El presupuesto de Obama: los recortes no reavivan la economía
Por Robert Reich *
El presidente Obama ha decidido combatir el fuego con gasolina. Los republicanos quieren que EEUU crea que la economía sigue estando muy mal porque la Administración es demasiado grande, y que la forma de reavivarla es recortando el gasto federal.
El portavoz republicano John Boehner incluso se ha negado a descartar un bloqueo al Gobierno si los republicanos no consiguen los recortes del gasto que pretenden.
Así que Obama vierte gasolina sobre la llama republicana proponiendo un presupuesto federal para 2012 que recorta el déficit en 1,1 billones de dólares durante diez años.
Aproximadamente, 400.000 millones de dólares procederán de la congelación durante cinco años del gasto discrecional no vinculado a la seguridad, incluido todo tipo de programas para los estadounidenses pobres y de clase trabajadora, como las ayudas para calefacción de las personas con pocos ingresos y las donaciones globales para servicios de la comunidad.
La mayor parte del resto procederá de otras partidas adicionales, como las donaciones destinadas a los estados para invertir en plantas de tratamiento de aguas y otros proyectos medioambientales, así como mayores cargas de interés sobre los préstamos federales para los estudiantes de postgrado.
Es decir, el gran debate que se ha iniciado está definido por los republicanos: ¿recorta Obama el gasto lo suficiente? ¿Cuánto más tendrá que mermarlo para apaciguar a los republicanos? Si no consiguen los ajustes que quieren, ¿exigirán los republicanos del Tea Party un bloqueo al Gobierno?
Visto así, el debate invita a que los defensores del déficit critiquen igualmente a demócratas y republicanos por no asumir las garantías de la Seguridad Social y Medicare. Espere y verá a Erskine Bowles y Alan Simpson, copresidentes de la comisión del déficit de Obama, decir que el presidente tiene que hacer más. Espere y verá a Alice Rivlin y Paul Ryan, respectivamente ex halcón de Clinton y actual halcón presupuestario republicano, solicitar votos para sus planes de ajustes al Medicare.
Resulta el debate erróneo sobre un tema erróneo en el momento erróneo. Para el Washington oficial parece una vuelta a 1995, cuando Bill Clinton y Newt Gingrich jugaban a ver quién se rendía primero en cuanto al recorte del déficit presupuestario.
Entonces los halcones advertían de los peligros de un déficit enorme, y las elecciones generales de 1996 planeaban sobre todo. Los políticos de Washington y los medios de comunicación se saben de memoria las reglas de este juego, así que les resulta de lo más natural asumir los mismos papeles, hacer los mismos razonamientos, y prepararse para la misma confrontación respecto del bloqueo al Gobierno y la culminación de las elecciones presidenciales.
Pero las reglas del juego de 1995 resultan irrelevantes. Aquel año, la economía bramaba de vuelta a la vida. La recesión de 1991 fue causada (como ocurre con la mayoría de las recesiones) por el Gobierno federal, que elevó demasiado los tipos de interés para contener la inflación. Así, invertir el proceso resultaba relativamente sencillo. Alan Greenspan y el Gobierno federal recortaron los tipos de interés.
En 2011, la mayoría de los estadounidenses sigue inmersa en el paroxismo de la Gran Recesión, que fue causada por el estallido de una enorme burbuja de deuda. El Gobierno federal no puede invertir el proceso recortando los tipos de interés: llevan dos años casi a cero.
La tan trillada frase de los republicanos -recortar el gasto federal- es precisamente la respuesta errónea a esta crisis continua, que se parece más a la Gran Depresión que a ninguna otra recesión reciente. Herbert Hoover respondió de la misma manera entre 1929 y 1932. En esa coyuntura, un gasto insuficiente tan sólo acrecentó la Gran Depresión.
La mejor forma de reavivar la economía ahora consiste en no cortar el déficit federal justo en estos momentos. Hay que poner más dinero en los bolsillos de las familias trabajadoras medias. Las compañías no volverán a contratar a lo grande mientras estos hogares no vuelvan a gastar a lo grande.
No hay que recortar los servicios de la administración en los que se apoyan: préstamos escolares, gasoil para calefacción doméstica, servicios comunitarios y todo lo demás. Los recortes de los presupuestos locales y estatales ya están causando suficiente dolor.
La forma más directa de conseguir que entre más dinero en sus bolsillos es ampliar las deducciones del impuesto sobre la renta (una deducción salarial) llegando hasta las personas que ganan 50.000 dólares, y reducir sus impuestos sobre la renta a cero. Los impuestos de quienes ganan entre 50.000 y 90.000 dólares deben recortarse al 10 por ciento; entre 90.000 y 150.000 dólares al 20 por ciento y entre 150.000 y 250.000 dólares al 30 por ciento. Y se deben dejar exentos de los impuestos sobre sueldos y salarios los primeros 20.000 dólares de ingresos.
