¿Por qué es importante una recuperación de los Estados Unidos?


Es difícil ser optimista sobre la situación actual de los Estados Unidos. Con la ayuda del apoyo crucial del gobierno en la crisis, el sector financiero estadounidense (o al menos una parte) se ha recuperado, mientras que la economía real de ese país lucha contra el alto desempleo, el desaliento de quienes han perdido su trabajo y los daños en las hojas de balance.
Así, pues, no sorprende que el público y el congreso estadounidenses estén molestos. El foco de esa ira son los enormes y poco prudentes bonos del sector financiero. Como resultado, las reformas a la regulación hasta ahora han consistido en, primero, una amenaza a la autonomía de la Reserva Federal y, segundo, un impuesto sobre los bonos.
La primera, es una idea mala. La segunda puede ser políticamente obligatoria y marginalmente beneficiosa en términos fiscales. Sus efectos en la toma de riesgos son debatibles. Sin embargo, las reformas estructurales tan necesarias para limitar el apalancamiento y contener los riesgos que impone periódicamente el sistema financiero a la economía real –y el bolsillo del público- se han incluido tardíamente en la lista de cosas por hacer, y las perspectivas de su aprobación son difíciles de estimar.
Para ser justos, no es mala idea la nueva norma propuesta por el ex presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Paul Volcker, de separar la intermediación financiera de la negociación por cuenta propia de bonos. Combinada con mayores requisitos de capital para los bancos, reduciría la posibilidad de otra falla simultánea de todos los canales de crédito. Pero no es suficiente. Los fondos especulativos también pueden desestabilizar el sistema, como lo mostró el colapso del “Long Term Capital Management” en 1998. Entonces, también necesitan límites claros, aunque diferentes, al apalancamiento.
La reforma del sistema de salud ha dividido profundamente al público y a los políticos estadounidenses  por igual. Independientemente de los pros y los contras de las diversas propuestas, estas divisiones suprimieron los aspectos bipartidistas del proceso político y resaltaron su dimensión de suma-cero. Ello a su vez ha puesto en riesgo otras reformas.
Podría esperarse que después de una crisis peligrosa derivada de los crecientes desequilibrios estructurales y del patrón insostenible de crecimiento del lado de la demanda habría un serio debate sobre lo que se necesita para restablecer el crecimiento de largo plazo y la creación de empleos productivos en el contexto de una economía global que evoluciona rápidamente. Pero no lo hay, lo que es tan sorprendente como preocupante.
Esto no quiere decir que la economía estadounidense haya perdido su dinamismo. Lejos de ello. Pero en el largo plazo, mantenerlo requerirá de políticas con visión de futuro e inversiones en infraestructura dura y blanda para apoyar la fuerte capacidad de innovación del sector privado.
Hay quienes no están de acuerdo y piensan que el dinamismo de una economía se encuentra casi totalmente en el sector privado, mientras que la tarea del gobierno es primordialmente no estorbar. Otros aceptan que el gobierno podría en principio hacer algo útil, pero creen que normalmente no lo hace, y que los riesgos son mayores que los beneficios.
Una agenda política estadounidense sobrecargada, enfocada mayoritariamente en los asuntos internos y parcialmente paralizada significará una falta de atención a las cuestiones globales que requieren cooperación y acuerdos, incluyendo la dimensión internacional de la reforma financiera. En ausencia de la coordinación, también se corre el riesgo de que las políticas monetarias diseñadas para promover el crecimiento (o al menos para no entorpecerlo) conduzcan a un regreso de las distorsiones y desequilibrios del sector financiero. En el G-20 se discute el reequilibrio y restablecimiento de la demanda global a mediano plazo, pero no ha comenzado en realidad.
Desde el punto de vista tanto de la política como de la inversión, el corto y mediano plazo son de nuevo riesgosos. Muchos países, incluidos los países en desarrollo, adoptarán posturas defensivas, algunas de las cuales, como utilizar mejor el mercado interno como motor del crecimiento, tendrán impactos positivos en general, aun cuando las perspectivas de crecimiento son reducidas en conjunto.
Lo que es más importante, la crisis resaltó los riesgos que se derivan de una fuerte dependencia del capital extranjero. Eso, combinado con el lento avance de las reformas del sector financiero, hace probable que la aversión al riesgo predomine, lo que podría retrasar, si no es que invertir, la globalización financiera y conducir probablemente a un crecimiento más lento en muchos países.
Una buena manera de reanimar el progreso en el comercio sería reanudar la ronda de negociaciones comerciales de Doha con una agenda más manejable, enfocada en los países en desarrollo más pobres y vulnerables. Pero en un ambiente de crecimiento lento y desempleo elevado, los sentimientos en los países avanzados en lo que se refiere a los esfuerzos para liberalizar el comercio son decididamente negativos.
El restablecimiento del crecimiento y el equilibrio de la economía estadounidense es de una importancia crucial, no sólo por sus efectos en el crecimiento global sino como fundamento para encarar una amplia gama de problemas y desafíos internacionales. En este momento, parece que la creación de ese fundamento está suspendida.
Fuera de los países avanzados existe la opinión de que el mundo regresará a las condiciones anteriores a la crisis, con unos Estados Unidos fuertes que actuarán como prestamistas, prestatarios y consumidores de último recurso. Lo que este punto de vista deja de lado es que el crecimiento anterior a la crisis en los Estados Unidos y la economía global se basaba en parte en una configuración insostenible.
Retornar a ese modelo no es probable ni prudente. Si bien es posible lograr un patrón de crecimiento relativamente alto y sostenible, ello tomará tiempo. Y sucederá (si acaso) en una economía global con características estructurales y de regulación fundamentalmente distintas. Esperar a que los países avanzados pongan en orden sus asuntos para que todos podamos volver a la antigua normalidad no es ni una buena política ni una buena apuesta.
Lo que se necesita es coordinar la reestructuración y el establecimiento de políticas. Eso es difícil de lograr cuando los Estados Unidos, la mayor economía fiscalmente unificada, están concentrados en otras cosas.   


Michael Spence is the 2001 Nobel Laureate in Economics, and Professor Emeritus, Stanford 
University
FUENTE : PROJECT SYNDICATE

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