Dimitio el hombre del FMI
Repito el discurso de Dominique Strauss-Kahn en la Universidad George Washington el 4 de abril, publicado anteriormente, en el cual DSK planteó las cruciales tareas que enfrenta la teoría macroeconómica y la economía mundial para resolver los problemas globales. El rol de los Estados, la necesidad de reformular los mecanismos que pongan fin al flagelo de las entidades demasiado grandes para caer, así como la necesidad de un impuesto a las transacciones financieras y el enfoque hacia una globalización inclusiva y no exclusiva, que genere riqueza para todos y no para un puñado como ha sido hasta ahora, lo que ha amplificado la brecha entre ricos y pobres, forman parte de este interesante discurso, sin dudas, el de despedida de DSK al mando del FMI tras los turbios incidentes de New York . ¿Será también la despedida de estos planes para la institución cuyo cambio de giro había experimentado gran aceptación?
Este es el discurso de Strauss-Kahn:
Estamos viviendo un momento de la historia muy singular, un período de gran conmoción. Como todos ustedes saben, la crisis financiera mundial devastó la economía mundial y causó incalculable penuria y sufrimiento en todo el mundo. Pero eso no fue todo: también devastó los cimientos intelectuales del orden económico mundial del último cuarto de siglo.
Antes de la crisis, pensábamos que sabíamos bastante bien cómo dirigir las economías. El denominado “consenso de Washington” tenía una serie de mantras fundamentales. Una serie de normas simples en materia de política monetaria y fiscal que garantizaban la estabilidad. La desregulación y la privatización generarían crecimiento y prosperidad. Los mercados financieros encauzarían los recursos hacia las esferas más productivas y se supervisarían a sí mismos en forma eficaz. Y todo mejoraría gracias a la globalización.
Todo esto se derrumbó con la crisis. El consenso de Washington pertenece al pasado. Tenemos por delante la tarea de reconstruir los cimientos de la estabilidad para que resistan el paso del tiempo y que la próxima etapa de la globalización sea beneficiosa para todos. Esta labor tiene tres esferas centrales: un nuevo enfoque de política económica, un nuevo enfoque de cohesión social y un nuevo enfoque de cooperación y multilateralismo.
Perspectivas
Permítanme empezar por la situación económica. La economía mundial sigue recuperándose, pero la recuperación no es pareja entre los países ni dentro de ellos. El crecimiento de las economías avanzadas ―epicentro de la crisis financiera― aún es demasiado débil y el desempleo aún es demasiado alto. Al mismo tiempo, las economías de mercados emergentes, especialmente de Asia y América Latina, avanzan a todo vapor y se exponen a un sobrecalentamiento. Los países de bajo ingreso demostraron una notable capacidad de resistencia, pero ahora se ven golpeados por los altos precios de los alimentos y los combustibles.
Aún reina una gran incertidumbre. De hecho, son muchos los cisnes negros que hoy nadan en las aguas de la economía mundial.
Tras la gran tragedia de Japón, la prioridad inmediata es aliviar el sufrimiento humano y volver a construir lo que se ha destruido. Nadie puede dejar de impresionarse ante la capacidad de recuperación del pueblo japonés.
En Europa, algunos países están ante una encrucijada: han adoptado medidas difíciles, pero deben esforzarse más. En última instancia, Europa necesita una solución integral cuya base sea la solidaridad paneuropea, a fin de abordar los problemas persistentes del sector financiero y la deuda soberana. Hasta ahora, los avances han sido parciales y fragmentados, y este es un riesgo clave tanto para los países azotados por la crisis como para la recuperación europea global.
Oriente Medio está viviendo una transformación histórica. Los ciudadanos persiguen mayor libertad y una distribución más equitativa de las oportunidades y los recursos económicos. Para responder a estas aspiraciones se deberán realizar cambios profundos en las instituciones políticas, económicas y sociales. El proceso será dilatado: un cambio institucional de esta magnitud lleva tiempo y esfuerzo. El reto inmediato consiste en preservar la cohesión social sin socavar la estabilidad macroeconómica. En épocas de malestar social, casi todos los gobiernos de la región lógicamente han intentando suavizar el efecto de las alzas de precios de los alimentos y los combustibles absorbiéndolas parcialmente a través del presupuesto público. Naturalmente, este gasto extraordinario comprimirá las finanzas públicas. La inestabilidad política también está mermando el turismo y la inversión extranjera directa, y encareciendo el crédito. Esto podría desbaratar los esfuerzos por aplicar un modelo de crecimiento integrador en el plano social y generar empleo para absorber la mano de obra creciente. La comunidad internacional debe estar preparada para ayudar, hoy y en los próximos años.
Resumiendo, en términos generales, la situación económica sigue siendo frágil y dispar, rodeada de gran incertidumbre.
