Nuestra sistema capitalista está al borde de la desintegración

Por Will Hutton *




De haberse enfrentado hace ochenta años a los actuales acontecimientos económicos, nadie habría tenido duda alguna: estaríamos viviendo evidentemente una crisis del capitalismo. Por el contrario, existe una renuencia colectiva a llamar al pan, pan. Esta es a veces una crisis de la Unión Europea, otras una crisis del euro, y otras una crisis de la deuda o de voluntad política. Es todas estas cosas, pero se trata de subtramas de una historia mucho más amplia: la forma en que se ha concebido y practicado el capitalismo durante los últimos treinta años ha topado con los parachoques. Mientras no se reconozca esto, las economías occidentales seguirán encerradas en un estancamiento que podría incluso transformarse en un desastre económico de envergadura.

Dicho simplemente, el mundo tiene billones y billones de desbordante deuda de particulares financiada por demasiadas divisas distintas, cuyo riesgo queda presuntamente aliviado por más billones todavía de apuestas financieras que no minimizan en conjunto un ápice el riesgo sistémico. Todo este edificio financiero, soportado por minúsculas cantidades de capital, se creó durante tres décadas respaldado por la teoría de que los mercados no cometen errores. El capitalismo se concibe y ejercita mejor, afirma esta teoría, con banqueros y empresarios cazadores-recolectores que no le deben lealtad ni al Estado ni a la sociedad.   

Esto es una estupidez. Los negocios y el Estado generan conjuntamente riqueza en un sistema de compleja dependencia mutua. Los mercados se ven acuciados por cambios bruscos de ánimo así como por la incertidumbre, lols cuales, de no verse contrarrestados por la acción de los gobiernos, conducen a violentas oscilaciones. Un capitalismo sin responsabilidad o proporcionalidad acaba degradado en chantaje sistemático o explotación. La perspectiva de remuneraciones sin límite constituye una abierta invitación a pésimas conductas, delictivas incluso. No puede haber buen capitalismo sin árbitros que hagan sonar el silbato o sin un robusto marco en el que puedan funcionar los mercados; ninguna de ambas cosas las crea el capitalismo mismo de modo fiable, de ahí el papel del gobierno democrático. Sin embargo, el mundo esta tratando de resolver el legado de los últimos treinta años como si nada de esto fuera cierto y siguieran, en cambio, siendo válidas la práctica y las teorías que han creado este desbarajuste.

El Secretario del Tesoro, Tim Geithner, al sumarse a los ministros de economía de la UE en Polonia mientras reflexionaban de nuevo sobre cómo terminar con la crisis en curso del euro, reconocía por lo menos la actual interdependencia entre países cuando urgía a sus colegas ministeriales a dejar de pelearse, pues los mercados estaban aterrorizados por la amenaza de una catástrofe, con todos los riesgos que implicaba para los EE. UU.

George Osborne también llevaba razón cuando declaró que iba en interés de Gran Bretaña tener un euro fuerte. Pero preocuparse por las repercusiones que tendría el fracaso del euro es charla vieja. Lo que los mercados necesitan oír es que los políticos occidentales – sea o no en la eurozona – consideran el euro como parte de la solución potencial a la actual crisis del capitalismo, no su causa, y que están preparados para hacer todo lo que esté en su poder con el fin de apoyar las reformas necesarias para hacer que el euro sobreviva y tomar otras medidas vitales para que el sistema financiero mundial sea funcional de nuevo. Geithner y Osborne deberían poner dinero para dar ejemplo de lo que dicen.

Los críticos del euro, al poner de relieve que se trata de una camisa de fuerza monetaria y que la mejor reforma consistiría hoy en su ruptura, pierden de vista lo esencial. No fue esta llamada camisa de fuerza la que ha causado la actual crisis del euro. Es la interacción del sistema euro con una crisis del capitalismo de las que se dan una vez cada siglo lo que nunca anticiparon sus diseñadores y apoyos, como tampoco sus críticos. Sí, lo que la crisis ha dejado en evidencia es que la eurozona necesitaba un fondo de más de un billón para recapitalizar los bancos descalabrados y apoyar las reducciones de deuda soberana; esto no estaba escrito en el tratado originario. Y que hace falta independizar o separar formalmente la parte de banca de inversión de la banca comercial en los bancos internacionales de la UE, como propone la comisión bancaria de Sir John Vicker para Gran Bretaña, si quieren estar mínimamente a salvo. Pero ninguna de estas nociones ha sido grito de guerra de los euroescépticos en los últimos diez años.