A la vez, hay que reponer los ingresos aumentando los impuestos sobre las rentas de entre 250.000 y 500.000 dólares al 40 por ciento, de entre 500.000 y 5 millones de dólares al 50 por ciento, de entre 5 y 15 millones de dólares al 60 por ciento y todo lo que suba de 15 millones de dólares, al 70 por ciento.
También hay que elevar el techo de la parte de los ingresos sujeta a impuestos sobre sueldos y salarios a 500.000 dólares.
Esto se llama una tributación progresista. El grueso de los ingresos y la riqueza de Estados Unidos está en el nivel máximo. La imposición de impuestos sobre los ricos no va a dañar la economía. Gastan una parte mucho menor de sus ingresos que los demás.
Desde luego, también hay que tomar algunas medidas para recortar el gasto federal a largo plazo. Hay que recortar el inflamado presupuesto de defensa. Hay que contener el crecimiento de los costes sanitarios permitiendo al gobierno federal que use su autoridad negociadora -en calidad de mayor comprador de fármacos y servicios hospitalarios usando los programas Medicare, Medicaid y la Administración de los Veteranos- para conseguir precios bajos. Y ya que estamos en ello, además hay que recortar las subvenciones agrícolas.
El sistema fiscal progresista que he esbozado hará que la economía vuelva a crecer. Por su parte, esto hará que se reduzca el cociente de deuda como porcentaje del total de la economía, que es la única forma de medir de verdad cuál es la prudencia fiscal.
Pero no podemos llegar a esto -ni siguiera debatirlo- si Obama permite a los republicanos organizar el debate en torno a cuánto gasto federal puede recortarse y cómo reducir el déficit.
El presidente tiene que reformular el debate en torno a la necesidad de que las familias medias tengan lo suficiente para gastar y hacer que la economía vuelva a moverse.
Tiene que recordar a los estadounidenses que no estamos en 1995, sino en 2011, y que todavía estamos en una crisis de puestos de trabajo producida por el estallido de una enorme burbuja de deuda y la implosión de la demanda total.
Ministro de Trabajo con Bill Clinton y canciller de Políticas Públicas en la Universidad de California, Berkeley.*
El presidente Obama ha decidido combatir el fuego con gasolina. Los republicanos quieren que EEUU crea que la economía sigue estando muy mal porque la Administración es demasiado grande, y que la forma de reavivarla es recortando el gasto federal.
El portavoz republicano John Boehner incluso se ha negado a descartar un bloqueo al Gobierno si los republicanos no consiguen los recortes del gasto que pretenden.
Así que Obama vierte gasolina sobre la llama republicana proponiendo un presupuesto federal para 2012 que recorta el déficit en 1,1 billones de dólares durante diez años.
Aproximadamente, 400.000 millones de dólares procederán de la congelación durante cinco años del gasto discrecional no vinculado a la seguridad, incluido todo tipo de programas para los estadounidenses pobres y de clase trabajadora, como las ayudas para calefacción de las personas con pocos ingresos y las donaciones globales para servicios de la comunidad.
La mayor parte del resto procederá de otras partidas adicionales, como las donaciones destinadas a los estados para invertir en plantas de tratamiento de aguas y otros proyectos medioambientales, así como mayores cargas de interés sobre los préstamos federales para los estudiantes de postgrado.
Es decir, el gran debate que se ha iniciado está definido por los republicanos: ¿recorta Obama el gasto lo suficiente? ¿Cuánto más tendrá que mermarlo para apaciguar a los republicanos? Si no consiguen los ajustes que quieren, ¿exigirán los republicanos del Tea Party un bloqueo al Gobierno?
Visto así, el debate invita a que los defensores del déficit critiquen igualmente a demócratas y republicanos por no asumir las garantías de la Seguridad Social y Medicare. Espere y verá a Erskine Bowles y Alan Simpson, copresidentes de la comisión del déficit de Obama, decir que el presidente tiene que hacer más. Espere y verá a Alice Rivlin y Paul Ryan, respectivamente ex halcón de Clinton y actual halcón presupuestario republicano, solicitar votos para sus planes de ajustes al Medicare.
Resulta el debate erróneo sobre un tema erróneo en el momento erróneo. Para el Washington oficial parece una vuelta a 1995, cuando Bill Clinton y Newt Gingrich jugaban a ver quién se rendía primero en cuanto al recorte del déficit presupuestario.
Entonces los halcones advertían de los peligros de un déficit enorme, y las elecciones generales de 1996 planeaban sobre todo. Los políticos de Washington y los medios de comunicación se saben de memoria las reglas de este juego, así que les resulta de lo más natural asumir los mismos papeles, hacer los mismos razonamientos, y prepararse para la misma confrontación respecto del bloqueo al Gobierno y la culminación de las elecciones presidenciales.