Un nuevo enfoque de política macroeconómica
En el antiguo paradigma, a la política monetaria solo le incumbía la inflación y el crecimiento. Pero esto era demasiado simple. Antes de la crisis, tras la fachada de una baja inflación y un crecimiento sólido acechaban graves peligros: la escalada de los precios de los activos, el auge del crecimiento del crédito, la inversión excesiva en vivienda, un crisol financiero de activos tóxicos y agudos desequilibrios en cuenta corriente.
El sector financiero solía pasar mayormente inadvertido. La regulación y la supervisión estaban estrechamente enfocadas en instituciones y mercados individuales, sin prestar demasiada atención a las dimensiones más amplias de la estabilidad financiera y macroeconómica. Pero una de las lecciones fundamentales es que los acontecimientos locales pueden tener repercusiones mundiales.
Sin lugar a dudas, la política monetaria debe trascender a la estabilidad de precios y tener en cuenta la estabilidad financiera. Pero eso no significa que el principal instrumento de la política monetaria ―la tasa de política monetaria― deba ampliar su alcance. Afortunadamente, disponemos de otros instrumentos: los de tipo macroprudencial, como los coeficientes de capital, los coeficientes de liquidez y las relaciones préstamo/valor. Debemos aprender cómo diseñar y utilizar estos instrumentos de forma más eficaz.
¿Qué ocurrió con la política fiscal? En el antiguo paradigma, la política fiscal había caído decididamente en desuso. Su función estaba limitada a los estabilizadores automáticos ―que permitían que los déficits presupuestarios crecieran o disminuyeran a tono con el ciclo económico―, y la política discrecional despertaba gran desconfianza. Pero cuando se agotó el margen de acción de la política monetaria y el sistema financiero se desplomó, se recurrió al instrumento olvidado para apuntalar la demanda agregada y salvar a la economía mundial de una caída en picado. Debemos replantearnos la política fiscal.
Al mismo tiempo, el sector financiero necesita una cirugía importante en el ámbito normativo. La crisis tuvo origen en una cultura de exposición desenfrenada al riesgo, que desafortunadamente aún no ha desaparecido.
Se ha avanzado algo, pero solo se trata de los primeros pasos. El Acuerdo de Basilea III sobre normativa bancaria debería mejorar la calidad y cantidad del capital bancario. Pero debemos hacer que la normativa también se aplique al sistema bancario “paralelo”. Debemos mejorar la tarea de supervisión, ya que ni siquiera las mejores normas sirven si no se las aplica en forma adecuada. Debemos mejorar los mecanismos de resolución para poner fin al flagelo de las entidades demasiado grandes o demasiado importantes para quebrar, sin olvidar la crucial dimensión transfronteriza. Necesitamos un impuesto a las actividades financieras para obligar a este sector a absorber parte de los costos sociales de su comportamiento arriesgado.
En términos generales, diría que existen dos conclusiones generales. Al formular un marco macroeconómico nuevo para un mundo nuevo, el péndulo se desplazará —por lo menos un poco— del mercado hacia el Estado, y de un entorno relativamente simple hacia uno relativamente más complejo.
Un nuevo enfoque de inclusión social
La nueva gobernabilidad mundial también debe dedicar más atención a la cohesión social. No me malinterpreten: el antiguo modelo de globalización produjo muchos resultados positivos y sacó de la pobreza a cientos de millones de personas. Pero esa globalización tiene una cara oculta: un profundo y creciente abismo entre ricos y pobres. Si bien la globalización del comercio estuvo asociada a una reducción de la desigualdad, la globalización financiera ―el aspecto más destacado de los últimos años― la aumentó.
Se tendió a restarle importancia a la desigualdad, y a considerarla como un mal necesario en el camino hacia la riqueza. Pero la crisis y sus secuelas han alterado radicalmente nuestras ideas. La combinación mortífera de un alto y prolongado desempleo y una fuerte desigualdad puede crear tensiones en la cohesión social y la estabilidad política, lo que a su vez repercute en la estabilidad macroeconómica.
Es posible que la desigualdad haya sido una de las causas “silenciosas” de la crisis. En vísperas de la crisis, la desigualdad en Estados Unidos había retomado los niveles registrados antes de la Gran Depresión. Tal como ocurrió en la Gran Depresión, a esta Gran Recesión la precedió un aumento de la participación en el ingreso de un sector financiero rico y creciente. En estas circunstancias, el endeudamiento quizás actuó como una válvula de escape que le permitió a la gente común y corriente alcanzar un mejor nivel de vida, pero fue un recurso efímero.
A más largo plazo, el crecimiento sostenible está asociado a una distribución del ingreso más equitativa. Existen muchas razones para que sea así. La desigualdad puede dificultar el acceso a los recursos financieros. Puede incrementar la propensión de los países a los shocks adversos. Puede erosionar la confianza en las instituciones y promover la inestabilidad. Además, sin una clase media sólida, hay poca probabilidad de que la demanda interna avance.
Necesitamos una nueva forma de globalización, una globalización más justa, una globalización con un rostro más humano. Las ventajas del crecimiento deben distribuirse en forma amplia, no concentrarse en las manos de unos pocos privilegiados. Si bien el mercado debe mantener su papel protagónico, la mano invisible no debe convertirse en un puño invisible.
