El naufragio de Berlusconi
Por Massimo Giannini *
Alguien tendrá que explicar ahora a los italianos cómo hemos podido pasar de un día para otro del "Todo va bien, señora marquesa", versión Silvio Berlusconi, a "Titanic", versión Giulio Tremonti. Alguien tendrá que explicar a la opinión pública desorientada cómo se ha podido pasar en cuestión de horas de la mentira berlusconiana sobre la Italia "que ya ha salido de la crisis y la ha superado mucho mejor que los demás" a las tremendas declaraciones de Giulio Tremonti sobre un país cuya deuda pública "corre el riesgo de devorar nuestro futuro y el de nuestros hijos".
Tras este abismo de contradicciones políticas y de falsificaciones mediáticas se oculta el fiasco de un Gobierno culpable de haber negado la evidencia durante tres años y al que hoy le superan los acontecimientos. Nadie ha dado explicaciones ni las dará a los ciudadanos atónitos por el golpe que recibirán con esta caída estrepitosa y dolorosa. Y si hay alguien que se cuidará de no hacerlo será especialmente el único artífice de este engaño colosal: el presidente del consejo. Este 'Cavaliere inesistente', que parece salido de la novela de Italo Calvino. En esta semana, ni se le ha visto ni se le ha oído.
El país se encuentra en el punto de mira de los  especuladores, a los que ofrece todos los motivos para atacar: un  presidente del consejo que transmite una imagen de "corruptor", una  mayoría destrozada por las guerras internas, ministros salpicados por  procesos relacionados con la mafia o por escándalos financieros y  vendettas en la misma maquinaria del Estado. Italia, en estas  condiciones lamentables, se convierte en la segunda "i" del acrónimo que  designa a los inadaptados de la Eurozona: somos parte de los "PIIGS",  junto a Portugal, Irlanda, Grecia y España. Berlusconi se calla. Parece  que está ocupado organizando sus próximas vacaciones en Antigua. De  héroe de la escena global a animador del pueblo de vacaciones, como ya  lo fue durante el tórrido verano de 2006.
Mazazo para las clases medias
Ese silencio ensordecedor se suple con  intervenciones explícitas. En el ámbito internacional, Angela Merkel y  Ben Bernanke animan a Italia a no renunciar a las medidas de austeridad.  En el interior, el presidente de la República y el gobernador del Banco  de Italia logran esa parte de "cohesión nacional" necesaria para que al  menos tenga éxito esta maniobra de rescate. El ministro de Economía  acude al Senado para incluir su nombre en el decreto que ofrece la  última oportunidad y que debe aprobarse lo más rápido posible si  pretenden evitar el ataque final de los mercados [el 14 de julio, el  Senado aprobó un plan de austeridad de 47.000 millones de euros para  alcanzar el equilibrio presupuestario en 2014. Por su parte, la Asamblea  debería adoptar este presupuesto de rigor como muy tarde el sábado, 16  de julio]. 
Tremonti pronuncia un discurso grave, habla "del  momento de realizar una elección irrevocable". Evoca la imagen  apocalíptica de una Europa que tiene "una cita con el destino" y es  consciente de que "la salvación no vendrá de las finanzas, sino de la  política" y de que "la política no puede permitirse cometer errores".  Pero ni siquiera él pronunciará una palabra de explicación o de excusa  por todos los errores monumentales cometidos por este Gobierno desde su  triunfo electoral en 2008. Nada de entonar el mea culpa. Hace un  llamamiento desesperado a la unión de fuerzas, porque: "El país nos  observa, observa al Gobierno, observa a la mayoría, observa a la  oposición".
Y responden al llamamiento. Nadie quiere que Italia  corra la misma suerte que Grecia, que sea arrastrada al abismo con el  conjunto de la eurozona. Nadie desea que la caída de Berlusconi se  produzca "a cualquier precio", sobre todo si el precio a pagar es la  quiebra nacional. Por lo tanto, es necesario que la maniobra tenga  éxito. Aunque tiene un coste social exorbitante, de nuevo en detrimento  de los más débiles. Una clase media cada vez más numerosa y desvalida,  obligada a tragar con los costes médicos, la congelación de los  contratos en el sector público, la reducción de las plazas de  profesores, y quizás en breve el mazazo de la supresión de las  deducciones fiscales por cónyuges e hijos a cargo. Una deducción que  puede equivaler a la pérdida de más de 500 euros por familia.
Un plan sin garantias
Incluso el centro-izquierda se ve obligado a cerrar  los ojos y a dejar que se apruebe este plan de rigor, a pesar de todas  sus injusticias, que no sólo afectan a los presupuestos de los  contribuyentes, sino también a la opinión de los mercados. Este plan de  40.000, 49.000 o más bien de 65.000 millones corre el riesgo de no  bastar para detener la oleada especulativa que crece en la actualidad. 
La calma aparente de los dos últimos días llega a  su fin. La bolsa vuelve a desplomarse, los títulos bancarios caen  rodando una vez más, la diferencia entre los títulos italianos y los  alemanes supera la barrera de los 300 puntos y la "prima de riesgo"  exigida para invertir en los títulos del Estado alcanzan máximos jamás  vistos desde la introducción del euro. Esto es síntoma de que el  "remedio" no basta, porque ni las políticas de rigor ni las de  crecimiento parecen creíbles. No basta con postrarse ante el tótem del  "equilibrio presupuestario": es necesario que a las palabras les sigan  resultados concretos. El plan actual no presenta suficientes garantías.
Esta es la cuenta que el Cavaliere inexistente deja  sobre la mesa. Sin inmutarse y sin ofrecer garantías. Los italianos se  acordarán de esto cuando hagan colas con la cartera abierta para acudir a  una visita médica, o cuando paguen el derecho de timbre sobre los bonos  del tesoro (BOT). Sobre todo, se acodarán en las cabinas de voto, el  día que sean llamados a las urnas. Lo único que nos queda esperar es que  este momento llegue lo más rápido posible. Entonces puede que aún  tengamos tiempo de escapar de este Titanic.
La REPUBLICA -Roma -  Italia * 



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