Pero las reglas del juego de 1995 resultan irrelevantes. Aquel año, la economía bramaba de vuelta a la vida. La recesión de 1991 fue causada (como ocurre con la mayoría de las recesiones) por el Gobierno federal, que elevó demasiado los tipos de interés para contener la inflación. Así, invertir el proceso resultaba relativamente sencillo. Alan Greenspan y el Gobierno federal recortaron los tipos de interés.
En 2011, la mayoría de los estadounidenses sigue inmersa en el paroxismo de la Gran Recesión, que fue causada por el estallido de una enorme burbuja de deuda. El Gobierno federal no puede invertir el proceso recortando los tipos de interés: llevan dos años casi a cero.
El recorte no incentiva
Las grandes compañías estadounidenses guardan casi 2 billones de dólares de tesorería porque no hay suficientes clientes que compren bienes y servicios adicionales. Los únicos que tienen dinero son los que constituyen el 10 por ciento de los más ricos, cuyas carteras de acciones han vuelto a los beneficios, pero su gasto no basta para incitar mucho la contratación.La tan trillada frase de los republicanos -recortar el gasto federal- es precisamente la respuesta errónea a esta crisis continua, que se parece más a la Gran Depresión que a ninguna otra recesión reciente. Herbert Hoover respondió de la misma manera entre 1929 y 1932. En esa coyuntura, un gasto insuficiente tan sólo acrecentó la Gran Depresión.
La mejor forma de reavivar la economía ahora consiste en no cortar el déficit federal justo en estos momentos. Hay que poner más dinero en los bolsillos de las familias trabajadoras medias. Las compañías no volverán a contratar a lo grande mientras estos hogares no vuelvan a gastar a lo grande.
No hay que recortar los servicios de la administración en los que se apoyan: préstamos escolares, gasoil para calefacción doméstica, servicios comunitarios y todo lo demás. Los recortes de los presupuestos locales y estatales ya están causando suficiente dolor.
La forma más directa de conseguir que entre más dinero en sus bolsillos es ampliar las deducciones del impuesto sobre la renta (una deducción salarial) llegando hasta las personas que ganan 50.000 dólares, y reducir sus impuestos sobre la renta a cero. Los impuestos de quienes ganan entre 50.000 y 90.000 dólares deben recortarse al 10 por ciento; entre 90.000 y 150.000 dólares al 20 por ciento y entre 150.000 y 250.000 dólares al 30 por ciento. Y se deben dejar exentos de los impuestos sobre sueldos y salarios los primeros 20.000 dólares de ingresos.
A la vez, hay que reponer los ingresos aumentando los impuestos sobre las rentas de entre 250.000 y 500.000 dólares al 40 por ciento, de entre 500.000 y 5 millones de dólares al 50 por ciento, de entre 5 y 15 millones de dólares al 60 por ciento y todo lo que suba de 15 millones de dólares, al 70 por ciento.
También hay que elevar el techo de la parte de los ingresos sujeta a impuestos sobre sueldos y salarios a 500.000 dólares.
Esto se llama una tributación progresista. El grueso de los ingresos y la riqueza de Estados Unidos está en el nivel máximo. La imposición de impuestos sobre los ricos no va a dañar la economía. Gastan una parte mucho menor de sus ingresos que los demás.
Desde luego, también hay que tomar algunas medidas para recortar el gasto federal a largo plazo. Hay que recortar el inflamado presupuesto de defensa. Hay que contener el crecimiento de los costes sanitarios permitiendo al gobierno federal que use su autoridad negociadora -en calidad de mayor comprador de fármacos y servicios hospitalarios usando los programas Medicare, Medicaid y la Administración de los Veteranos- para conseguir precios bajos. Y ya que estamos en ello, además hay que recortar las subvenciones agrícolas.
Importancia de la clase media
Pero no crea ni por un momento que si se recorta rápidamente el gasto federal se conseguirá pronto que la economía crezca. Tendrá el efecto contrario, porque reducirá la demanda total.El sistema fiscal progresista que he esbozado hará que la economía vuelva a crecer. Por su parte, esto hará que se reduzca el cociente de deuda como porcentaje del total de la economía, que es la única forma de medir de verdad cuál es la prudencia fiscal.
Pero no podemos llegar a esto -ni siguiera debatirlo- si Obama permite a los republicanos organizar el debate en torno a cuánto gasto federal puede recortarse y cómo reducir el déficit.
El presidente tiene que reformular el debate en torno a la necesidad de que las familias medias tengan lo suficiente para gastar y hacer que la economía vuelva a moverse.
Tiene que recordar a los estadounidenses que no estamos en 1995, sino en 2011, y que todavía estamos en una crisis de puestos de trabajo producida por el estallido de una enorme burbuja de deuda y la implosión de la demanda total.
Ministro de Trabajo con Bill Clinton y canciller de Políticas Públicas en la Universidad de California, Berkeley.*
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