La obsesión por el oro
Por Paul Krugman
El Pais
Noticia de última hora: las recientes bajadas del precio del oro, que ha caído alrededor de un 17% desde su valor máximo, demuestran que dicho precio puede bajar además de subir. Puede que les parezca algo evidente, pero, como señala un artículo de The Times del jueves, ha sido una sorpresa desagradable para muchos pequeños inversores en oro, que imaginaban que estaban comprando el más seguro de todos los activos.
Y esto engancha con una historia. Uno de los hechos fundamentales del Estados Unidos moderno es que todo es político; en el caso concreto de la derecha, la gente adopta opiniones sobre lo que sea, desde las ciencias ambientales hasta la seguridad de las armas de fuego, que se ajusten a sus prejuicios políticos. Y el extraordinario auge que ha experimentado recientemente la “obsesión por el oro”, en contra de toda evidencia, demuestra que esta politización puede influir en las inversiones, así como en los votos.
¿A qué me refiero cuando hablo de obsesión por el oro? No a la idea de que comprar oro tenga sentido en ocasiones. El oro ha sido una inversión muy buena desde principios de la década de 2000 y probablemente no todo sea una burbuja. Un modo de ver esto es que el oro es como un bono a muy largo plazo que está protegido de la inflación, y los verdaderos bonos a largo plazo protegidos contra la inflación también han experimentado grandes aumentos de precio, lo que refleja una percepción generalizada de que no hay suficientes inversiones alternativas que sean buenas.
No, ser un obseso del oro significa afirmar que el oro ofrece una seguridad única en épocas de inestabilidad; también significa afirmar que todo iría bien si aboliésemos la Reserva Federal y volviésemos a los viejos tiempos del patrón oro, en los que el valor del dólar se fijaba tomando el oro como referencia, y punto. Y ambas formas de obsesión por el oro están en alza desde 2008.
En el periodo posterior a la crisis financiera —y en buena medida, incluso ahora—, ver las noticias económicas en la televisión, especialmente en la Fox, era ver un montón de cabezas parlantes promocionando el oro, por no mencionar los muchos, muchos anuncios de empresas como Goldline. Muchos estadounidenses estaban convencidos: un tercio de los entrevistados por Gallup en 2011 afirmaba que el oro era la mejor inversión a largo plazo.
Al mismo tiempo, proliferaban los llamamientos a favor de una vuelta al patrón oro, y no solo entre figuras marginales. De hecho, la plataforma republicana de 2012 demandó en la práctica una vuelta al oro, al pedir que una comisión “investigase las posibles formas de fijar un valor para el dólar” (lo que consideraba evidentemente deseable por sí mismo) y dejaba claro que el camino preferido era el de una “base metálica” para la moneda.
Así que la crisis financiera de 2008 trajo consigo una subida de la fiebre del oro (aunque esa subida se ha moderado un poco desde 2011). Pero ¿por qué?
A fin de cuentas, históricamente, el oro ha sido cualquier cosa menos una inversión segura. A veces reporta enormes beneficios, como sucedió a finales de los años setenta y de nuevo entre 2001 y 2011. Pero ese repunte de los años setenta fue seguido de un desplome colosal, ya que el valor real del oro se redujo más de dos tercios.
Por otro lado, el equivalente actual más cercano al clásico patrón oro es el euro, que ha vuelto a imponer a los países europeos más o menos las mismas limitaciones que tenían cuando era el oro el que mandaba. Es cierto que el Banco Central Europeo puede fabricar moneda si opta por hacerlo, pero los países individuales, como los que se regían por el patrón oro, no pueden. ¿Y quién pondría la experiencia reciente de estos países como ejemplo de algo que nos gustaría emular?
De modo que, ¿cómo podemos racionalizar esta postura moderna de la obsesión por el oro? Esencialmente, depende de la afirmación de que la inflación descontrolada está a la vuelta de la esquina.
¿Por qué hay tantas personas a las que esta afirmación les parece convincente? Es famoso el hecho de que John Maynard Keynes tachó el patrón oro de “reliquia bárbara” y señaló lo absurdo que resulta unir el destino de una sociedad industrial moderna a la oferta de un metal decorativo. Pero también reconocía que “el oro ha pasado a formar parte del sistema conservador y es uno de esos asuntos que no podemos esperar que sean tratados sin prejuicios”.
Y así ha seguido siendo hasta hoy. Las personas de mentalidad conservadora tienden a apoyar el patrón oro —y a comprar oro— porque se las convence muy fácilmente de que la “divisa por decreto”, moneda fabricada de manera discrecional en un intento de estabilizar la economía, en realidad forma parte de una conspiración mayor cuyo fin es arrebatarles sus riquezas, conseguidas con mucho esfuerzo, y dárselas a quienes ustedes ya saben.
Pero la inflación descontrolada que supuestamente iba a llegar tras la fabricación irresponsable de moneda —inflación que los sospechosos habituales llevan cuatro años o más declarando inminente— sigue sin producirse. Durante algún tiempo, la subida del precio del oro ha contribuido a otorgar cierta credibilidad a los obsesos del oro aun cuando sus predicciones sobre todo lo demás resultaban erróneas, pero ahora el oro como inversión se ha vuelto decepcionante también. ¿Veremos a destacados obsesos del oro cambiar de opinión, o al menos perder muchos de sus seguidores?
Yo no apostaría por ello. En el Estados Unidos moderno, como he indicado al principio, todo es político, y la obsesión por el oro, que encaja perfectamente con los prejuicios políticos habituales, probablemente siga prosperando, por muy errada que resulte.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.
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