La fuga hacia la calidad


A fines de mayo, el rendimiento al vencimiento del bono del Tesoro de Estados Unidos a 30 años era de 4,07% por año –medio punto porcentual menos desde el inicio del mes-. Eso significa que el precio de un bono del Tesoro a 30 años había aumentado más del 15%. De manera que un inversor marginal estaba dispuesto a pagar a fin de mes más del 15% más en efectivo y más del 30% más en acciones por los bonos del Tesoro de Estados Unidos que al principio del mes. Esto señala un cambio considerable en la demanda relativa de activos financieros líquidos y de alta calidad –un incremento extraordinario en la demanda excesiva de ese tipo de activos en todo el mercado.

¿Por qué esto es importante? Porque, como escribió el economista John Stuart Mill en la primera mitad del siglo XIX, la demanda excesiva de efectivo (o de algún grado más amplio de activos líquidos y de alta calidad) es oferta excesiva de otra cosa. Lo que los economistas tres generaciones más tarde iban a llamar la Ley de Walras es el principio que sostiene que cualquier mercado en el que la gente planea comprar más de lo que está en venta debe estar contrabalanceado por un mercado o mercados en los que la gente esté planeando comprar menos.

Hemos visto este principio en acción desde comienzos del otoño de 2007, cuando una creciente demanda excesiva de activos financieros seguros, líquidos y de alta calidad trajo aparejada una creciente oferta excesiva de bienes y servicios que son el producto del continuo trabajo humano. Esto es válido hasta tal punto que hoy existe una brecha del 10% entre la producción actual de la economía global y lo que estaría produciendo si estuviera en su estado de cuasi equilibrio normal y relativamente saludable.

Y los mercados financieros globales hoy nos están diciendo que esta demanda excesiva de activos financieros seguros, líquidos y de alta calidad acaba de crecer.

En cierta medida, un cambio en el sentimiento de los inversores ha dado lugar al aumento de la demanda excesiva de estos activos. Después de todo, podemos suponer que el espíritu animal de los inversores y los financistas se ha deprimido aún más como una reacción psicológica a la fe descomunal de hace apenas unos años en los poderes de la ingeniería financiera.

Sin embargo, gran parte del cambio reciente no fue consecuencia de un incremento en la demanda de activos seguros, líquidos y de alta calidad, sino de una disminución de la oferta: hace seis meses, se consideraba que los bonos emitidos por los gobiernos del sur de Europa eran unos de los activos de alta calidad en la economía mundial que uno podía tener sin riesgo; hoy ya no lo son.

El argumento hace seis meses a favor de esos bonos parecía casi hermético. Sí, los pasivos financieros del sector privado del sur de Europa eran especulativos y potencialmente inseguros; pero la región era parte de la eurozona y, por ende, las deudas de sus gobiernos estaban respaldadas por el Banco Central Europeo, que a su vez estaba respaldado por los gobiernos de Francia y Alemania, que a su vez estaban respaldados por la voluntad de los contribuyentes franceses y alemanes de pagar por el proyecto a largo plazo de una mayor integración europea. Ni los franceses ni los alemanes, obviamente, quieren contemplar alguna posibilidad de un retorno a los días cuando cada generación se mataba mutuamente por definir qué idioma debería hablar el alcalde de Estrasburgo.

Ahora las cosas no son tan certeras.

Cuando existe una demanda excesiva de activos financieros seguros, líquidos y de alta calidad, la regla que debe seguir la política económica –obviamente, si se quiere evitar una depresión más profunda- ha estado bien establecida desde 1825. Si el mercado quiere más activos financieros seguros, líquidos y de alta calidad, denle al mercado lo que quiere.

Después de todo, tal como funciona un mecanismo de planificación de los recursos sociales, un mercado nos dice qué cosas son valiosas y, por consiguiente, nos indica que debemos producir más de esas cosas. Los mercados hoy están señalando que los bonos del Tesoro de Estados Unidos son activos mucho más valiosos que hace un mes. Entonces aquellos gobiernos cuyo crédito todavía está intacto y cuyos activos siguen siendo la referencia de calidad para la economía mundial deberían estar creando muchos más.

Los gobiernos solventes de todo el mundo pueden crear más activos financieros seguros, líquidos y de alta calidad a través de diversos canales. Pueden gastar más o gravar menos y pedir prestada la diferencia. Pueden garantizar la deuda de entidades del sector privado, transformando así activos de plomo hoy riesgosos en activos dorados. Sus bancos centrales pueden pedir dinero prestado y utilizarlo para comprar parte de la inundación de activos riesgosos en el mercado.

¿Cuáles de estas medidas deberían tomar los gobiernos solventes del mundo en respuesta a los movimientos de los precios de los activos en el mes de mayo? Todas ellas, porque realmente no estamos seguros de cuáles serían las más efectivas y eficientes a la hora de drenar la demanda excesiva de activos de alta calidad.

¿Hasta dónde deberían actuar? Mientras haya una clara oferta excesiva global de bienes y servicios –mientras el desempleo se mantenga muy alto y las tasas de inflación caigan- no están haciendo lo suficiente. Y la brecha entre lo que deberían estar haciendo y lo que están haciendo creció marcadamente en mayo.

Para esto no hay que saber latín o cómo tapar las explosiones de petróleo en las profundidades del mar. Estos son problemas cuya solución conocemos desde hace mucho tiempo.

AUTOR : J. Bradford DeLong, ex Asistente de EE.UU. Secretario del Tesoro, es profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley e investigador asociado en la Oficina Nacional de Investigación Económica.

FUENTE : PROJECT SYNDICATE

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