La partición de Europa
Por Alejandro Nadal
Estamos en el umbral del colapso y
terminación del euro. Hay pocas probabilidades de que la moneda común europea
sobreviva, por lo menos como la hemos conocido desde su creación. Existen
opciones para rescatarla, pero tendrían que acompañarse de transformaciones
esenciales en la Unión Europea, sino en la forma de aplicar la política
macroeconómica. No es para nada evidente que los líderes europeos estén dispuestos
a caminar por ese sendero que llevaría a una integración política visionaria.
¿Suena
pesimista el pasaje anterior? Veamos lo que dicen los hechos. La subasta de
bonos italianos a diez años la semana pasada tuvo que realizarse a un costo
financiero superior a 7 por ciento. A ese tipo de tasas, la deuda italiana que
ya se sitúa en 120 por ciento del PIB es absolutamente insustentable. Si en
algún momento la tasa descendió a niveles de 6.7 por ciento, eso se debió a la
intervención momentánea (y con desgano) del Banco Central Europeo (BCE). Roma
debe reunir más de 350 mil millones de euros en los próximos meses y cualquier
titubeo del BCE haría disparar el costo de la deuda italiana a niveles
realmente intolerables. Como es bien sabido, la deuda italiana está cerca de
los 2 billones (castellanos) de euros. Es algo demasiado grande para poder
respaldar y rescatar. Las medidas de austeridad que ahora se acumulan sobre la
economía italiana, impuestas por la troika Unión Europea-FMI-BCE
profundizarán la recesión y agudizarán la crisis. Roma ha desplazado a Atenas y
se encuentra bien instalada en el centro de lo que es la cambiante crisis
europea.
Ante el
fracaso de la cumbre europea hace dos semanas para fortalecer el Fondo Europeo
de Estabilidad Financiera (FEEF). El proyecto de utilizar los recursos actuales
del Fondo (unos 440 mil millones de euros) como base de apalancamiento para
obtener un billón de euros no ha terminado bien. Hoy el FEEF apenas tiene 200
mmde para ayudar a Italia. Así que lo único que hoy podría hacer frente a la
debacle sería una acción decidida del BCE. Pero la clase política en Alemania
tiene incorporada en su estructura genética el rechazo a cualquier cosa que se
parezca a la emisión de billetes para contrarrestar la fase descendente de un
ciclo económico, ya no se diga para entrar al quite en una crisis como la
actual. Así que la intervención del BCE no es algo con lo que se pueda contar.
Y si alguien
apunta que el BCE ya ha estado interviniendo para apuntalar la deuda de Grecia,
Italia y España, hay que señalar que las modalidades de dicha intervención han
anulado la eficacia de las medidas adoptadas. Lo primero que hizo el BCE fue
anunciar que odiaba profundamente tener que comprar bonos de la deuda griega o
italiana y que lo haría por cantidades limitadas y provisionalmente. Con ese
desplante le dijo a los inversionistas en el mundo financiero que el BCE tenía
total desconfianza de esos bonos, lo que no ayudó nada en las colocaciones de
esos bonos. Y ahora que la verdadera magnitud de la crisis se revela ante
todos, el BCE ya ha dejado entrever que se acerca el límite de sus
intervenciones.
El
dogmatismo de la austeridad fiscal terminará por hundir la economía italiana.
La restructuración de su deuda no será posible y, de todos modos, no serviría
para estimular el crecimiento, generar empleo y aumentar la recaudación. Es
decir, Italia está atrapada en un callejón sin salida. Al igual que el caso
griego, abandonar el euro se perfila como la única opción.
En ese
contexto no sorprende el anuncio de Merkel en Berlín abriendo la posibilidad de
una restructuración profunda de la zona euro. Quizás (es lo más probable) está
ya pensando en el rompimiento de la zona euro tal y como está armada hoy. Esa
reorganización implicaría mantener a unos cuantos países (Alemania, Francia,
Holanda) con la moneda común (¿se llamaría el euromark?) mientras los demás
recuperarían sus monedas nacionales. Por supuesto, ese cambio implicaría la
redenominación de todos los contratos y deudas en las nuevas monedas nacionales
y acarrearía pérdidas astronómicas.
Este mensaje
es compatible con el que dejó flotando en el ambiente Sarkozy hace unos días
sobre la posibilidad de una Europa de dos velocidades. En el núcleo estarían
las economías centrales que mantendrían mayor grado de integración. En la
periferia estarían otras economías con vínculos mucho menos fuertes con el las
economía nucleares. Todo eso significa que varias economías tendrían que
abandonar la euro-moneda.
Estos
arreglos requerirían cambios en los tratados medulares de la Unión Europea y
eso consumiría años de negociaciones. En un pasaje todavía más desafortunado de
su discurso, la Merkel afirmó que una comunidad que sostiene que nunca cambiará
sus reglas, independientemente de lo que ocurra en el mundo, es una comunidad
que simplemente no puede sobrevivir. Esta es la señal de que hay que levantar
el campamento. La partición de Europa no irá sin una redefinición profunda del
paisaje político, quizás con trágicas consecuencias.
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