Tras caer la candidatura de Weber la sucesión está abierta en el BCE


Por Nouriel Roubini



Durante una conversación privada en el Foro Económico Mundial celebrado en Davos el pasado enero, Axel Weber me comentó en términos claros y categóricos que no competiría por la presidencia del Banco Central Europeo y que, por el contrario, se consagraría al sector privado. Consideraba insostenibles algunas de las condiciones imperativas del puesto en el BCE.
Entre sus razones, destacaba la tensión de tener que dirigir una institución con 17 puntos de vista distintos entre los quisquillosos Estados miembros de la eurozona y su sensación de haber sido utilizado por el Gobierno alemán como moneda de cambio en las negociaciones para la salvación de la eurozona celebradas la pasada primavera.
Su mensaje fue rotundo: no lo dirigiría. Una vez que la prensa ha confirmado lo que dijo Weber en privado hace dos semanas, podemos discutir el acontecimiento y sus implicaciones.
Aunque respetemos su decisión, sus explicaciones no nos convencen en absoluto. Era bien sabido el interés de Weber por este puesto, y era el mejor candidato para ello. Desde que el máximo puesto del BCE fuera anteriormente ocupado por Holanda (Wim Duisenberg) y después por Francia (el actual presidente, Jean-Claude Trichet), la realidad política de la eurozona ha mostrado una clara preferencia por un candidato alemán como sucesor de Trichet. Y hasta hace poco, Weber era este postulante germano.
De igual modo, dado que Vítor Constâncio, de Portugal, es el vicepresidente del BCE, la candidatura del muy competente Mario Draghi, responsable del Banco Central Italiano y presidente del Consejo de Estabilidad Financiera, fue considerada al principio con pocas posibilidades, ya que Alemania quería asegurarse que un germano ocupara un cargo superior en el BCE.
Los alemanes también creen que se trata de un quid pro quo. De hecho, desde que acordaron apoyar estratégicamente a la eurozona, debería ser uno de los suyos quien dirigiera el BCE en el momento en el que esta institución desempeñará un papel fundamental en el apoyo a la Unión Monetaria; aparte de un trato hecho para Weber. O eso es lo que todos nosotros pensábamos.
En realidad, parece que Weber sólo puede culparse a sí mismo por estropear este trato. Tras mi conversación con él en Davos, una pequeña indagación sobre el trasfondo con varias fuentes allí destacadas reveló que las explicaciones esgrimidas por él para renunciar a la presentación de su candidatura a la presidencia del BCE incluyen una buena dosis de envidia, ya que su afirmación de que no quiere el puesto se produce después de que él mismo destruyera las posibilidades de conseguirlo.
Fuentes cercanas a Alemania revelaron que Weber estaba tan seguro de que sería el candidato alemán para el puesto que se sintió envalentonado para asumir unas posiciones públicas y privadas controvertidas que hicieron que creciera su enemistad con Trichet y con otros miembros destacados del BCE.
Esto, y no los reparos de última hora sobre la dinámica del puesto o la dura sensación sobre las conversaciones de rescate griegas o irlandesas, destruyeron posiblemente el apoyo para su candidatura, incluso dentro del propio Ejecutivo alemán. Weber infravaloró el antagonismo que suscitó en su propio Gobierno, además de entre otros miembros del BCE.
Su falta de sensibilidad ante la política interna del proceso de selección del BCE no hizo más que exacerbar los graves errores tácticos que cometió durante la crisis financiera. Por ejemplo, en julio de 2008, Weber se erigió en el principal elemento duro tras la funesta decisión del BCE de elevar los tipos de interés precisamente cuando tanto EEUU como la eurozona estaban entrando en barrena en una recesión.
Pero el punto de no retorno de su pérdida de la presidencia del BCE fue en mayo del 2010 cuando, de nuevo en plena crisis, esta vez por la deuda pública de Grecia, Weber no sólo votó en contra de la decisión de la autoridad monetaria de iniciar una compra reducida de los bonos soberanos de los Estados miembros en apuros, sino que públicamente y en voz alta manifestó su oposición a este programa, la medida política que permitió la salvación del euro.
En este momento, no sólo suscitó la enemistad de Trichet y de los miembros del consejo directivo del BCE por el hecho de demostrar que no formaba parte del equipo, sino que acabó perdiendo el apoyo del Gobierno alemán.
En los siguientes meses, mientras el BCE apoyaba activamente a los Estados miembros y sus instituciones financieras así como los planes para realizar una amplia reforma en la eurozona, Weber se aferró a sus puntos de vista de línea dura -incluyendo su posición sobre la necesidad de que los acreedores privados de los países en peligro de la zona euro pagasen-, con lo que consiguió que la canciller Angela Merkel y su propio Gobierno redujeran su confianza en él, quien al final pasó gradual y estratégicamente a apoyar planes para reformar y salvar la eurozona.
Weber no ha tenido la sensibilidad política para darse cuenta de que el apoyo de Alemania a su candidatura no era incondicional. Por ejemplo, calculó de forma claramente inadecuada de qué manera sus puntos de vista y posiciones podrían dañar su candidatura.
En Davos, Weber me dijo que su oposición a la decisión del BCE de mayo sobre la compra de bonos de países miembros se basaba en que esos problemas eran fiscales y no monetarios, y que, por lo tanto, de ellos debería encargarse una autoridad fiscal como la Facilidad Europea de Estabilidad Financiera y no una institución monetaria como el Banco Central Europeo.
Le preocupaba la monetización del déficit fiscal del BCE al tomar créditos de riesgo, lo que le podría llevarle a perder su independencia. Este punto de vista no se tuvo en cuenta con el cambio de ánimo en el BCE y el Gobierno alemán.

