólar es inevitable”.
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