La verdadera cara de la austeridad





Por Juan Torres L.
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En los últimos tres años, el artículo Growth in a Time of Debt de Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart viene siendo utilizado como una especie de Biblia para justificar los recortes y la política de austeridad que el Fondo Monetario Internacional y otros organismos imponen a los gobiernos con el argumento de que es la mejor vía para salir de las crisis de deuda y generar crecimiento.
Esos autores analizaron los datos correspondientes a economías con deuda pública superior al 90% del PIB durante al menos cinco años y concluyeron que su crecimiento medio era del -0,1%, lo que les permitía afirmar que la deuda elevada era la causa de una caída muy importante en su tasa de crecimiento a largo plazo.
Con ese argumento, el Fondo y demás organismos internacionales podían presionar a gobiernos y opinión pública diciéndoles que la deuda elevada iba a reducir el crecimiento y que, por tanto, lo que había que hacer para reactivarlo era aplicar cuanto antes políticas de austeridad basadas en recortes constantes y elevados de gasto público, a ser posible social, pues éste atiende servicios públicos que podían pasar a ser privatizados, para mayor beneficio de los intereses privados.
Ya hace unos meses se puso de relieve que los cálculos que utilizaba el Fondo Monetario Internacional para analizar el efecto multiplicador del gasto público (que consiste en producir un aumento o descenso final en la renta nacional bastante mayor  que su aumento o descenso inicial) estaban equivocados. Se reconoció que el valor de los multiplicadores era mayor al considerado, lo que significa que los recortes de gasto público son mucho más lesivos para la renta que lo que se venía diciendo para defender los recortes.
Pues bien, ahora han sido los datos de Rogoff y Reinhart los que han sido corregidos.
Los investigadores Thomas Herndon, Michael Ash y Robert Pollin han estudiado su base de datos sobre los países estudiados y han descubierto algunos errores importantes (Does High Public Debt Consistently Stifle Economic Growth? A Critique of Reinhart and Rogoff). Concretamente, señalan que en el estudio de Rogoff y Reinhart se omiten numerosas observaciones de países endeudados y de crecimiento, que estos autores utilizan un sistema de agregación muy discutible, puesto que da menos peso a los países que tienen niveles de deuda elevada continuos que a los que tienen momentos coyunturales de crisis con deuda elevada, e incluso que cometen un error de cálculo en la hoja Excel que utilizan para obtener las conclusiones (este error se explica aquí).
Al corregir esos defectos, resulta que los resultados son otros. Solo evitando este último error de cálculo ya desparece el crecimiento negativo asociado a la deuda elevada. Y al ponderar de otro modo los datos, resulta que la deuda continuada superior del 90% en los país considerados está asociada a un crecimiento positivo del 2,2%.
Es verdad que incluso con estas correcciones los datos muestran que la economía de los países con más deuda pública en relación a su PIB crecen más lentamente, pero, en todo caso, la historia es reveladora.
Hay demasiado empeño en mostrar las virtudes de políticas de recortes de gasto cuyos resultados sobre la actividad económica y el empleo son en realidad muy negativos pero que resultan muy claramente favorables a los grupos económicos y financieros más poderosos, como demuestran sin duda alguna los datos relativos a distribución de la renta. Por eso, en cuanto un estudio afirma su bondad se santifica a sus autores y se convierte en la guía del discurso y en el argumento supremo con el que se llevan a cabo.
La realidad de las políticas de austeridad es otra muy distinta a la que nos quieren hacer creer ahora la Troika y los gobiernos que aceptan sin más sus dictados.
Un reciente estudio de Isabel Ortiz y Matthew Cummins (The Age of Austerity – A Review of Public Expenditures and Adjustment Measures in 181 Countries) ha analizado 314 informes del Fondo Monetario Internacional publicados entre enero de 2010 y febrero de 2013 y llega a conclusiones muy clarificadoras y diferentes a las que defiende la sabiduría convencional.
Lo primero que ponen de manifiesto es que, en contra de lo que parece, las políticas de contracción fiscal no se están dando solo en Europa sino en casi todo el mundo: en 2013 estiman que las llevarán a cabo 119 países y 131 en 2014. Así, hoy día afectan a 5.800 millones de personas y afectarán a 6.300 millones en 2015 (el 90% de la población mundial).
Las medidas de contracción fiscal más generalizadas han sido la disminución de salarios públicos (en 74 países de bajo ingreso y en 23 de alto), reducción o eliminación de subsidios (en 78 países de bajo ingreso y 22 de alto), incremento de impuestos al consumo (63 de bajo ingreso y 31 de alto), reforma de las pensiones y de los sistema de salud (en 47 de bajo ingreso y 39 de alto), reformas diversas en los sistema de protección social orientadas a limitar su alcance (en 55 países de bajo ingreso y 25 de alto), y flexibilización del mercado de trabajo (según el FMI en 32 países pero según la OIT en 40 países).
El estudio concluye que estas políticas de austeridad ni promueven el empleo estable, ni el crecimiento, ni mejoran el nivel de vida ni la cohesión social sino que, por el contrario, están empeorándolos y que hacen que la población perciba que en lugar de ayudar a salir de la crisis lo que hacen es ampliarla. Finalmente, el estudio de Ortiz y Cummins concluye de acuerdo con las Naciones Unidas al afirmar que la austeridad está llevando a una nueva recesión y al aumento de la desigualdad.
Ni siquiera a base de errores de cálculo se puede ya disimular el daño que está produciendo una austeridad hacia los de abajo que en realidad significa un despilfarro impresionante de recursos para satisfacer a los de arriba.
No se trata de defender el gasto por el gasto ni la deuda como un fin en sí mismo. En realidad, son las políticas neoliberales las que obligan a endeudarse y es el privilegio de crear dinero concediendo crédito que tienen los bancos lo que los lleva a incentivar y provocar por todos los medios posibles que aumente la deuda, pública y privada. Es su negocio. Pero eso es una cosa, y otra mentir tan descaradamente como se está haciendo para hacer creer que la deuda es el resultado de un excesivo gasto en sanidad, educación o en pensiones públicas y que hay que recortarlas para acabar con la deuda. Para acabar con el lastre que puede suponer la deuda lo que hay que hacer es poner fin al poder bancario y al sistema de reservas fraccionarias y generar un nuevo tipo de economía basada en la satisfacción de las necesidades y en el respeto a la naturaleza y no en la búsqueda del máximo beneficio.

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