¿Quién será el presidente?

Descartado Weber, la cuestión es quién será el próximo presidente. Draghi tiene la experiencia, la destreza y las dotes de mando para ser un excelente presidente y, además, sus posibilidades de conseguir el puesto han aumentado significativamente. Draghi podría incluso ser un serio candidato para dirigir el FMI si, como parece, Dominique Strauss-Kahn deja su puesto para postularse a la presidencia de Francia en 2012.
Fuentes germanas en Davos argumentaron que Alemania ejercerá su derecho a elegir por sí misma al próximo presidente del BCE. Se han sugerido varios nombres. El primero es Klaus Regling, quien ahora dirige la Facilidad Europea de Estabilidad Financiera (FEEF) y tiene una gran experiencia en asuntos de política nacional e internacional (en el FMI, como ministro de Finanzas de Alemania, y en la Comisión Europea.)
Pregunté a Regling en Davos sobre si sería candidato al BCE, ya que Weber había dicho que estaba fuera. Contestó sin mostrar mucho interés, como no podía ser de otra forma, que estaba muy contento de dirigir la FEEF y que había mucho trabajo en esa institución. Una posible desventaja para Regling es que no tiene experiencia política directa como banquero central.
Otro candidato es Jurgen Stark, en la actualidad miembro del Consejo Directivo del BCE. Se le conoce desde hace años como un halcón en política monetaria e inflación y puede que carezca de la habilidad diplomática suficiente para dirigir el BCE.
Ha tenido un papel más participativo y menos vocal que Weber en los asuntos de la eurozona; sin embargo, otros Estados miembros del área euro podrían no apoyarle.
Alemania podría también dar su apoyo a un candidato nórdico cuyos puntos de vista son bastante similares. Se trata del gobernador del banco de Finlandia, Erkki Likannen, cuyas posiciones son muy cercanas a las alemanas en lo que se refiere a política monetaria y eurozona.
Otros candidatos inesperados de Alemania podrían ser Jens Weidmann (quien ha estado en el FMI, en el Consejo Alemán de Expertos Económicos y en el Bundesbank, y ahora es consejero de Merkel) y Jorg Amussen, actual secretario de Estado en el Ministerio de Economía, aunque no cuenta con experiencia en un banco central.
También se han dado a conocer algunas candidaturas algo descabelladas, como la de Joe Ackerman, ahora a cargo del Deutsche Bank. En cualquier caso, la carrera por la presidencia del BCE ha comenzado y el resultado parece incierto.

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