La crisis irlandesa dinamita el euro


Entre la ira y la melancolía, se cuela algún que otro rayo de humor irlandés. ¿Capital de Irlanda?, decía un chiste de la semana pasada. Respuesta: unos 20 euros. O aquella mujer apostada a la puerta del banco central de Dublín mientras los funcionarios de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional bajaban a rescatar el país. Sostenía un cartel que hacía referencia a la larga lucha de Irlanda por la dependencia y rezaba así: "Los nuevos latifundistas de Irlanda: el BCE y el FMI. ¡Que viene la hambruna!".
Pero los chistes no consiguen alumbrar un estado de ánimo muy sombrío. En semejanza directa a la humillación británica de hace 34 años, cuando una economía deshecha se vio obligada a acudir al FMI, Irlanda ha tenido que ser rescatada de la bancarrota.
Un país que, hasta hace poco, señoreaba al resto de Europa y disfrutaba de una de las economías más elevadas, se ha encontrado a las puertas del equivalente nacional a la cárcel de morosos. Y, lo que es peor, la desgracia de Irlanda amenaza no sólo al euro (el más ambicioso de los ambiciosos proyectos de la Unión Europea) sino a toda la UE.
La clase de retórica que suele reservarse a los euroescépticos empedernidos ha llegado al corazón del público europeo y a la sede del poder en Bruselas. Malos presagios Aunque después suavizó sus comentarios, Herman van Rompuy, presidente del consejo europeo, dijo que Europa se enfrentaba a una "crisis de supervivencia. Debemos trabajar juntos para sobrevivir con la zona euro porque, si no sobrevivimos con la zona euro, no sobreviviremos con la Unión Europea".
Dominique Strauss-Kahn, director gerente del FMI y posible contrincante de Nicolas Sarkozy a la presidencia francesa, ha dicho que la única solución a las crisis como la de Irlanda-y los problemas que se arremolinan en torno a Grecia, Portugal y España- es centralizar la UE de una manera temida desde hace tiempo por Gran Bretaña. "Las ruedas de la cooperación se mueven demasiado despacio", dijo. "El eje debe tomar la iniciativa en todas las áreas claves para alcanzar el destino común de la unión, sobre todo en política financiera, económica y social. Los países deben estar dispuestos a ceder más autoridad al eje".
La alternativa es que el euro, enarbolado como el logro supremo de la UE, no sobreviva en su forma actual. Irlanda se ha metido en un lío impresionante y ya ha presentado su plan de ajuste. La avaricia y locura de unos banqueros incapaces ha dejado amplias deudas. Y, para colmo, los prestamistas privados abandonan el país en su momento de necesidad y se está produciendo una "huida silenciosa" de los bancos por parte de las empresas que retiran sin hacer ruido sus depósitos de las entidades nacionales más afectadas por la crisis. 
El problema es la escala del auge y el desmoronamiento bancario. No sorprende que la última fase de la gran crisis financiera se haya vuelto personal. El viernes, Dan Boyle, presidente del partido verde irlandés, abogó por crear el delito de "traición financiera". El tigre celta que rugía tanto ahora sólo maúlla por la leche de la UE -en los próximos días está previsto que se anuncien 100.000 millones de euros- y los culpables, según Boyle, deben ser encarcelados y multados. No es el único que se ha desahogado.
Los contribuyentes de Alemania y otros países, después de haber rescatado a Grecia, se preguntan por qué tienen que hacerlo otra vez. El tabloide Bild clamaba contra que el "irlandés arruinado" reciba miles de millones. Hasta el principal diario serio alemán preguntaba "cuántas veces va a pasar lo mismo".
El contribuyente británico tampoco es inmune. El Reino Unido está enganchado con una aportación de 8.000 millones de libras a un mecanismo de la UE que apuntala países en parálisis financiera. El ministro de economía, George Osborne, ha anunciado que Gran Bretaña podría poner a disposición más miles de millones porque obedece al "interés nacional". El dinero será un préstamo, no una donación, pero Irlanda, como han dejado claro las agencias de calificación, no es ni mucho menos una apuesta segura.
Lo que Osborne quería decir con esto es que la alternativa -dejar que el país se hunda- sería peor, entre otras cosas porque debe a los bancos británicos al menos 80.000 millones de libras. ¿Le suena familiar? En efecto.
Hace dos años muchos bancos, ante la amenaza de que se vinieran abajo, tuvieron que ser rescatados por sus gobiernos. En algunos casos, simplemente se trasladó el problema del sector bancario al estado. Miedo al contagio En los últimos meses, el temor a un contagio similar se ha cernido sobre los países más débiles de la moneda única.
Mientras crecían los problemas en los países de la zona euro, la canciller alemana Angela Merkel se expuso a las presiones políticas de los votantes contrarios al rescate de los países débiles. Habían apoquinado para Grecia y no estaban dispuestos a pagar por nadie más. A finales del mes pasado, Merkel se pronunció. Dijo que, cuando surgen los problemas, los bancos e inversores no deben ser rescatados sin más por los contribuyentes sin soportar parte de las pérdidas.
