Monedas contra dementes
Por Paul Krugman
EL PAIS
Qué, ¿se han enterado de lo de la moneda del billón de dólares? Puede que les suene a broma. Pero si no estuviéramos dispuestos a acuñar esa moneda o a tomar alguna medida equivalente, la broma —y además muy pesada— será a nuestra costa.
Hablemos un instante del malvado despropósito del enfrentamiento sobre el techo de la deuda.
Conforme a la Constitución de EE UU, las decisiones fiscales recaen en el Congreso, que aprueba leyes que especifican los tipos impositivos y establecen los programas de gasto. Si los ingresos que aportan esos tipos impositivos establecidos por ley son inferiores a los costes de esos programas establecidos por ley, el Departamento del Tesoro, por lo general, pide prestada la diferencia.
Últimamente, los ingresos han sido muy inferiores al gasto, principalmente debido a lo deprimida que está la economía. Si esto no nos gusta, hay un remedio sencillo: exigir que el Congreso aumente los impuestos o que reduzca el gasto. Y si nos sentimos frustrados por la falta de acción del Congreso, la democracia significa que uno no siempre consigue lo que quiere.
¿Dónde encaja en todo esto el techo de la deuda? La verdad es que en ningún sitio. Puesto que el Congreso ya determina los ingresos y el gasto, y por consiguiente la cantidad que el Tesoro necesita tomar prestada, no debería ser necesaria otra votación para autorizar ese préstamo. Pero por razones históricas, cualquier aumento de la deuda federal tiene que ser aprobado por una nueva votación. Y ahora los republicanos de la Cámara de Representantes amenazan con negar esa aprobación a menos que el presidente Obama haga importantes concesiones políticas.
Es crucial que entendamos tres cosas respecto a esta situación. La primera es que elevar el techo de la deuda no va a otorgar al presidente ningún nuevo poder; cada dólar que gaste seguirá necesitando la aprobación del Congreso. La segunda es que si no se eleva el techo de la deuda, el presidente se verá obligado a infringir la ley de una manera o de otra. O bien toma prestados fondos desafiando al Congreso, o bien no gasta el dinero que el Congreso le ha dicho que gaste.
Por último, piensen en lo malvada que es esa amenaza del Partido Republicano. Si alcanzáramos el techo de la deuda, el Gobierno de EE UU acabaría suspendiendo los pagos de muchas de sus obligaciones. Esto tendría repercusiones desastrosas para los mercados financieros, para la economía y para nuestra posición en el mundo. A pesar de ello, los republicanos amenazan con desencadenar este desastre a menos que obtengan reducciones del gasto que no han sido capaces de obtener a través de los habituales canales constitucionales.
Los republicanos se pondrán furiosos con esta analogía, pero es inevitable. Esto es exactamente como si alguien entrara en una sala abarrotada anunciando que tiene una bomba atada al pecho y amenazara con hacer estallar esa bomba a menos que se cumplan sus demandas.
Lo que nos lleva a la moneda.
Se da la casualidad de que una turbia cláusula legal otorga al secretario del Tesoro el derecho de acuñar y emitir monedas de platino en la cantidad o denominación que elija. Esas monedas, como es natural, estaban destinadas a ser piezas de coleccionista, acuñadas para conmemorar ocasiones especiales. Pero la ley es la ley y brinda una sencilla aunque extraña manera de salir de la crisis.
Así es como funcionaría: el Tesoro acuña una moneda de platino con un valor facial de un billón de dólares (o muchas monedas con valores inferiores, la verdad es que da igual). Esta moneda se depositaría inmediatamente en la Reserva Federal, que anotaría la suma en la cuenta del Gobierno. Y el Gobierno podría entonces emitir cheques contra esa cuenta, prosiguiendo con las operaciones normales sin emitir nueva deuda.
Por si acaso se lo están preguntando, no, esto no sería una maniobra inflacionaria de impresión de moneda. Aparte del hecho de que imprimir dinero no es inflacionario en las condiciones actuales, la Reserva Federal podría compensar y compensaría las disposiciones de efectivo del Tesoro vendiendo otros activos o solicitando más dinero prestado a los bancos, de modo que en realidad el Gobierno estadounidense en su conjunto (que incluye la Reserva Federal) seguiría endeudándose con normalidad. Básicamente, esto no sería más que un truco contable, pero es algo bueno. El techo de la deuda es un ejemplo de una tontería contable que se vuelve maligna; emplear un truco contable para invalidarla es absolutamente correcto.
¿Pero no sería indigno el truco de la moneda? Sí, lo sería, pero mejor parecer un poquito ridículo que dejar que estalle una crisis financiera y constitucional.
Ahora bien, es posible que la moneda de platino no sea la única opción. A lo mejor el presidente podría limitarse a declarar que, según entiende él la Constitución, su obligación de cumplir las órdenes del Congreso en lo referente a los impuestos y gasto tiene más prioridad que el techo de la deuda. O podría financiar operaciones del Gobierno emitiendo cupones que parecen deuda y se comportan como deuda, pero que insiste en que no son deuda y, por tanto, no cuentan en cuanto al techo.
O, lo mejor de todo, podrá haber suficientes republicanos cuerdos como para que el partido reaccione y se deje de amenazas destructivas.
Sin embargo, a menos que esta última posibilidad se materialice, el deber del presidente es hacer lo que sea necesario, por muy poco convencional o ridículo que parezca, para acabar con esta crisis de rehenes. ¡Acuñe esa moneda!
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel en 2008.
