La crisis mundial del empleo





Por Martin Khor
RED DEL TERCER MUNDO



El desempleo ha mostrado su lado más sombrío, convirtiéndose tal vez en el mayor problema económico y social en todo el mundo. La situación actual no es muy diferente a la Gran Depresión de la década de 1930, cuando millones de personas se quedaron sin trabajo.
En esa época, la falta de puestos de trabajo, según algunos historiadores, contribuyó a la segunda guerra mundial. En la actual, es un factor importante en las protestas callejeras de Europa, así como en el derrocamiento de gobernantes en países como Egipto. Hoy, como entonces, existe confusión sobre el tema del desempleo y en medios intelectuales y políticos se discute sobre sus causas y la manera de enfrentarlo.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), hay más de doscientos millones de desempleados en el mundo. El año pasado, la cifra había aumentado en 4.2 millones, y para este se prevé un crecimiento de otros cinco millones. Hoy hay veintiocho millones más de desempleados que en 2007, cuando comenzó la crisis financiera mundial. Pero la cifra se eleva a sesenta y siete millones como “brecha mundial del empleo” si se incluye a quienes optaron por dejar de buscar trabajo. En cuanto a los jóvenes, hay setenta y tres millones más sin empleo en todo el mundo, lo que equivale a 12,6 por ciento, pero en algunos países trepa hasta cuarenta por ciento, lo que produce frustración y rebeldía.
El empleo fue uno de los principales temas discutidos la semana pasada en un Grupo de Trabajo de las Naciones Unidas encargado de la formulación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). De hecho, las Naciones Unidas deberían adoptar el empleo como un asunto de máxima prioridad, por razones obvias. Es el indicador más importante para detectar si una economía es saludable y la puerta al desarrollo social, ya que las personas con trabajo tienen más probabilidades de escapar de la pobreza y satisfacer sus necesidades básicas.
Por este motivo, “la consecución del pleno empleo” debe ser aceptada como un importante ODS. Y el “empleo” debería incluir empleos formales, así como medios de subsistencia en los sectores informales urbano y rural.
El pleno empleo fue ampliamente reconocido como el principal objetivo de la política económica del período posterior a la segunda guerra mundial. Los dirigentes políticos se comprometieron a no atravesar nunca más un largo período de altas tasas de desempleo, como ocurrió durante la Gran Depresión.
Después de la guerra se crearon organizaciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), la OIT, el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), y el empleo fue una de sus principales prioridades. Una de las primeras conferencias de las Naciones Unidas en 1947 tuvo como tema el comercio y el empleo, y dio lugar a la creación del sistema multilateral de comercio.
“Garantizar el pleno empleo” es un objetivo principal de la Organización Mundial del Comercio y el FMI tiene como uno de sus principales propósitos “la promoción y el mantenimiento de altos niveles de ocupación y de ingresos reales”.
En las carreras de Economía de las universidades, así como en los círculos políticos gubernamentales, la consecución del pleno empleo se considera la principal prioridad de la política económica, junto con un crecimiento económico adecuado.
Sin embargo, el objetivo del pleno empleo perdió fuerza a partir de la década de 1980, quedando relegado por otros, como el control de la inflación, la reducción del déficit fiscal, la eliminación de aranceles y la reducción del tamaño y el papel del Estado. Estos otros objetivos se convirtieron en el centro de las políticas del Consenso de Washington y del “ajuste estructural” que el FMI y el Banco Mundial impusieron a los países como condición para concederles préstamos. Muchos países en desarrollo con problemas de endeudamiento adoptaron estas políticas para evitar el default.
Hoy en día esta historia se repite en varios países europeos que adoptan la “austeridad” como política prioritaria, dejando de lado el empleo y el crecimiento.
El consiguiente aumento del desempleo, acompañado por la recesión y la desigualdad, catapultó a la creación de puestos de trabajo como reivindicación central de las demandas populares, enfrentadas al plan de austeridad.
Se libra una batalla política entre quienes insisten en la necesidad de hacer frente al desempleo ya -mientras se resuelve el déficit presupuestario en el mediano plazo- y quienes abogan por adoptar fuertes medidas de austeridad a todos los niveles.
El campo contrario a la austeridad va ganando terreno poco a poco, ya que los hechos revelan un aumento del desempleo y una caída de las tasas de crecimiento.
Los países en desarrollo están siendo afectados cada vez en mayor medida por las políticas de austeridad, sobre todo porque la desaceleración de las grandes economías occidentales afecta ahora a las exportaciones, las divisas, las corrientes de capital y las tasas de crecimiento.
Para evitar que empeore la situación del empleo, los países en desarrollo necesitan políticas internacionales favorables, como las que se enumeran a continuación:
* Los países desarrollados deben evitar las políticas nacionales que perjudiquen la situación laboral de los países en desarrollo.
* Las instituciones financieras internacionales y los organismos de ayuda deben evitar asesorar políticas e imponer condiciones que afecten negativamente el empleo en los países en desarrollo.
* Los organismos internacionales deben adoptar como objetivo prioritario el logro del pleno empleo en los países en desarrollo.
* Los criterios de sustentabilidad de la deuda para los países en desarrollo deberían tener en cuenta los requisitos para crear suficientes puestos de trabajo.
* Las reglas y las negociaciones comerciales deberían dar máxima prioridad al mantenimiento y el fomento del empleo en los países en desarrollo.
El pleno empleo debería restaurarse en todo el mundo como el principal objetivo de la política económica. Esto debería traducirse en que se convierta en una prioridad máxima de los objetivos y metas nacionales, en particular en las políticas fiscales y de desarrollo.


Martin Khor, fundador de la Red del Tercer Mundo y director ejecutivo de South Centre, una organización de países en desarrollo con sede en Ginebra.

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