Un nuevo enfoque de multilateralismo
La crisis nos dejó muchas enseñanzas, pero la más importante es que la cooperación es un factor de estabilidad no negociable. Sin la cooperación encabezada por el G-20, probablemente hubiéramos sido testigos de una segunda Gran Depresión. Hoy en día, esta cooperación no puede desvanecerse sin más. La economía mundial está sencillamente demasiado interconectada como para permitir que predominen intereses nacionales estrechos. Me preocupa que esta cooperación no sea duradera.
Los grandes retos de hoy exigen una solución colectiva. Pensemos en el reequilibramiento del crecimiento mundial. Los países con déficits externos deben apoyarse más en la demanda externa. Los países con superávits deben ir en sentido opuesto y reorientarse de la demanda externa a la interna. Esto significa anteponer los intereses mundiales, lo cual en definitiva redunda en beneficio de interés nacional.
La globalización debe considerarse un emprendimiento común. Los países no deben usar sus monedas o a las restricciones comerciales para obtener ventajas a corto plazo. Deben resistir la tentación de atraer empresas liberalizando la regulación del sector financiero o socavando las protecciones sociales.
En un mundo así, las instituciones multilaterales, como tribunas para la cooperación mundial, cobrarán cada vez más importancia. Pero deben mantener su relevancia y adaptarse a la nueva globalización.
Me complace señalar que el FMI está cumpliendo con su parte. Cumplimos una función fundamental en la crisis, poniendo en marcha programas de crédito innovadores, como los acuerdos celebrados con algunas economías avanzadas que pocos hubieran previsto. De cara al futuro, nos esforzamos por comprender las complejas interconexiones que existen a lo largo y a lo ancho de la economía mundial. Queremos consolidar nuestra capacidad de prevenir las crisis, y no solo de remediarlas.
Hemos realizado muchos cambios. Tenemos un nuevo mecanismo de alerta anticipada. Tenemos nuevos informes sobre los efectos de contagio que examinan la forma en que las políticas nacionales de cinco economías sistémicas fundamentales afectan al resto del mundo. Nuestros Programas de Evaluación del Sector Financiero hoy son obligatorios para los países de importancia sistémica. Estamos mejorando el monitoreo internacional de los flujos de capital. Estamos trabajando con el G-20 para buscar un camino de cooperación que conduzca a un mayor crecimiento económico. Estamos fortaleciendo la red de protección financiera mundial para salvaguardar a los países de cambios repentinos en su situación financiera.
Pero debemos tener legitimidad. Debemos ser reflejo de la realidad económica del siglo XXI. Por esta razón resultan tan importantes las reformas de la estructura de gobierno del FMI. El año pasado, los países miembros resolvieron traspasar a las economías de mercados emergentes y en desarrollo más del 6% de los derechos de voto, además del traspaso de 2,7% realizado en 2008. Brasil, China, India y Rusia actualmente están entre nuestros 10 accionistas principales. Esto nos permite cumplir mejor nuestro cometido, un mandato de estabilidad macroeconómica que hoy es más relevante que nunca.
Conclusión
El reto que afrontamos en la actualidad no es nuevo. Ya en 1933, John Maynard Keynes, uno de los fundadores del FMI, escribió: “El capitalismo internacional, decadente pero individualista, en cuyas manos nos encontramos después de la guerra, no es un éxito. No es inteligente, no es hermoso, no es justo, no es virtuoso y no entrega los artículos. En pocas palabras, nos disgusta y comenzamos a despreciarlo. Pero cuando nos preguntamos qué pondremos en su lugar, nos encontramos extremadamente perplejos”.*
Hoy en día, se nos plantean retos asombrosamente parecidos. Estamos reconstruyendo tras circunstancias asombrosamente parecidas que tienen raíces asombrosamente parecidas. No obstante, las instituciones de posguerra resultaron perdurables y propiciaron un período prolongado de paz y prosperidad, cooperación y estabilidad.
Ese es el mundo en el que nació el FMI, un mundo en el cual el multilateralismo importaba. En el cual los beneficios del crecimiento estaban ampliamente compartidos. En el cual el Estado y el mercado se complementaban y equilibraban mutuamente.
Nuestra tarea actual es volver a construir un mundo así. Evidentemente, no queremos volver a los años cuarenta. No queremos volver a la época en que un puñado de países dominaban la situación. No queremos darle la espalda a la apertura. Pero podemos retomar los principios sobre los cuales se construyó la economía de posguerra. Podemos tomar del pasado para alcanzar el futuro.
Al FMI le toca un papel fundamental. Debe retomar su misión original, que es fomentar la cooperación y combatir las raíces económicas de la guerra.
Muchos de los aquí presentes son los dirigentes del futuro. Pregúntense en qué mundo desean vivir. Seguramente un mundo que sea más inteligente, más justo y más virtuoso. Muchas gracias.
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El discurso completo de DSK se puede ver aquí
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