La tragedia griega que cambió a Europa
Pluto, el dios griego de la riqueza, no tuvo una vida fácil. Según la mitología, Pluto quería conceder riqueza sólo a "los justos, los sabios, los hombres de vida ordenada". Zeus le cegó por envidia, haciendo que Pluto distribuyera sus obsequios indiscriminadamente.
Puede que la Grecia moderna sea justa y sabia, pero no ha tenido una vida ordenada. Como resultado, ha despilfarrado la gran oportunidad y la riqueza concedida por la integración europea. Y unas tasas de interés bajas en la última década llevaron al aumento del déficit y ayudaron a acumular una peligrosa deuda gubernamental.
Ahora, Pluto quiere que le devuelvan el dinero. Europa está cayendo sin preparación en una seria crisis económica, y la incipiente recuperación global podría colapsar fácilmente debido a la insostenible acumulación de deuda gubernamental en los países más débiles.
Los problemas que enfrentan los países de la zona euro son claros: en la última década, Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España (conocidos en los mercados financieros como los PIIGS, que en inglés se puede leer como 'cerdos') experimentaron rápidas expansiones financiadas por créditos extranjeros y bancarios. A finales de 2008, estas burbujas explotaron.
Como custodio del euro, el Banco Central Europeo (BCE) respondió lanzando discretamente salvavidas a estos países, comprando bonos del gobierno a través de ventanas especiales de crédito. La periferia de Europa era frágil pero sobrevivió gracias a esta línea de crédito intravenosa del BCE hasta hace unas semanas, cuando de repente quedó claro que Jean-Claude Trichet, presidente del BCE, y el país que lo apoyaba, Alemania, decidieron dejar a Grecia fuera de este subsidio implícito.
Los alemanes ya se cansaron de apoyar países que, en su opinión, no se esfuerzan lo suficiente. Naturalmente, los inversionistas huyeron de la deuda de Grecia. A la vez, su sistema financiero quedó al borde del colapso, a medida que inversionistas y ahorradores salieron del país.
Pero ya no se trata sólo de Grecia. Otros países podrían dejar de recibir este financiamiento fácil del BCE, por lo que la inquietud se extiende a España y Portugal. Los mercados también van a reconsiderar qué hacer con Irlanda e Italia, y Austria y Bélgica podrían seguirles. Si no se afrontan estos problemas rápida y eficazmente, la economía europea podría descarrilarse, con serias implicaciones —si bien difíciles de cuantificar— para el resto del mundo.
Alemania y Francia están preparando un tardío paquete de ayuda para Grecia, aunque han dejado claro que Grecia debe reducir los salarios del sector público y otros gastos. Si Grecia (y los otros países en apuros) aún tuvieran sus propias monedas, sería mucho más fácil. Al igual que en Gran Bretaña desde 2008, sus tasas de cambio se depreciarían considerablemente. Esta circunstancia reduciría los costos laborales, haciéndolos de nuevo competitivos (sólo hay que recordar Asia después de 1997-1998) y elevaría los precios de los activos, lo que ayudaría a salir a flote a los prestatarios cuya deuda supera el valor del activo sobre el que pidieron el préstamo.
Debido a que estos atribulados países comparten el euro, sus divisas no pueden caer de esta manera. Por lo tanto, sólo les queda reducir drásticamente la demanda y recortar salarios y empleos del sector público.
Se supone que el Fondo Monetario Internacional (FMI) concede préstamos a los países en apuros, para amortiguar los efectos de las crisis y ofrecer una especie de interruptor internacional cuando las cosas parecen frágiles. La idea es implementar gradualmente ajustes para restaurar la confianza y servir como un certificado externo de la credibilidad de un gobierno.
La necesidad del FMI
Dominique Strauss-Kahn, el director gerente del FMI, dijo recientemente en la radio francesa que el fondo está preparado para ayudar a Grecia. Pero Strauss-Kahn sabe que es más que nada una ilusión.
