Reino Unido afronta unas elecciones generales históricas



A punto de celebrarse las elecciones generales británicas más importantes en una generación, estoy en Nueva York. Esto tiene ventajas y desventajas: la desventaja es la lejanía a la campaña; la ventaja es la posibilidad de distanciarme. Cuando lo hago, me asaltan las decisiones existenciales que afronta Reino Unido: ¿se convertirá en una gran Grecia o en una gran Holanda?

Reino Unido tiene un inmenso déficit fiscal y una enorme deuda pública. Es mucho más pobre de lo que se esperaba hace tres años. Hay que hacer ajustes. La cuestión es si es el país el que controlará esos ajustes o serán los ajustes los que lo controlen a él. Sin embargo, tanto los políticos como la opinión pública niegan las opciones. Tal y como muestra el simulador de Internet de Financial Times, el recorte de 37.000 millones de libras (42.625 millones de euros) que habrá que realizar en la próxima revisión de gastos supondrá graves daños.
Pero, tal y como señalan mis colegas, “los tres grandes partidos se niegan a explicar de dónde saldrán al menos 30.000 millones de libras de ese ahorro”. El Instituto de Estudios Fiscales (IFS) ha señalado lo incompletos, insensatos e increíbles que son los planes de recorte del gasto a largo plazo. El ISF también ha publicado un informe devastador sobre la calidad de los previstos cambios fiscales. Para los idealistas que crean que la democracia se basa en el debate bien informado, estas elecciones deben resultarles desilusionantes.
Sin embargo, los retos son muy grandes. El gasto público británico como porcentaje del producto interior bruto (PIB) es mayor que el de Grecia, Italia, Portugal y España. Tal y como ha señalado el Centro de Investigación Económica y Empresarial (CEBR por sus siglas en inglés), muchas regiones británicas son en la actualidad poco más que dependencias gubernamentales. El Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé que el déficit fiscal se sitúe este año en el 11,4% del PIB, una cifra superior al 8,7% de Grecia y Portugal y al 10,4% de España. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico sitúa la deuda pública británica en el 70% del PIB a finales de 2011, por debajo del 101% de Grecia, pero próxima al 69% de Portugal y muy por encima del 49% de España.
Afortunadamente, Reino Unido cuenta con tres importantes activos frente a estos países: la credibilidad obtenida gracias a su trayectoria en la gestión de sus finanzas públicas, con frecuencia con un endeudamiento público mucho mayor; segundo, un tipo de cambio flexible (gracias, Gordon); y, tercero, un déficit por cuenta corriente que el FMI sitúa en sólo el 1,7% del PIB este año, frente al 5,3% de España, el 8,9% de Grecia y 9% de Portugal. El país puede autofinanciarse. El sector privado británico disfruta de un superávit de ingresos frente a gastos del 10% del PIB.
Sin embargo, es obvio que el Gobierno británico va a tener que tomar decisiones difíciles. Entonces, ¿por qué pienso que Holanda es un ejemplo relevante para Reino Unido? No es sólo porque mi madre fuera neerlandesa. Holanda fue el precursor de Reino Unido como potencia comercial, naval e imperial. El país lleva en declive, en relación a otras potencias, tres siglos, frente a sólo siglo y medio en el caso de Reino Unido. Pero también ha tenido éxito en materia política y económica. Es atlantista, estable y democrático, pese a su compleja política de coaliciones. Goza de una economía sana, compañías triunfadoras y una sólida posición exterior. Tras dos siglos de relativa decadencia, mano a mano con Reino Unido, durante la mayor parte del último medio siglo ha aumentado su riqueza.
El motivo de que el ejemplo holandés sea relevante –e incluso atractivo– se debe en parte a que Reino Unido parece moverse hacia la política de coaliciones. También porque las pretensiones británicas de gozar del estatus de gran potencia serán cada vez menos razonables con el ascenso de los populosos países emergentes. Las revisiones del gasto público por venir seguramente aceleren el ritmo de declive geopolítico. Reino Unido sólo tiene que ajustar sus objetivos a sus posibilidades.
Tal y como he indicado en varias columnas recientes, el esquema de lo que es necesario hacer está claro. Bill Martin, del Centro de Estudios Empresariales de la Universidad de Cambridge, señala en un excelente nuevo informe que la economía tiene que reequilibrarse declinándose por las exportaciones netas y la inversión; la política tiene que apoyar con firmeza el crecimiento económico; y debe existir un plan creíble para eliminar el déficit fiscal, dirigido al recorte del hinchado gasto. Dada la magnitud del déficit, son inevitables las reducciones en la seguridad social y los salarios públicos. En ausencia de este plan, es posible que el país tenga que hacer frente a la difícil elección entre una mayor inflación y una nueva recesión o, pero aún, que no haya posibilidad alguna de evitar ambas, juntas.
La prueba de la madurez política de un país reside en su capacidad para definir y tomar decisiones colectivas realistas. Por desgracia, los avances de Reino Unido en este sentido han sido bastante pobres, aunque es algo de lo que la mayoría de nosotros no nos dimos cuenta hasta que estalló la crisis. Pero esta crisis es el test.
Sea cual sea el resultado de las elecciones, el Gobierno tendrá que asumir el gran reto. Si no lo hace, tal vez porque sea demasiado débil o tenga su vista puesta en otras elecciones, es posible que los mercados cojan al toro por los cuernos. Reino Unido tiene una buena posibilidad para evitar ser Grecia o España. Pero no puede dar el éxito por garantizado. Tiene que controlar los acontecimientos, y no dejar que éstos le controlen a él. Pronto sabremos si sus políticos tienen el valor y la madurez para hacerlo. Eso espero, aunque no soy muy optimista.

AUTOR : Martin Wolf
FUENTE : FINANCIAL TIMES

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