China y EEUU: Choque de titanes
Por Marco A. Gandásegui, h.*
Los analistas de Wall Street están  especulando con lo que ellos creen percibir como un giro importante en  la estructura de empleo de la República Popular de China. Señalan que la  masa trabajadora que se incorpora constantemente al mercado está  disminuyendo rápidamente y que pronto China no contará con trabajadores  baratos capaces de generar ganancias para los inversionistas  capitalistas. Políticamente, Washington está festejando la noticia.  Desde la perspectiva económica, sin embargo, Nueva York está de duelo. 
La capital política norteamericana  celebra los cambios percibidos ya que significaría que China tendría que  comenzar a negociar en términos más favorables con EEUU. Por el lado  económico, sin embargo, les preocupa a los inversionistas  norteamericanos el debilitamiento del único mercado donde creían tener  ganancias seguras.
La  crisis económica de 2008, que afectó sobre todo a EEUU, tuvo dos  interpretaciones en el mundo político financiero y académico. Para los  financistas y sus ideólogos, la crisis significó una reducción  significativa en la acumulación descontrolada de riquezas. En su ceguera  aún están convencidos que pueden inyectarle a las instituciones  financieras flujos suficientes para permitirles ser nuevamente  competitivas. La realidad les ha enseñado que la estrategia no funcionó  aunque todavía tienen propagandistas sueltos promoviendo esa solución.
La  segunda interpretación de la crisis tuvo como eje lo que los analistas  consideran el colapso de la “economía real” que ha cerrado centros de  producción y ha lanzado al desempleo a decenas de millones de  trabajadores. El problema no es recuperar los flujos financieros, sino  en establecer patrones productivos capaces de generar una nueva dinámica  que aumente el empleo y, sobre todo, la tasa de ganancia.
Alemania  y Francia, en menor medida, apostaron a esta estrategia. Como resultado  sus economías reaccionaron mejor que las otras. El caso de China es  emblemático ya que fue capaz de recuperarse rápidamente del colapso  financiero. El crecimiento de la economía china logró incluso mantener a  flote las economías de América del Sur que se convirtieron en  proveedores de materias primas para el salto industrial que experimenta  el gigante asiático. 
La  perdida de hegemonía de EEUU se ha agudizado dentro de sus propias  fronteras. Los estados federales experimentan un giro político hacia la  extrema derecha creando una nueva legislación orientada a expropiar a  los trabajadores de sus derechos y beneficios sociales. La excusa que se  utilizó en cada uno de estos casos era que las arcas estatales se  estaban vaciando y había que eliminar de los presupuestos las conquistas  laborables que se remontaban a más de medio siglo.
Mientras  que el segmento más rico de EEUU tiende a aumentar sus ingresos,  producto de las leyes que lo beneficia, las capas medias y los  trabajadores pierden sus empleos, sus beneficios sociales y jubilaciones  así como sus viviendas. En los estados del sur de EEUU, donde no existe  una historia de conquistas sociales, la política de “desposesión” de la  extrema derecha se dirigió a los trabajadores inmigrantes que ocupaban  los empleos menos remunerados pero que reciben beneficios sociales. La  táctica es continuar explotando a los trabajadores extranjeros, pero  eliminando sus beneficios sociales.
La  estructura social norteamericana, heredada del siglo XX, pareciera estar  tomando nueva forma con motivo de la crisis de hegemonía. La  tradicional estratificación social – con una clase media muy fuerte -  atravesada por un elemento de desequilibrio étnico y una creciente  presencia laboral de la mujer, está cambiando aceleradamente.
La nueva  pirámide social que emerge de la crisis de hegemonía no se parece a la  estructura social prevaleciente en EEUU durante la segunda mitad del  siglo XX. La crisis de hegemonía no sólo representa un reto para la  clase social tradicionalmente dominante, también es un reto para una  clase obrera que ha sido arrinconada. La clase capitalista quiere  regresar a las tasas de ganancia del siglo pasado. A su vez, los  trabajadores añoran la estabilidad de sus empleos. 
 Los  capitalistas seguirán buscando  -en cualquier parte del mundo- las  condiciones para generar ganancias. El capital puede moverse con rapidez  y reconstruirse políticamente, con relativa facilidad, en cualquier  parte del mundo. China y algunos  países con economías emergentes  cuentan con reservas importantes de fuerza de trabajo. Los capitalistas  apuestan que los flujos financieros dirigidos a esos países se  convierten rápidamente en capitales y ganancias.
Si el mercado excepcional de China  con su fuerza de trabajo rebosante tiende a cerrarse – como dicen los  especialistas de Wall Street – la situación para el capitalismo mundial  sólo puede empeorar. ¿Qué prefiere el establishment  norteamericano, ganar la guerra ideológica y acabar con la rica veta  china o incrementar sus ganancias capitalistas y ver prosperar a China?



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