Por qué la Unión Monetaria Europea pasa su mayor crisis


Grecia ha llegado a una encrucijada. Por primera vez, la eurozona mantiene un estrecho control sobre la política fiscal y económica de uno de los países miembros de la unión monetaria europea.

El caso de Grecia nos sirve de aviso para extraer lecciones para la unión monetaria. No pienso en medidas específicas para estabilizar Grecia. Tampoco en discutir sobre una forma de gobierno económico que mejore la coordinación en política económica en la UE. Mis ideas van dirigidas a crear una unión monetaria más resistente a una crisis.
El euro ha demostrado ser un elemento de estabilidad fiable durante la crisis. Nos ha protegido de unas turbulencias en las divisas europeas que, de lo contrario, habrían agravado la situación en Europa. Sin embargo, la unión monetaria afronta un momento decisivo. Las secuelas de la crisis se están haciendo más visibles, los mercados laborales de algunos países languidecen y la deuda gubernamental excede los límites permisibles prácticamente en todas las regiones.
Sólo hay un camino a seguir: todos los miembros de la eurozona tienen que adherirse nuevamente al pacto de estabilidad y crecimiento lo antes posible. Hago hincapié en este mensaje porque tengo la impresión de que los mercados financieros globales parecen estar hablando con más claridad que muchas de las voces de la esfera política.
Se han revelado graves problemas estructurales en algunos estados de la zona euro –debilidades que hay que abordar mediante un largo y doloroso proceso de ajuste–. El control de la política fiscal y económica de la eurozona no bastó para evitar tendencias no deseadas. Por lo tanto, debemos hacer un uso más decisivo de los instrumentos a nuestra disposición. A partir de ahora, un estado miembro con un déficit excesivo no debería recibir fondos de cohesión de la UE si no ahorra lo suficiente.
Es obvio que el conjunto de leyes europeas aún está incompleto. La unión monetaria no está preparada para situaciones de extrema severidad como la actual y que demandan una intervención exhaustiva para evitar mayores riesgos para el sistema. La confianza en que el control presupuestario era eficaz, hacía inconcebible el desequilibrio actual.
Si deseamos que el euro sea sólido y estable –que fue nuestra condición para dejar el marco y su alta credibilidad por la divisa común– tenemos que estar preparados para integrarnos más en la eurozona. La coordinación entre los miembros del euro tiene que ser más trascendental; deben asumir un papel activo en las políticas del resto de socios.
Sé que habrá que superar una fuerte oposición política. Sin embargo, estoy convencido de que desde la perspectiva de Alemania, la integración europea, la unión monetaria y el euro son la única opción. La capacidad de los europeos para cooperar a la hora de afrontar las adversidades es decisiva. Por primera vez, ha quedado patente que un miembro de la unión monetaria con débiles fundamentos económicos puede perder con rapidez la confianza de los mercados financieros globales ante una grave crisis presupuestaria. Esto plantea preguntas en torno a cómo sería posible ofrecer apoyo a un estado miembro y, simultáneamente, evitar la amenaza de impago cuando ese país esté consolidando sus finanzas.
Estas funciones las ha asumido tradicionalmente en muchas crisis el Fondo Monetario Internacional, con buenos resultados. Para un miembro de la unión monetaria, este enfoque no está exento de problemas debido a un área central de la política común, que recibe el nombre de política monetaria. Por tanto, la implicación del FMI está siendo objeto de un acalorado debate.
Es mejor que los estados miembro de la eurozona se preparen para esas crisis y aumenten su marco institucional. Podría aprovecharse la experiencia adquirida del uso de los instrumentos de ayuda financiera a medio plazo de la UE para estados miembros que no pertenecen a la eurozona. En mayo de 2009, se aumentó de forma sustancial la financiación en base a las considerables dificultades económicas que afrontaban algunos estados miembros del centro y el este de Europa. Esto ayudó a controlar las consecuencias de una crisis.
Los miembros de la eurozona también podrían recibir liquidez de emergencia de un “fondo monetario europeo” para reducir el riesgo de impagos. Habrá que imponer condiciones estrictas y un precio prohibitivo para que esa ayuda sólo se obtenga en casos de emergencias que supongan una amenaza para la estabilidad financiera de toda la zona euro.
Este efecto debería reforzarse excluyendo al país afectado del proceso de toma de decisiones –la ayuda debe ser el último recurso–. Las decisiones políticas sobre la ayuda deberían tomarse en el Eurogrupo y con el acuerdo del Banco Central Europeo. La ayuda de emergencia también podría vincularse de forma obligatoria a sanciones más estrictas dentro del marco de las medidas relativas al déficit presupuestario.
Las multas monetarias podrían imponerse inmediatamente y, una vez finalizado el periodo de ayudas y normalización, aplicarse contra el estado miembro sin posibilidad de reclamación. La perspectiva de asociar las ayudas de emergencia con severas actuaciones correctivas fiscales aumentaría la confianza de los mercados financieros, previniendo un agravamiento de la crisis y evitando la necesidad de los miembros de la eurozona de recurrir al FMI en el futuro.
La ayuda de emergencia nunca debe darse por sentada. En principio, la quiebra de un estado debe seguir siendo una posibilidad. Afrontar una realidad incómoda podría ser la mejor opción bajo ciertas condiciones. La unión monetaria y el euro están mejor protegidos si la eurozona mantiene su credibilidad y capacidad de actuación, incluso en situaciones difíciles.
Esto necesariamente implica la retirada del derecho a voto en el Eurogrupo de un estado miembro poco dispuesto a cooperar. No debe permitirse que un país en cuyas finanzas reine el desorden participe en decisiones que afecten a las finanzas de otro miembro del euro. Si un estado de la eurozona es finalmente incapaz de consolidar sus presupuestos o de recuperar su competitividad, este país, al menos como último recurso, debería abandonar la unión monetaria, pero podría seguir formando parte de la UE.
Además, debería suspenderse durante un año el derecho de voto de un miembro de la eurozona si se determina que este país violó de forma intencionada la legislación económica y monetaria europea. El verdadero alcance del desastre presupuestario griego no quedó patente hasta que se salió a la luz el pasado otoño la manipulación de las estadísticas. Soy partidario de que la oficina estadística de la UE, el Eurostat, pueda inspeccionar las cuentas públicas cuando la sospecha de manipulación esté justificada.
Sin duda, hará falta una gran voluntad política para adaptar con rapidez las reglas de la unión monetaria de forma que se ajusten a las nuevas realidades. Pero no existe una alternativa a la unión monetaria. Hay algunos que podrían pensar que su escepticismo sobre el euro ha quedado justificado. Están pasando por alto los puntos fuertes de Europa y los problemas que están afrontando otras importantes regiones económicas del mundo.
Se necesita más calma. En términos de estabilidad, el euro está al mismo nivel que el marco, hay poca inflación y los costes de financiación generalmente son bajos. El euro es en la actualidad la segunda divisa de reserva e inversión más importante. Uno de los principales motivos es que los mercados financieros muestran una gran confianza en el BCE.
Para mantener esta confianza, hay que salir con rapidez de la crisis. Esta credibilidad supone una ventaja para la unión monetaria a la hora de superar la crisis financiera. Si conseguimos que las políticas fiscales de los estados miembros vuelvan a la senda adecuada, esta crisis habrá provocado un cambio para mejor.

Wolfgang Schäuble 
FUENTE : FINANCIAL TIMES

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