Grecia y Groucho Marx
"Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros"
Por Víctor García Romero *
"Esta película ya la hemos visto", dirán los lectores que estas últimas semanas asisten con expectación al reestreno de la crisis de deuda soberana de los países periféricos. La obra se adapta escrupulosamente al esquema clásico: planteamiento, nudo y desenlace.
Planteamiento: el Gobierno griego no mejora sus finanzas públicas, entre divisiones internas y violentas manifestaciones ciudadanas. Nudo: la ayuda financiera remolonea, lo que dispara la prima de riesgo del resto de PIGS, hundiendo los mercados bursátiles. Desenlace: a última hora, Alemania y Francia anuncian un nuevo paquete de rescate. Final feliz, fundido a negro y, por el camino, inversores, ciudadanos y políticos al borde del ataque de nervios, temiendo por sus pensiones, sus ahorros y sus puestos de trabajo. ¿O es que esta vez es distinto? Me temo que sí.
La clave está en una frase, una condición que disimuladamente introduce Merkel cada vez que puede en el guión. La participación "voluntaria" de los acreedores privados en el coste del rescate. Quiere evitar que el desembolso que va a hacer el fondo de ayuda vaya directamente a sufragar el reembolso de bonos que vencen a corto plazo, y que están mayoritariamente en poder de grandes bancos europeos.
Pero todos, incluida Alemania, saben perfectamente que si para conseguir el objetivo de que el sector privado comparta el coste, se fuerza a Grecia a declarar formalmente un default (impago generalizado) en su deuda, las consecuencias serán desastrosas.
Imposibilitaría enormemente financiarse a España y Portugal, probablemente obligándolas a salir del Euro, creándose dos Europas, una próspera de ciudadanos ricos, y otra devaluada, con un sombrío panorama de deflación de salarios, precios y nivel de vida durante muchos años. Y las entidades financieras internacionales sufrirían pérdidas contables de billones de euros.
La palabra mágica: canje
¿Cuál es la solución? ¿Cómo combinar los legítimos intereses de Alemania con la necesaria ayuda a Grecia? La palabra mágica es "canje". Según el diccionario de la Real Academia: "En la diplomacia, la milicia y el comercio, cambio, trueque o sustitución".La idea es conseguir que simultáneamente al desembolso de la ayuda, una gran parte de los tenedores de bonos griegos que vencen en los próximos dos años acepten voluntariamente no cobrar en efectivo, sino recibir nuevas obligaciones a largo plazo, entre 7 y 10 años, permitiendo así un desahogo de tesorería al Gobierno heleno.
Podemos llamarle canje, pero si queremos ser más ortodoxos con los términos, deberíamos verdaderamente llamarle refinanciación. Y aquí es donde está el problema.
Según la normativa ISDA (Asociación International de Swap y Derivados), cualquier reestructuración de deuda impuesta unilateralmente que resulte desfavorable para el acreedor implica la activación de la cláusula de default y el pago inmediato de la protección de los contratos de Credit Default Swap (CDS).
La famosa "prima de riesgo", de la que tanto se habla, es precisamente eso: la negociación en los mercados mayoristas de capitales de seguros de protección contra el riesgo de crédito. Y esos contratos ISDA definen específicamente que una reestructuración consistente en el alargamiento exagerado de los plazos de cobro de la deuda es, de hecho, un default.
Como no podía ser menos: si el inquilino de tu piso alquilado te dice que la renta de los próximos seis meses no te la paga ahora porque le viene mal, sino dentro de 10 años, obviamente le llevas al juzgado para que le desahucien por impago.
Pero si conseguimos vestir el canje (o sea, la refinanciación) no como una reestructuración impuesta, sino afirmando que los inversores, libremente, han decidido alargar sus plazos de cobro, entonces no se activan los contratos CDS, y el Banco Central Europeo, las agencias de rating y las entidades de crédito que tienen en sus balances bonos griegos podrán decir que Grecia no ha quebrado.
De modo que el canje es el Santo Grial que soluciona el problema griego, marca el camino de futuro para España y Portugal, y contenta a quienes más aportan al fondo de rescate europeo, porque en realidad y financieramente, tiene un alto coste para los inversores del sector privado
Y es por todas estas razones por las que Merkel está presionando hasta el límite, demorando el desenlace. Quiere "obligar" a un canje "voluntario".
Cuestión de contabilidad
Los actores de la película confían además en que dicho canje no tenga efecto en los balances y cuentas de resultados de las entidades de crédito, o que éste sea incluso positivo. La solvencia y los recursos propios están ya muy erosionados, justo un mes antes de las temidas pruebas de estrés del European Banking Regulator, y se quiere evitar a toda costa que la hipotética quiebra de Grecia obligue a dotar justo ahora provisiones y pérdidas adicionales. Pero hay algo que rechina en esta solución, y es aquí cuando viene a colación el ingenio de Groucho Marx.La normativa contable bancaria española (anejo 9 de la Circular Banco de España 4/2004) establece taxativamente que para que una refinanciación permita dejar de considerar dudoso un préstamo y liberar las provisiones dotadas, deben darse unas condiciones muy duras.
El deudor debe pagar los intereses pendientes, debe aportar nuevas garantías eficaces adicionales y, sobre todo, la refinanciación debe formar parte de un plan de negocio que permita obtener una razonable certeza de que el cliente podrá hacer frente al pago en el nuevo calendario previsto.
Durante 2009 y 2010, esta normativa ha sido aplicada de forma muy laxa en muchas entidades de crédito españolas, permitiéndose prórrogas y reinstrumentaciones absolutamente ficticias de préstamos a promotores para evitar dañar aún más los maltrechos balances bancarios, con la esperanza de que en algún momento el mercado inmobiliario repunte y solucione lo peor del problema.
La salida del "canje voluntario" no es más que la traslación a la cartera de deuda soberana del enfoque aplicado al sector promoción, en una absurda huida hacia adelante para evitar reflejar en contabilidad el quebranto real que subyace en los créditos y préstamos de las entidades. Por eso, el Fondo Monetario Internacional es tan reticente a desembolsar también su parte de la ayuda. Antes quiere tener claro si estamos ante un problema de iliquidez transitoria (solucionable mediante el canje) o, por el contrario, de solvencia a largo plazo.
Procede, por tanto, vigilar cómo se soluciona el problema griego y cómo se contabilizan y valoran las carteras de deuda soberana de los bancos europeos de cara a las inminentes pruebas de estrés.
¿Deberíamos, en aras de la transparencia, exigir un cumplimiento mucho más estricto de la normativa contable de refinanciaciones? Es una opción de política regulatoria, ustedes deciden, pero seamos conscientes de que hasta ahora se está aplicando la máxima de Groucho Marx, "estos son mis principios morales, pero si le vienen mal, no pasa nada; tengo otros".
Profesor del IEB *
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