El retorno de las naciones




Por Simon Jenkins *



Puede que estuviese equivocado. Lo estaba. Pensaba que los Gobiernos europeos gastarían cualquier cantidad de dinero e impondrían la austeridad que fuese necesaria para rescatar de su imprudencia y locura a cuantos bancos lo requiriesen. Todos los bancos eran demasiado grandes para caer. Ninguna deuda era excesiva, todas podían rescatarse. Los banqueros asolaban Europa.
Y, ahora, lo que era impensable parece ser inevitable. Los 'sumos sacerdotes' de la Eurozona hablan de repente de "cuándo, no de si" Grecia quiebra. Los propios griegos parece que ven la devaluación como algo menos doloroso que la austeridad impuesta por el Estado, y puede que tengan razón. Su salida del euro sería todo un descalabro, requeriría la restructuración de las deudas y, posiblemente, de las divisas de la periferia de la Eurozona, incluyendo Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia. Sería un duro golpe, pero como es una posibilidad desde Maastricht en 1992, difícilmente puede considerarse como impensable.
Llegados a este punto, los "pro-europeos" tiene que dejar de decir tonterías y volver a la realpolitik. Alarico no está a las puertas de Roma. Napoleón no ha regresado de Elba. Lo único que puede pasar es que las democracias europeas, despreciadas, distorsionadas y corrompidas en el último cuarto de siglo por los oligarcas de Bruselas, salgan de la sombra de la Acrópolis, cuna de la democracia. Podría ser un momento estimulante. Para los escépticos de las grandes federaciones y de las doradas alianzas, podría ser este un momento de particular regodeo.

La historia del euro, según Krugman

No hay nada malo en que exista una divisa compartida por entidades políticas compatibles. Pero la unión debe ser reflejo de una realidad económica subyacente, con instituciones políticas que pueden relacionar el voto con los impuestos y los gastos y el tomar prestado con devolverlo. A este respecto, el economista y premio Nobel Paul Krugman redactó un buen artículo sobre la historia del euro.
Comparó el área del dólar estadounidense, con su gobierno federal, lengua común y cultura política, con la Eurozona, que carece de todas ellas. Krugman concluyó que "estas carencias, desde el principio, hicieron que las perspectivas de una moneda única fuesen discutible". Peor aún, contribuyó a "hinchar la imaginación de las elites europeas". La moneda única se convirtió en el pasaporte para una utopía burocrática, un medio para una unión todavía más gloriosa.
Me considero a mi mismo como un "buen" europeo, pero en lo que a la UE se refiere, dicho idealismo merma con cada avance que el poder de Bruselas quita a los contribuyentes y a legisladores europeos. Un informe reciente mostraba que la UE casualmente sufraga con casi mil millones de euros más de lo debido a los agricultores griegos. Acaban devolviendo más peces muertos al mar de los que pescan. Se está construyendo un estupendo palacio de 280 millones de libras esterlinas [ 320 millones de euros] en Bruselas. Esto resulta obsceno.

Ser "pro-europeo", un acto de fe más que una cuestión política

Puesto que ser "pro-europeo" es un acto de fe más que una cuestión política, sus adeptos no osan levantar la más mínima protesta ante sus desmanes. No es la primera vez en la historia europea que un super-Estado centralizado asola el continente con su séquito de apaciguadores acríticos que no son capaces de ver el bosque, cegados por sus salarios libres de impuestos.
 Resulta doblemente irónico que Alemania sea el único país que pueda organizar con sensatez el rescate del euro. Su constitución fue tejida por los aliados post-bélicos para hacer que el liderazgo de Europa fue casi imposible. El Gobierno alemán está concebido para ser débil, a merced de sus regiones y de sus votantes. Si, como parece probable, los votantes de Angela Merkel se acaban hartando de rescatar a Grecia, o a los bancos, eso supondría tener que ponerle fin.
El grupo de presión del euro pide a Alemania que vuelva a recuperar su viejo músculo. Apela a los alemanes para que le digan a Grecia que recorte drásticamente los gastos y despida a trabajadores, que habría que retirar el poder de sus ignorantes políticos y acometer una unión fiscal.
El acuerdo post-bélico pretendía liberar a los pequeños países de Europa del riesgo de ser sometidos a un tratamiento semejante, liberar sus diversas historias, culturas e identidades de la persecución a la que las grandes potencias les sometieron durante siglos. El símbolo de dicha independencia es el derecho a imponer cada uno sus propias tasas, de determinar la seguridad social y de apreciar su propia divisa. El euro no era necesario. Incluso en los años de mayor boom, la mejor previsión indicaba que el comercio podría incrementarse en un 10-15%, pero su rescate ya supondría una carga mayor que todo eso.

Un momento de reforma en la historia europea

Se están discutiendo los paquetes de rescate del euro y las inquietantes consecuencias de las reparaciones desastrosamente impuestas sobre Alemania tras la Primera Guerra Mundial. Puede que todo sea "justo", pero el empobrecimiento al que se ven sometidos los griegos, los portugueses o los italianos para rendir honores al valor de las deudas públicas alemana y francesa, debe de ser lo más cercano a una provocación hacia los revolucionarios que pueda darse en la arena política.
¿Es que nadie en Bruselas sabe interpretar la historia? Nos encontramos ante un verdadero momento de reforma en la historia europea, cuando el centralizado y autoritario Sacro Imperio Romano, abotargado y arrogante gracias a los diezmos de los pueblos subyugados, se extralimita en su poder y se enfrenta a una crisis de legitimidad.
Europa se encuentra claramente en un momento decisivo, se revuelve contra el estatismo propio del movimiento europeo con su divisa maniatada, sus flujos de emigrantes económicos y sus contraflujos de subsidios, sus sempiternas crisis y su humillación de los gobiernos democráticos. Se repliega hacia la identidad nacional, y la UE no puede hacer nada para impedirlo.


The Guardian *

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