EL PAIS
El deber del presidente es hacer lo necesario para acabar con esta crisis de rehenes
Qué, ¿se han enterado de lo de la moneda del billón de dólares? Puede que les suene a broma. Pero si no estuviéramos dispuestos a acuñar esa moneda o a tomar alguna medida equivalente, la broma —y además muy pesada— será a nuestra costa.
Hablemos un instante del malvado despropósito del enfrentamiento sobre el techo de la deuda.
Conforme a la Constitución de EE UU, las decisiones fiscales recaen en el Congreso, que aprueba leyes que especifican los tipos impositivos y establecen los programas de gasto. Si los ingresos que aportan esos tipos impositivos establecidos por ley son inferiores a los costes de esos programas establecidos por ley, el Departamento del Tesoro, por lo general, pide prestada la diferencia.
Últimamente, los ingresos han sido muy inferiores al gasto, principalmente debido a lo deprimida que está la economía. Si esto no nos gusta, hay un remedio sencillo: exigir que el Congreso aumente los impuestos o que reduzca el gasto. Y si nos sentimos frustrados por la falta de acción del Congreso, la democracia significa que uno no siempre consigue lo que quiere.
¿Dónde encaja en todo esto el techo de la deuda? La verdad es que en ningún sitio. Puesto que el Congreso ya determina los ingresos y el gasto, y por consiguiente la cantidad que el Tesoro necesita tomar prestada, no debería ser necesaria otra votación para autorizar ese préstamo. Pero por razones históricas, cualquier aumento de la deuda federal tiene que ser aprobado por una nueva votación. Y ahora los republicanos de la Cámara de Representantes amenazan con negar esa aprobación a menos que el presidente Obama haga importantes concesiones políticas.
Es crucial que entendamos tres cosas respecto a esta situación. La primera es que elevar el techo de la deuda no va a otorgar al presidente ningún nuevo poder; cada dólar que gaste seguirá necesitando la aprobación del Congreso. La segunda es que si no se eleva el techo de la deuda, el presidente se verá obligado a infringir la ley de una manera o de otra. O bien toma prestados fondos desafiando al Congreso, o bien no gasta el dinero que el Congreso le ha dicho que gaste.
Por último, piensen en lo malvada que es esa amenaza del Partido Republicano. Si alcanzáramos el techo de la deuda, el Gobierno de EE UU acabaría suspendiendo los pagos de muchas de sus obligaciones. Esto tendría repercusiones desastrosas para los mercados financieros, para la economía y para nuestra posición en el mundo. A pesar de ello, los republicanos amenazan con desencadenar este desastre a menos que obtengan reducciones del gasto que no han sido capaces de obtener a través de los habituales canales constitucionales.
Los republicanos se pondrán furiosos con esta analogía, pero es inevitable. Esto es exactamente como si alguien entrara en una sala abarrotada anunciando que tiene una bomba atada al pecho y amenazara con hacer estallar esa bomba a menos que se cumplan sus demandas.
Lo que nos lleva a la moneda.
Se da la casualidad de que una turbia cláusula legal otorga al secretario del Tesoro el derecho de acuñar y emitir monedas de platino en la cantidad o denominación que elija. Esas monedas, como es natural, estaban destinadas a ser piezas de coleccionista, acuñadas para conmemorar ocasiones especiales. Pero la ley es la ley y brinda una sencilla aunque extraña manera de salir de la crisis.
Así es como funcionaría: el Tesoro acuña una moneda de platino con un valor facial de un billón de dólares (o muchas monedas con valores inferiores, la verdad es que da igual). Esta moneda se depositaría inmediatamente en la Reserva Federal, que anotaría la suma en la cuenta del Gobierno. Y el Gobierno podría entonces emitir cheques contra esa cuenta, prosiguiendo con las operaciones normales sin emitir nueva deuda.
Por si acaso se lo están preguntando, no, esto no sería una maniobra inflacionaria de impresión de moneda. Aparte del hecho de que imprimir dinero no es inflacionario en las condiciones actuales, la Reserva Federal podría compensar y compensaría las disposiciones de efectivo del Tesoro vendiendo otros activos o solicitando más dinero prestado a los bancos, de modo que en realidad el Gobierno estadounidense en su conjunto (que incluye la Reserva Federal) seguiría endeudándose con normalidad. Básicamente, esto no sería más que un truco contable, pero es algo bueno. El techo de la deuda es un ejemplo de una tontería contable que se vuelve maligna; emplear un truco contable para invalidarla es absolutamente correcto.
¿Pero no sería indigno el truco de la moneda? Sí, lo sería, pero mejor parecer un poquito ridículo que dejar que estalle una crisis financiera y constitucional.
Ahora bien, es posible que la moneda de platino no sea la única opción. A lo mejor el presidente podría limitarse a declarar que, según entiende él la Constitución, su obligación de cumplir las órdenes del Congreso en lo referente a los impuestos y gasto tiene más prioridad que el techo de la deuda. O podría financiar operaciones del Gobierno emitiendo cupones que parecen deuda y se comportan como deuda, pero que insiste en que no son deuda y, por tanto, no cuentan en cuanto al techo.
O, lo mejor de todo, podrá haber suficientes republicanos cuerdos como para que el partido reaccione y se deje de amenazas destructivas.
Sin embargo, a menos que esta última posibilidad se materialice, el deber del presidente es hacer lo que sea necesario, por muy poco convencional o ridículo que parezca, para acabar con esta crisis de rehenes. ¡Acuñe esa moneda!
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel en 2008.
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