De hecho, la existencia del euro ha constituido hasta ahora un baluarte contra el desastre. Supongamos que no se hubiera creado y que la crisis financiera de 2008 se hubiese abatido sobre una Europa con múltiples tasas de cambio flotantes y sin un banco central europeo: la utopía euroescéptica. Los sistemas bancarios irlandés, portugués, griego, español, italiano y francés se habrían quedado solos, derrumbándose siguiendo el efecto dominó, reaccionando al entrar en contacto con la megacrisis de Gran bretaña y los EE. UU. Ni siquiera habrían quedado inmunes algunos bancos alemanes. Se habría producido una depresión de las dimensiones de la de los años 30, la disolución de la UE y un aumento de las devaluaciones y el proteccionismo comercial del "empobrecer al vecino".[1]

Todavía no hemos escapado de esta posibilidad. Si el euro se hace pedazos, la cascada consiguiente de desplomes bancarios y reducciones de deuda no resultará menos amenazadora y Gran Bretaña se verá arrastrada a la vorágine. La UE ha creado un "instrumento de estabilidad financiera" para intentar mantener una línea de resistencia. Pero no hay urgencia en lanzarlo; no es todavía un verdadero fondo sino más bien un suministro de facilidades de préstamo, como recurso provisional, y es demasiado reducido. E igual de malo, los gobiernos alemán y francés están esposados a la austeridad europea colectiva; no sólo quieren imponerse presupuestos equilibrados a largo plazo sino una austeridad espeluznante a  los infortunados estados que tienen que pedir prestado para apoyar a sus bancos y mercados de bonos.

Un continente entero se ve asolado por la falta de demanda en medio de una crisis capitalista, exacerbada por los planes británicos de tierra quemada y reducción del déficit. Muchos bancos europeos son ya técnicamente insolventes, tal como reconoce Christine Lagarde, la nueva directora gerente del FMI, si no los bancos mismos.

La semana pasada, el Banco de Inglaterra se sumó a la Reserva Federal norteamericana, al Banco del Japón y al banco central suizo en su promesa a los bancos europeos de una liquidez vital en dólares, aliviando un rato la crisis. Se ha comprado tiempo; estamos esforzándonos denodadamente para salvarnos. Pero el mundo exterior necesita ir mucho más allá. El instrumento de estabilización europeo debe transformarse en un fondo con capacidad de otorgar préstamos e intervenir para decir adiós a los especuladores: tiene que contribuir Gran Bretaña, los EE.UU., Suiza y Japón, junto a China y los estados árabes ricos en petróleo, junto a Alemania. .

A cambio de acudir a aliviar al contribuyente alemán, deberíamos exigir dos concesiones: una, que Europa ponga manos a la obra para hacer independientes las operaciones de banca de inversión de sus bancos mundiales a fin de hacerlos menos vulnerables; y en segundo lugar, que no haya dinero internacional disponible a menos que la UE se comprometa a un plan formal de crecimiento en el que países más fuertes, sobre todo Alemania, prometan estimular sus respectivas economías. Como parte del paquete, Gran Bretaña debería avenirse a postergar sus planes de reducción del déficit y emitir bonos denominados en euros a fin de contribuir al nuevo eurofondo.

Vivimos la confluencia de circunstancias económicas más peligrosa de los tiempos modernos. Intentar pretender que las interdependencias no existen o que el derrumbe del euro es la respuesta no puede hacer más que empeorar las cosas. Se trata de una elección categórica: o hacemos todo lo posible por ayudarnos unos a otros o nos arriesgamos a despeñarnos por la que podría ser la peor contracción económica en cien años.

Nota:

[1] "Beggar my neighbour o beggar thy neighbour ("empobrecer al vecino") fue una práctica política de escala internacional. Ésta no sería superada hasta después de la Segunda Guerra Mundial y hundiría aún más las economías de los países europeos afectados por la Gran Depresión que tuvo su origen en el crack del 29. Ésta consiste en la aplicación de contingentes máximos o tarifas más elevadas de importación con el fin de poder extraer el máximo capital al país del cual se importa la mercancía para suavizar el choque de la crisis en los países afectados". [De Wikipedia]


Will Hutton es un periodista británico que escribe una columna semanal de análisis económico en el diario The Guardian. *

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