Las amenazas contra los Terminators bancarios
Hace seis meses, solía bromear con mis colegas comentando que la situación de los mayores bancos de inversión mundiales me recordaba a las escenas finales de la película Terminator II.
Casi al final de la cinta, tal y como recordarán sus seguidores, el Terminator malo queda esparcido en fragmentos por el suelo, totalmente impotente –una situación muy similar a la de Wall Street y la City de Londres tras la crisis financiera de 2008–.
Pero, entonces, los fragmentos del robot se fusionan hasta que el Terminator se yergue de nuevo en pie. Igualmente, a finales de 2009, los mayores bancos mundiales daban la sensación de estar recuperándose a un ritmo sorprendente, a medida que sus beneficios y las expectativas de bonus crecían –y el lobby financiero parecía alejar cualquier reforma radical–.
Pero ahora, siguiendo la tradición de Hollywood, se ha producido un espectacular giro en los acontecimientos. A principios de este mes, la Administración Obama sobresaltó a Wall Street con el anuncio de un nuevo impuesto.
Sin embargo, el jueves asestó un golpe aún más duro, amenazando con obligar a los bancos comerciales a abandonar la negociación con capital propio (proprietary trading), y con frenar la consolidación bancaria. En términos financieros, es como una bestia que vuelve a buscar venganza y que salta a escena para atacar de nuevo al robot. Sin duda, algunos banqueros se estarán temblando del susto.
No es muy difícil entender qué ha motivado todo esto. Pueden culpar, si lo prefieren, a las amenazas. En las últimas 48 horas, desde que el partido Demócrata perdiese en Massachussets, entre los grupos de apoyo del partido demócrata más importantes han circulado correos electrónicos en los que exigen que la Administración Obama tome medidas drásticas y agresivas contra el sector de la banca, para recuperar la confianza de los votantes.
Como muestra un influyente e-mail general al que he tenido acceso, algunos patrocinadores del partido demócrata han amenazado con empezar a sacar las armas –a menos que el Gobierno muestre que está dispuesto a enfrentarse a los bancos–. Ante esa amenaza, que es sólo la punta del iceberg de la ira de los votantes, la Administración Obama ha actuado.
Está por ver si dará resultado como estrategia política. Sin embargo, la pregunta más intrigante ahora es cuál será el siguiente paso en la reforma de la regulación. Después de todo, lo que Obama hizo el jueves no fue sólo atacar a los bancos; también minó implícitamente la idea de la coordinación global.
Durante los últimos meses, decenas de banqueros y burócratas sin rostro han viajado de un lado a otro, asistiendo a comités internacionales para intentar buscar soluciones a problemas como la estructura de los bancos, el capital o la regulación de los derivados. Y, mientras desempeñaban esta aburrida y compleja labor, el lema que los ha guiado ha sido la necesidad de actuar “de forma coordinada”.
Pero ahora, con la entrada de los políticos, se está echando por tierra el delicado esfuerzo burocrático. Cuando la Administración Obama reveló su impuesto bancario a principios de este mes, por ejemplo, no consultó al resto del G-20 (o al Fondo Monetario Internacional, que llevaba semanas trabajando diligentemente sobre este asunto).
Tampoco hubo coordinación del Gobierno británico con otros países cuando lanzó su propio impuesto bancario. Y, desde luego, los dramáticos anuncios de Obama no se presentaron como parte de un plan conjunto global; todo se reduce a la política estadounidense.
¿Responderán los banqueros? No cabe duda de que a algunos les gustaría, sobre todo porque creen (o esperan) que la falta de coordinación global abre potencialmente la posibilidad de un futuro arbitraje regulador generalizado. De hecho, antes incluso de que Obama hiciera el anuncio, algunos importantes financieros insistían en que existían sólidas bases legales para luchar contra la tasa bancaria estadounidense y el impuesto sobre los bonus de los banqueros británicos.
Hasta el jueves, la mayoría de los banqueros temían que emprender estas acciones resultase demasiado peligroso en términos políticos; sin embargo, después del anuncio, es posible que piensen que tienen poco que perder con ello.
En cualquier caso, lo que está claro ahora es que el futuro camino de la regulación es totalmente incierto, ya que lo que sucede en la actualidad no es tanto un test de las finanzas, como una prueba de los sistemas políticos y sociales occidentales; o, en otras palabras, los riesgos reales ahora son los que se pueden diseñar en una hoja de cálculo.
Esto es terrible para muchos banqueros, que prefieren un mundo en el que puedan ser dueños su futuro. Pero tal vez no resulte tan sorprendente en términos históricos. Después de todo, cuando la bolsa estadounidense quebró en 1929, pasaron cuatro largos años antes de que se implementase la Ley Glass-Steagall.
Sobre esa base, es razonable pensar que esta lucha pueda prolongarse más tiempo (incluso hasta 2012). Prepárense para nuevos giros argumentales como el de Terminator II.
