Culpen a los políticos de la crisis

 Por Paul Krugman


Jonathan Portes, el director del Instituto Nacional Británico de Investigación Económica y Social, entablaba hace poco un debate en Internet sobre el estado de la economía con la economista Diane Coyle; dado que mi nombre apareció tanto en su escrito como en el de Coyle, pienso que debo intervenir y añadir algunas reflexiones más.
A Portes le hizo saltar la afirmación de Coyle de que los macroeconomistas no tienen ninguna autoridad en esta crisis porque la opinión pública los desprecia. Como Portes señala en su blog, la realidad es que la macroeconomía -al menos tal como él y yo la practicamos- ha tenido un comportamiento espectacular durante la crisis.
En aquella entrada, Portes citaba un texto de hace tres años del catedrático de Harvard Niall Ferguson, en el que se mofaba de mí afirmando que yo era el “hombre del Econ 101” [curso de introducción a la economía] que creía, estúpidamente, que los grandes déficits públicos podrían no ser capaces de hacer subir los tipos de interés en una economía deprimida. De hecho, eso es lo que el Econ 101 decía; y ha resultado tener toda la razón. La macroeconomía de IS-LM básica (IS-LM son las siglas en inglés de inversión-ahorro, liquidez-dinero [modelo macroeconómico que muestra la relación entre los tipos de interés y la renta nacional o el PIB]) también dice que, en esas condiciones, imprimir grandes cantidades de dinero no sería inflacionario y que recortar drásticamente el gasto público haría que la economía se contrajese.

Todo esto ha resultado ser cierto.
De modo que el Econ 101 ha acertado y, lo que quizás guarde más relación con este asunto, ha hecho predicciones acertadas "fuera de la muestra" (es decir, sobre lo que sucedería en condiciones muy distintas de la experiencia normal). Este es el tipo de cosas que provocan cambios de paradigma en las ciencias experimentales: ¡la luz se curva! ¡Einstein tiene razón!
 ¿Y por qué se tiene la impresión de que la macroeconomía es un caos? Yo diría que es algo fundamentalmente político. El tipo de macroeconomía que hacemos Portes y yo atenta contra las ideas conservadoras sobre el modo en que se supone que funcionan las cosas en una sociedad capitalista, por lo que los conservadores rechazan la teoría independientemente de lo bien que funcione, y respaldan otras opiniones y a otras personas independientemente de lo muy equivocadas que estén. Como consecuencia, todo lo que los ciudadanos oyen son discusiones entre economistas que se baten en duelo (algunos de los cuales no saben mucho de economía). Ese es un gran problema; pero no es un problema de la ciencia económica, la cual, una vez más, ha tenido un éxito espectacular.
Lo otro que me gustaría decir es que la idea de que la microeconomía se encuentra en mucho mejor estado es cuestionable, por decirlo suavemente. Me refiero a que no es como si las suposiciones que subyacen tras la teoría microeconómica estándar fuesen, ya saben, ciertas. (¿Maximizar la utilidad? ¿En serio?). La microeconomía es coherente de un modo en que no lo es la macroeconomía pero, en su mayor parte, es mejor considerarla una metáfora que resulta útil siempre que uno no se la tome demasiado en serio.
Pero ¿no hay mucho trabajo empírico sólido en la microeconomía? Sí; y también en la macroeconomía.
La diferencia es que, en términos generales, en la microeconomía no hay tanta determinación política de negar los resultados empíricos.
Pero incluso ahí, cuando se trata de ámbitos en los que hay muchos intereses políticos, como la economía de la atención sanitaria, se nota la persistencia de las opiniones políticamente convenientes, por muy sólidas que sean las pruebas contra ellas. La primera vez que escuché la expresión “ideas zombis” fue en el campo de la sanidad, no en el de la macroeconomía.
Volviendo al punto de partida: el hecho es que estos han sido días de gloria para la macroeconomía estándar, que se ha comportado asombrosamente bien en unas condiciones de crisis. Si han oído decir lo contrario, culpen a la política, no a la economía.

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