La muerte y los impuestos
Por Max J. Castro
Dicen en Estados Unidos que hay dos cosas que no se pueden evitar: la muerte y los impuestos
Eso es rigurosamente cierto para los trabajadores norteamericanos, en especial los trabajadores manuales, a los que no solo se les deducen automáticamente los impuestos de su cheque salarial (como a todos los empleados), sino que también tienen una menor expectativa de vida que los profesionales y empleados de cuello blanco.
Pero hay una excepción al imperativo de la muerte y los impuestos. Las corporaciones, que fueron declaradas personas por el Tribunal Supremo de EE.UU. en la tristemente célebre causa de Citizens United, pueden existir indefinidamente y evitar por completo el pago de impuestos, como lograron hacer treinta de las mayores compañías de EE.UU. entre 2008 y 2010, según un estudio reciente.
Es más, como promedio, estas treinta firmas muy rentables que aparecen entre las 500 de la revista Fortune, no solo dejaron de pagar impuestos, sino que disfrutaron de una tasa negativa de impuestos: encima de sus colosales ganancias anuales, al terminar el año fiscal, el gobierno les debía (y les pagó) dinero.
Wells Fargo estuvo a la cabeza con un premio de $18 mil millones en 2008-2010, por cortesía del Tío Sam. No nos debemos sorprender: uno de los mayores bancos del país, un sector que sirvió tan mal a la nación y tuvo las agallas y la rapacidad de tratar de obtener nuevos honorarios de los mismos ciudadanos que le salvaron el pellejo, estaba a la cabeza de la fila, con la mano extendida, para recibir una cantidad muy seria de dinero. Y puede que Wells Fargo no haya sido el peor de los actores: en términos de porcentaje, Pepco Holding, con un “pasivo exigible tributario” de -57,6 por ciento, encabezó a todas las otras corporaciones que no pagan impuestos. Otras compañías que no pagaron impuestos son Verizon, Boeing y General Electric.
El estudio, realizado por el grupo no partidista Ciudadanos por una Justicia Tributaria, y el Instituto acerca de Impuestos y Política Económica, desmiente el perenne argumento republicano de que las tasas corporativas de impuestos deben disminuirse porque las corporaciones norteamericanas pagan impuestos más altos que las corporaciones en casi todos los demás países.
La realidad es que las corporaciones norteamericanas pagan muchos menos impuestos de lo que uno supondría debido a la tasa impositiva nominal. Es más, las 280 compañías incluidas en el estudio pagaron como promedio 18,5 por ciento de impuestos sobre ingresos, aproximadamente la mitad de la tasa oficial de impuesto corporativo del 35 por ciento. Entre las compañías más rentables, 78 no pagaron impuestos durante al menos uno de los tres años estudiados.
Pero la plétora de amnistías tributarias y las lagunas que el gobierno concede a las corporaciones no es suficiente para ellas o para los republicanos que aspiran a la presidencia, o para los fanáticos antiimpuestos del Partido Republicano en el Congreso.
Herman Cain, por ejemplo, reduciría las tasas de impuesto corporativo y sobre los ingresos a 9 por ciento. También aumentaría el impuesto sobre las ventas a 9 por ciento. El plan privilegia a los ya privilegiados y castiga de manera tan escandalosa a los pobres, y las cifras son tan poco realistas,que uno no sabe si reír o llorar. Otros republicanos quieren eliminar por completo los impuestos corporativos. Esto en un momento en que los cofres de las compañías se desbordan de ganancias acumuladas, los impuestos corporativos significan una proporción mucho menor de los ingresos del gobierno que en el pasado, y el país se enfrenta a un serio problema deficitario del presupuesto a largo plazo.
En crudo contraste con la generosa asistencia social a las corporaciones que beneficiaron abrumadoramente a los ricos durante las últimas cuatro décadas, los republicanos han estado ocupados satanizando a los pobres que reciben beneficios del gobierno, a veces unidos a los demócratas (principalmente a Bill Clinton),para reducir esos beneficios de escasos a minúsculos a inexistentes.
Los resultados de esa política ya se conocen, y son desagradables.
Los nuevos datos del censo indican que hay ahora muchas más personas extremadamente pobres –“los más pobres entre los pobres”– que nunca antes. Uno de cada 15 norteamericanos, una cifra récord de 20,5 millones de personas, se incluyen en esta categoría.
Eso es casi la mitad de los 46,2 millones que viven por debajo del límite de pobreza. Es decir, su ingreso es menor de $5 570 dólares al año para un individuo o $11 157 o menos para una familia de cuatro personas.
Por tanto, mientras el uno por ciento más rico de la población nunca antes ha tenido el nivel de lujo y riqueza que tiene hoy, 6,7 del pueblo –casi siete veces más el uno por ciento de élite– vive bajo condiciones de extrema pobreza.
Irónicamente, el mayor nivel de pobreza extrema se sufre en la sede del poder político de la nación, la capital del país más poderoso del mundo. Con una tasa de 10,7 por ciento de pobreza extrema, Washington, D.C. le gana incluso a Mississippi, lo que hace del D.C. la capital de la pobreza extrema en Estados Unidos.
Por lo tanto, Washington, D.C., con sus ejércitos de cabilderos platudos, políticos, burócratas de alto vuelo y tipos de tanques pensantes conservadores bien financiados que tratan desesperadamente de ignorar y evitar el contacto con el aún mayor contingente de pobres y de los extremadamente pobres, brinda un cruel espejo que refleja la nación en que nos hemos convertido.
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