"Acudir al FMI" implica un estigma; si no, pregúnteles a los países asiáticos que tuvieron que pedir préstamos al FMI durante la crisis de los 90. Y en Europa hay muchos que ven al fondo como una institución influenciada por EE.UU. —no es casualidad que la sede del FMI esté muy cerca de la Casa Blanca— que estaría invadiendo territorio europeo.
Además, el presidente francés Nicolas Sarkozy tiene poderosas razones personales para ahuyentar al FMI. Strauss-Kahn podría presentarse a las próximas elecciones presidenciales de Francia; a Sarkozy no le haría ninguna gracia ver al responsable del FMI asumiendo un papel de estadista en su propio territorio.
La canciller alemana Angela Merkel también está preocupada. El FMI podría considerar que las políticas del BCE han sido abiertamente contradictorias —al crear un euro fuerte y una inflación baja— e inapropiadas para países miembros en medio de un colapso financiero. Un apoyo del FMI a las economías europeas más débiles pondría en duda la imperante ideología entre los responsables de la política económica dominada por Fráncfort.
Los países fuera de Europa, como EE.UU., son reacios a involucrarse. Enviar a Grecia al FMI significaría que otros países tendrían que "compartir la carga", ya que lo que estaría en juego serían recursos de los países miembros del FMI, no fondos de la Unión Europea.
Si Europa quiere realmente salvar del colapso a esta versión de la zona euro, ¿qué deberían hacer?
En primer lugar, los responsables de la UE deberían reconocer que, a pesar de todos sus defectos, el FMI tiene una experiencia única en diseñar programas de rescate. Los últimos acontecimientos indican que el IMF sería usado como un "asesor técnico".
Además, Europa debe crear pronto un sistema de financiamiento multilateral que permita disponer de fondos adecuados a cada país que se adhiera a estos programas. Podrían ser recursos conjuntos de las naciones europeas, complementados con financiamiento del FMI.
Depender de dinero directamente de Francia o Alemania es poco aconsejable. Será difícil que los contribuyentes alemanes y franceses y el sector público griego lleguen a un consenso.
En tercer lugar, el BCE necesita ajustar sus políticas, reduciendo aún más las tasas de interés y permitiendo que suba la inflación en toda la zona común europea. Si estas políticas monetarias más relajadas no agradan a los contribuyentes alemanes, el eje Berlín-Fráncfort debería admitir que la eurozona misma es un fracaso.
Finalmente, si los países en apuros no pueden cumplir las condiciones impuestas a cambio de ayuda, la UE necesita una digna salida. Estos países necesitarían un plan para retirarse de la zona euro. La mera existencia de esa posibilidad podría causar serias complicaciones —quizás abriendo la puerta a más ataques especulativos—, pero no prepararse para esta posibilidad sería totalmente irresponsable.
Francamente, sería un desastre que los países más débiles abandonaran la eurozona. Estas naciones necesitarían rehacer todos sus contratos en relación a las nuevas divisas, convertir en esas nuevas monedas todos los pasivos y activos posibles, y crear nuevas políticas monetarias.
Otros países de la UE presionarán para que se mantenga el status quo. Prefieren que el BCE siga ofreciendo préstamos a los países con necesidad, y los problemas se pospongan para otro día. Ésta tampoco es la solución.
Fácilmente, los problemas podrían saltar fuera de Europa. Cualquier país soberano en problemas financieros puede ser llevado para ser juzgado ante la corte de crédito internacional.
Los mercados financieros nos están diciendo que la eurozona se encuentra bajo amenaza, pero el mensaje real es mucho más amplio: la dinámica de la deuda insostenible puede minarnos a todos.
Simon Johnson es catedrático del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) y ex economista jefe del FMI. Peter Boone es investigador del London School of Economics.
FUENTE : WALL STREET JOURNAL
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