La nueva guerra del comercio
Por Michael R. Krätke
Traducido por Amaranta Suss
Subsiste todavía una pequeña posibilidad de
afirmar una Europa social y verde frente a los rivales transatlánticos. Pero si
los negociadores europeos no se oponen, con las barreras arancelarias entre
Europa y Norteamérica caerán también muchas regulaciones sociales.
Habrá que prestar atención a
acrónimos como ATACI o ATAC. Se esconden tras esas siglas la Asociación
Trans-Atlántica de Comercio e Inversión y el Acuerdo Trans-Atlántico de
Comercio, ambos llamados a jugar en el futuro un gran papel. Desde esta semana
pasada negocian los EEUU y la UE la creación de una zona transatlántica de
libre comercio. La Canciller Angela Merkel se sentirá confirmada. Un proyecto
que ha venido propagando desde hace años cobra ahora forma. Por mucho escándalo
de escuchas que haya estallado: hay demasiado en juego por ambas partes.
Con ATACI/ATAC nacerá la mayor
zona de libre comercio del mundo. Estados como Canadá y México y los ahora
candidatos a ser admitidos como miembros de la UE estarán ahí, igual que los
EEUU y los actuales 28 países miembros de la UE. Se trata del Mercado Común Transatlantia,
esto es, de una potencia capitalista mundial sin parangón ni comparación
posible con cualquier otra asociación de Estados o con cualquier otra región.
Por eso se prometen montañas de oro: casi 200.000 nuevos puestos de trabajo en
Alemania, 500.000 en EEUU, y además, un incremento de bienestar cuantificable
en hasta un 15% de crecimiento. Organizaciones patronales y economistas
liberales auguran el éxito del ciclópeo proyecto. Con las migajas de una
renovada prosperidad podrá compensarse fácilmente a los perdedores, como Japón.
Si llegara en algún momento a
firmarse el acuerdo de libre comercio, el comercio interior de la UE debería
reordenarse, si es que Gran Bretaña y los EEUU quieren contarse entre los
grandes ganadores, junto con los países europeos meridionales y Alemania. Se
descuentan como perdedores los países en el umbral de desarrollo y los países
en vías de desarrollo, entre ellos Rusia, China, India y Brasil. Se trata de
suprimir las restantes aduanas industriales y agrícolas para un volumen
comercial transatlántico actual de 860 mil millones de euros. Más importantes,
huelga decirlo, parecen las barreras comerciales “no-arancelarias”: normativas
nacionales en materia de productos, leyes protectoras del consumidor,
regulaciones sociales y medioambientales. Puesto que hasta ahora Europa y los
EEUU andaban muy desparejos, las ventajas de una armonización saltan a la
vista. Los fabricantes alemanes de automóviles, maquinaria y electrodomésticos
esperan ahorrar millones, si en lo venidero tienen que producir el mismo
producto en una sola versión. Pocas cosas quedarán exceptuadas: la producción
cinematográfica y musical, tal vez.
Negocian por ambos lados ardidos
partidarios del libre comercio. Con los grandes conglomerados empresariales
transnacionales comparten esta visión: la protección del medio ambiente, el
derecho laboral o las regulaciones sociales no son cosas buenas para los
negocios. Lo que se logró con la Agenda 2010 –instituir parcialmente en
Alemania “relaciones laborales americanas” en el mercado de trabajo—, podrá
ahora extenderse a toda la superficie de la UE. Justificación: si no, caeríamos
sin esperanza ante la competencia de ultramar.
Sin embargo, subsiste una pequeña
posibilidad de afirmar una Europa social y verde frente a los rivales
transatlánticos.
Desde el pasado 8 de julio de
2013 saben ya los 159 Estados miembros de la Organización Mundial de Comercio
(OMC) por quién doblan las campanas. Están forzados a liberalizar, ellos
también, el comercio mundial, si no quieren verse arrollados por la nueva
potencia mundial UE-EEUU. También los Estados BRICS –Brasil, Rusia, India,
China, Sudáfrica— tienen que optar: o forman enfrente un bloque comercial
monolítico, o sucumben cada uno por separado.
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