Gillian Tett
FUENTE : FINANCIAL TIMES
Casi al final de la cinta, tal y como recordarán sus seguidores, el Terminator malo queda esparcido en fragmentos por el suelo, totalmente impotente –una situación muy similar a la de Wall Street y la City de Londres tras la crisis financiera de 2008–.
Pero, entonces, los fragmentos del robot se fusionan hasta que el Terminator se yergue de nuevo en pie. Igualmente, a finales de 2009, los mayores bancos mundiales daban la sensación de estar recuperándose a un ritmo sorprendente, a medida que sus beneficios y las expectativas de bonus crecían –y el lobby financiero parecía alejar cualquier reforma radical–.
Pero ahora, siguiendo la tradición de Hollywood, se ha producido un espectacular giro en los acontecimientos. A principios de este mes, la Administración Obama sobresaltó a Wall Street con el anuncio de un nuevo impuesto.
Sin embargo, el jueves asestó un golpe aún más duro, amenazando con obligar a los bancos comerciales a abandonar la negociación con capital propio (proprietary trading), y con frenar la consolidación bancaria. En términos financieros, es como una bestia que vuelve a buscar venganza y que salta a escena para atacar de nuevo al robot. Sin duda, algunos banqueros se estarán temblando del susto.
No es muy difícil entender qué ha motivado todo esto. Pueden culpar, si lo prefieren, a las amenazas. En las últimas 48 horas, desde que el partido Demócrata perdiese en Massachussets, entre los grupos de apoyo del partido demócrata más importantes han circulado correos electrónicos en los que exigen que la Administración Obama tome medidas drásticas y agresivas contra el sector de la banca, para recuperar la confianza de los votantes.
Como muestra un influyente e-mail general al que he tenido acceso, algunos patrocinadores del partido demócrata han amenazado con empezar a sacar las armas –a menos que el Gobierno muestre que está dispuesto a enfrentarse a los bancos–. Ante esa amenaza, que es sólo la punta del iceberg de la ira de los votantes, la Administración Obama ha actuado.
Está por ver si dará resultado como estrategia política. Sin embargo, la pregunta más intrigante ahora es cuál será el siguiente paso en la reforma de la regulación. Después de todo, lo que Obama hizo el jueves no fue sólo atacar a los bancos; también minó implícitamente la idea de la coordinación global.
Durante los últimos meses, decenas de banqueros y burócratas sin rostro han viajado de un lado a otro, asistiendo a comités internacionales para intentar buscar soluciones a problemas como la estructura de los bancos, el capital o la regulación de los derivados. Y, mientras desempeñaban esta aburrida y compleja labor, el lema que los ha guiado ha sido la necesidad de actuar “de forma coordinada”.
Pero ahora, con la entrada de los políticos, se está echando por tierra el delicado esfuerzo burocrático. Cuando la Administración Obama reveló su impuesto bancario a principios de este mes, por ejemplo, no consultó al resto del G-20 (o al Fondo Monetario Internacional, que llevaba semanas trabajando diligentemente sobre este asunto).
Tampoco hubo coordinación del Gobierno británico con otros países cuando lanzó su propio impuesto bancario. Y, desde luego, los dramáticos anuncios de Obama no se presentaron como parte de un plan conjunto global; todo se reduce a la política estadounidense.
¿Responderán los banqueros? No cabe duda de que a algunos les gustaría, sobre todo porque creen (o esperan) que la falta de coordinación global abre potencialmente la posibilidad de un futuro arbitraje regulador generalizado. De hecho, antes incluso de que Obama hiciera el anuncio, algunos importantes financieros insistían en que existían sólidas bases legales para luchar contra la tasa bancaria estadounidense y el impuesto sobre los bonus de los banqueros británicos.
Hasta el jueves, la mayoría de los banqueros temían que emprender estas acciones resultase demasiado peligroso en términos políticos; sin embargo, después del anuncio, es posible que piensen que tienen poco que perder con ello.
En cualquier caso, lo que está claro ahora es que el futuro camino de la regulación es totalmente incierto, ya que lo que sucede en la actualidad no es tanto un test de las finanzas, como una prueba de los sistemas políticos y sociales occidentales; o, en otras palabras, los riesgos reales ahora son los que se pueden diseñar en una hoja de cálculo.
Esto es terrible para muchos banqueros, que prefieren un mundo en el que puedan ser dueños su futuro. Pero tal vez no resulte tan sorprendente en términos históricos. Después de todo, cuando la bolsa estadounidense quebró en 1929, pasaron cuatro largos años antes de que se implementase la Ley Glass-Steagall.
Sobre esa base, es razonable pensar que esta lucha pueda prolongarse más tiempo (incluso hasta 2012). Prepárense para nuevos giros argumentales como el de Terminator II.
Gillian Tett
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