Un postulado en revisión: Hacer máximo el valor de las acciones
El presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, dice que sus propuestas para estimular la economía estadounidense podrían salvar o crear entre tres y cuatro millones de empleos para 2010, un 90% de ellos en el sector privado.
Financial Times nos recordaba que hace un cuarto de siglo el presidente de General Electric, Jack Welch, defendió como objetivo último de un ejecutivo hacer máximo el valor de las acciones en Bolsa. Ahora lo considera la idea más estúpida.
El éxito suele tener muchos padres; el fracaso, ninguno. Eso sucede ahora cuando se intentan indagar las causas de la crisis de los sistemas bancarios internacionales. ¿Cómo empezó todo? Tenemos ya suficientes indicios que revelan que detrás de la caída libre de los bancos de inversiones de Estados Unidos, hasta que quebraron todos, estuvo presente la codicia por alcanzar en un período de tres años un alto valor de las acciones pues los directivos recibían como incentivo planes de compra a precios atractivos de opciones sobre las propias acciones del banco. Fueron las célebres “stock options”. Luego se dio un paso más audaz. Los incentivos se basarían no sólo en el valor en Bolsa de las acciones, sino que se tomarían propuestas más atractivas. Para muchas compañías el plan se basaba en prometer un porcentaje sobre los ingresos, lo que resultaba en remuneraciones muy por encima de lo que habría sido algo más lógico, como relacionar los mejores esfuerzos en el aumento de los beneficios por acción.
La codicia por las ganancias rápidas, crecientes y sin justificación condujo a lo que muchos años antes Keynes definió la bolsa como un casino. Y la sociedad de entonces como la “Casino Society”, o la sociedad del juego especulativo. Como en otras características del capitalismo, también en eso acertó, porque a lo largo del quinquenio 2002-2007 Estados Unidos se convirtió en un inmenso casino. Lo que importaba, por encima de todo, era hacer máximo el valor de las acciones. No se tenían en cuenta la eficacia de los planes, la solidaridad con todos los que contribuían a hacerlos efectivos. Sólo contaba que antes del cierre de cada trimestre los analistas comprobaran que los resultados de un período tan corto eran superados y con ello las acciones parecía que tendrían revalorizaciones constantes. Fueron los años en que los vendedores de hipotecas cobraban por anticipado todo lo que vendieran, no se sabe a quién y con datos incompletos. Se llegó a definir un nuevo tipo de hipoteca, “los préstamos con pocos datos”. Sólo importaban los incentivos y nadie medía los riesgos de las operaciones.
En Bolsa se sabía muy bien que nada puede crecer indefinidamente, porque si las acciones de una compañía crecen en valor un tres por ciento mensual, un título de un dólar valdrá al cabo de cinco años ciento sesenta y tres dólares. No importaba. Se trataba de cosechar en pocos meses las ganancias que el negocio no podía dar. Luego vino el originar y distribuir. Las ganancias se multiplicaron empaquetando en títulos todo lo que tenía riesgo y venderlo como algo valioso en Europa, Asia y América Latina. Los resultados todavía se manifiestan en niveles de paro y pobreza crecientes.
Robert Tornabell. Profesor de Finanzas de ESADE y ex Decano
FUENTE : DIARIO EXPANSION
Financial Times nos recordaba que hace un cuarto de siglo el presidente de General Electric, Jack Welch, defendió como objetivo último de un ejecutivo hacer máximo el valor de las acciones en Bolsa. Ahora lo considera la idea más estúpida.
El éxito suele tener muchos padres; el fracaso, ninguno. Eso sucede ahora cuando se intentan indagar las causas de la crisis de los sistemas bancarios internacionales. ¿Cómo empezó todo? Tenemos ya suficientes indicios que revelan que detrás de la caída libre de los bancos de inversiones de Estados Unidos, hasta que quebraron todos, estuvo presente la codicia por alcanzar en un período de tres años un alto valor de las acciones pues los directivos recibían como incentivo planes de compra a precios atractivos de opciones sobre las propias acciones del banco. Fueron las célebres “stock options”. Luego se dio un paso más audaz. Los incentivos se basarían no sólo en el valor en Bolsa de las acciones, sino que se tomarían propuestas más atractivas. Para muchas compañías el plan se basaba en prometer un porcentaje sobre los ingresos, lo que resultaba en remuneraciones muy por encima de lo que habría sido algo más lógico, como relacionar los mejores esfuerzos en el aumento de los beneficios por acción.
La codicia por las ganancias rápidas, crecientes y sin justificación condujo a lo que muchos años antes Keynes definió la bolsa como un casino. Y la sociedad de entonces como la “Casino Society”, o la sociedad del juego especulativo. Como en otras características del capitalismo, también en eso acertó, porque a lo largo del quinquenio 2002-2007 Estados Unidos se convirtió en un inmenso casino. Lo que importaba, por encima de todo, era hacer máximo el valor de las acciones. No se tenían en cuenta la eficacia de los planes, la solidaridad con todos los que contribuían a hacerlos efectivos. Sólo contaba que antes del cierre de cada trimestre los analistas comprobaran que los resultados de un período tan corto eran superados y con ello las acciones parecía que tendrían revalorizaciones constantes. Fueron los años en que los vendedores de hipotecas cobraban por anticipado todo lo que vendieran, no se sabe a quién y con datos incompletos. Se llegó a definir un nuevo tipo de hipoteca, “los préstamos con pocos datos”. Sólo importaban los incentivos y nadie medía los riesgos de las operaciones.
En Bolsa se sabía muy bien que nada puede crecer indefinidamente, porque si las acciones de una compañía crecen en valor un tres por ciento mensual, un título de un dólar valdrá al cabo de cinco años ciento sesenta y tres dólares. No importaba. Se trataba de cosechar en pocos meses las ganancias que el negocio no podía dar. Luego vino el originar y distribuir. Las ganancias se multiplicaron empaquetando en títulos todo lo que tenía riesgo y venderlo como algo valioso en Europa, Asia y América Latina. Los resultados todavía se manifiestan en niveles de paro y pobreza crecientes.
Robert Tornabell. Profesor de Finanzas de ESADE y ex Decano
FUENTE : DIARIO EXPANSION
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