Economía de ‘baba rosa’

 Por Paul Krugman *


El gran acontecimiento negativo de las últimas semanas ha sido, cómo no, la vista del Tribunal Supremo sobre la reforma sanitaria. En el transcurso de esa vista quedó claro que varios de los jueces, y posiblemente la mayoría de ellos, son criaturas políticas puras y simples, dispuestas a aceptar cualquier argumento, por absurdo que sea, que redunde en beneficio del equipo republicano.
Pero no debemos permitir que los acontecimientos del tribunal eclipsen por completo otro espectáculo casi igual de inquietante. Porque el jueves día 29 de marzo, los republicanos de la Cámara de Representantes aprobaron lo que seguramente es el presupuesto más fraudulento de la historia de Estados Unidos.

Y cuando digo fraudulento quiero decir exactamente eso. El problema del presupuesto ideado por Paul Ryan, el presidente del Comité Presupuestario de la Cámara, no es solo sus casi inconcebiblemente crueles prioridades, el modo en que rebaja espectacularmente los impuestos de las corporaciones y los ricos a la vez que recorta drásticamente las ayudas alimentarias y médicas a los necesitados. Incluso dejando a un lado todo eso, el presupuesto de Ryan pretende reducir el déficit, pero la supuesta reducción del déficit depende de la afirmación completamente carente de base de que cerrando las lagunas fiscales se pueden encontrar billones de dólares en ingresos.
Y estamos hablando de cerrar muchas lagunas. Como señala Howard Gleckman, del independiente Centro de Política Tributaria, para que le salgan las cuentas, Ryan tendría que cerrar, antes de 2022, las lagunas suficientes para recaudar 700.000 millones de dólares adicionales de ingresos cada año. Eso es mucho dinero, incluso en una economía tan grande como la nuestra. Así que, ¿qué fisuras concretas ha dicho Ryan, quien ha publicado un manifiesto de 98 páginas en defensa de su presupuesto, que piensa cerrar?
 Ninguna. Ni una sola. No obstante, ha descartado categóricamente cualquier medida encaminada a cerrar la principal laguna fiscal que beneficia a los ricos, es decir, los impuestos exageradamente bajos sobre los ingresos procedentes del capital. (Esa es la laguna que permite que Mitt Romney pague solamente un 14% de sus ingresos en impuestos, un tipo impositivo más bajo que el que soportan muchas familias de clase media).

 Entonces, ¿cómo debemos interpretar esta propuesta? Gleckman la califica de “presupuesto de carne misteriosa”, pero está siendo injusto con la carne misteriosa. La verdad es que el relleno que los fabricantes de comida modernos añaden a sus productos puede ser repugnante —imagínense una baba rosa—, pero tiene un valor nutricional, a pesar de todo. Las promesas huecas de Ryan, no. En vez de eso, deberían pensar en esas promesas como en una especie de vuelta al siglo XIX, cuando las corporaciones no reguladas engordaban el pan con yeso y aromatizaban la cerveza con ácido sulfúrico.

Si lo piensan, esa es precisamente la época política a la que Ryan y sus compañeros intentan devolvernos.
Así que el presupuesto de Ryan es un fraude; Ryan habla mucho de los males de la deuda y los déficits, pero, en realidad, su plan haría aumentar el déficit aun cuando causase un dolor enorme en nombre de la reducción del déficit. ¿Pero realmente su presupuesto es el más fraudulento de la historia de Estados Unidos? Sí que lo es.

Claro está que hemos tenido presupuestos irresponsables o engañosos en el pasado. Los presupuestos de Ronald Reagan confiaban en el vudú, en la afirmación de que rebajarles los impuestos a los ricos conduciría de algún modo a una explosión de crecimiento económico. A los funcionarios encargados de los presupuestos de George W. Bush les gustaba usar un cebo engañoso, quitarle importancia al coste de las rebajas de impuestos, fingiendo que solo eran temporales, y luego exigir que se hicieran permanentes. ¿Pero hay algún personaje político importante que haya basado alguna vez toda su plataforma fiscal no solo en previsiones de gasto absolutamente inverosímiles, sino en afirmaciones de que tiene un plan secreto para recaudar billones de dólares en ingresos, un plan que se niega a compartir con los ciudadanos?
¿Qué está sucediendo aquí? La respuesta, presumiblemente, es que esto es lo que pasa cuando los extremistas obtienen el control absoluto de la retórica de un partido: se tiran todas las normas por la ventana. De hecho, la extrema derecha tiene agarrado con tanta fuerza al Partido Republicano, que este se mantiene fiel a Ryan, a pesar de que está pagando un precio político importante por sus ataques contra Medicare.
Ahora bien, el presupuesto republicano de la Cámara no va a convertirse en ley mientras el presidente Obama ocupe la Casa Blanca. Pero ha sido respaldado por Romney. E incluso, si Obama es reelegido, el fraude de este presupuesto tiene consecuencias importantes para las futuras negociaciones políticas.
Tengan en cuenta que el Gobierno de Obama se pasó gran parte de 2011 tratando de negociar el llamado Gran Acuerdo con los republicanos, un plan bipartidista para reducir el déficit a largo plazo. Esas negociaciones terminaron fracasando, y ha surgido un sector secundario periodístico a medida que los informadores tratan de dilucidar cómo se ha producido el fracaso y quién ha sido el responsable.
Pero lo que hemos aprendido del último presupuesto republicano es que toda aquella búsqueda del Gran Acuerdo fue un desperdicio de tiempo y de capital político. Porque un pacto presupuestario duradero solo puede funcionar si se puede contar con que ambos partidos sean responsables y honestos; y los republicanos de la Cámara acaban de demostrar, tan claramente como cualquiera podría desear, que no son ni lo uno ni lo otro.

 * Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de 2008.

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