Algunos observadores se quedaron horrorizados. "No es lo que dice Merkel, sino cómo lo dice, y el momento tan atroz que ha escogido para decirlo. Es importante que no cunda el pánico", explicaba un alto funcionario de la UE. Demasiado tarde. Sus palabras exacerbaron el nerviosismo en los mercados financieros. Como los prestamistas temían no recuperar su dinero, empezaron a cobrar más por él. Y los problemas de Irlanda se intensificaron todavía más.
El rescate es inevitable, le guste o no a Irlanda, cuando menos porque había otros países preocupados de que sus bancos sufrieran pérdidas. El BCE de Fráncfort también quería recuperar los miles de millones que había inyectado en Irlanda.
El rescate llega demasiado tarde para muchos, como en el caso de Frank Feighan, diputado nacional y propietario de un pequeño negocio que su familia ha gestionado desde hace un siglo en Irlanda. El pasado viernes dijo que "hemos utilizado todas las reservas y el dinero no entra porque los bancos no lo tienen. Después de 100 años, nos vemos obligados a cerrar después de Navidad".
Sin embargo, las preocupaciones de los funcionarios de la UE van mucho más allá de esa clase de infortunio. Mientras discuten un acuerdo con el gobierno irlandés, esperan no sólo rescatar a Irlanda, sino evitar también que la devastación se contagie por la zona euro. Después de Grecia e Irlanda, ¿necesitará pronto un rescate Portugal o incluso España? Y si alguno de los dos necesita ayuda, ¿qué presagia eso para el sistema del euro?
Antes, la disolución del euro o su hundimiento era un tema de conversación exclusivo de los elementos marginales. Ya no. Los mercados financieros especulan sobre la disolución parcial de la moneda, simplemente porque la alternativa para muchos países -seguir adelante dentro del sistema e infligir unos problemas sin precedentes a sus ciudadanos por el camino- parece demasiado difícil. Ni siquiera William Hague, ministro de Exteriores, pudo convencer de su futuro a largo plazo. A la pregunta de si se hundiría, respondió: "Pues espero que no. A lo largo de los años, nadie ha señalado más que yo los problemas de una moneda donde fijamos los tipos de cambio y de interés de países con economías diferentes. Pero sinceramente espero que no. ¿Quién sabe?".
David Marsh, ex banquero, copresidente del Foro Oficial de Instituciones Monetarias y Financieras y autor de un libro reciente titulado The euro, cree que "está bastante claro que los griegos e irlandeses se han metido en este lío por el euro. Probablemente estemos yendo hacia una situación en la que el euro tenga que disolverse entre el norte y el sur, o el centro y la periferia, por ejemplo". Sugiere que podría haber dos euros diferentes: uno para las economías económicamente sólidas y otro para las débiles, con un tipo de cambio entre ellos.
"Recortar los flecos engangrenados al sur y al oeste para mantener la parte central funcionando podría ser un paso de tremenda importancia", vaticina. "Pero no creo que sea el fin de la civilización como la conocemos. Estas cosas, que parecían ciencia ficción, están empezando a hacerse realidad".
Simon Tilford, economista jefe del Centro para la Reforma Europea, ha dicho que "no creo que el número de miembros actual del euro esté grabado en piedra". Que un país se marche, opina, sería "una complicación y un riesgo" pero ya no es "inconcebible".
Las presiones se amontonan según David McCreadie, analista de la financiera Cantor Fitzgerald, para quien, "como Grecia, Irlanda y Portugal, al final los mercados de los bonos se volverán contra la deuda española. Es sólo cuestión de tiempo". La UE tiene posibilidades de rescatar a Irlanda, Portugal y otros países pequeños, pero España es otro tema. Su economía es tan grande que la UE tendría que pedir garantías adicionales.
Tilford se pregunta si "¿Italia -que ya tiene enormes deudas de por sí- sería capaz de suscribir más miles de millones de deuda dado el escepticismo de los mercados a recuperarla? No lo sé". Hay varias alternativas al euro que se lanzó con tanta euforia hace 12 años el día de Año Nuevo en Bruselas pero ninguna es agradable.
Una es que la moneda única forcejee bajo el agua, con parches periódicos de sumas tremendas de los contribuyentes de sus miembros más potentes. El problema es que, con economías como la de Grecia, Irlanda y Portugal, se convertiría en una chaqueta de fuerza permanente y dolorosa, y no en el camino hacia la prosperidad que una vez parecía ser.
La crisis financiera ha derribado la convicción de que, una vez dentro de la zona euro, los países podían tomar prestado en los mismos términos que Alemania. Sin eso, las razones para permanecer se desvanecen, sobre todo cuando los sacrificios son tan grandes. Una o todas las economías denominadas pigs -Portugal, Irlanda, Grecia y España- podrían marcharse en los próximos tres o cuatro años, o incluso antes.
Otra posibilidad es que el sistema se desintegre y devuelva a Europa las monedas nacionales. Pero conviene recordar que si un país abandona y decide salirse del euro, su deuda se dispararía ante la falta de credibilidad de la nueva moneda.
Los mercados ya no confían. En el siglo XIX fracasó una serie de uniones monetarias en Europa. Hace 12 años, sus líderes insistían en que esta vez sería diferente. La historia les contradecía entonces y puede que todavía más ahora. Si se produce la retirada del euro, ¿dónde se quedan las ambiciones políticas de la UE?

FUENTE  : EL ECONOMISTA.ES

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