No se puede

Choque con la realidad: Obama y las instituciones hemisféricas.

Todos querían tomarse fotos con él. Sucedió en la Cumbre de las Américas realizada en Trinidad y Tobago en abril pasado, el primer encuentro entre los mandatarios de América Latina con el flamante presidente de EE.UU. Nada llamó tanto la atención a los participantes como el interés de los presidentes de tomarse fotos con Obama. Incluso los presidentes de los países del bloque Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), férreos críticos a la hegemonía de EE.UU., también aprovecharon el momento para fotógrafiarse y sonreír.

Se entendía el furor. El primer presidente negro en la historia de EE.UU. no sólo llegaba con tasas de popularidad inéditas. También traía a los presidentes latinoamericanos un discurso renovado que lo diferenciaría de la complicada relación con EE.UU. bajo los dos períodos de George W. Bush. "Sé que no se ha cumplido con las promesas de colaboración mutua en el pasado y que la confianza debe ganarse", decía Obama en su discurso inaugural. "Prometo que procuraremos una sociedad equitativa. No existe un socio principal ni de segunda categoría en nuestras relaciones". El aplauso cerrado de los asistentes confirmaba lo inédito de la propuesta: un EE.UU. dispuesto a actuar sólo como un actor más en las grandes decisiones y eventos de la región, rompiendo la tradición de hegemonía que se le atribuye a la mayor potencia del mundo con sus vecinos.

Pero esas intenciones chocaron con la realidad. El débil sistema de instituciones internacionales en el hemisferio, las profundas diferencias entre los países y el desinterés de los grandes países de la región han hecho crecer en Washington la frustración con la actual estrategia.

Obama desde un principio vio la importancia de las relaciones bilaterales con Brasil y México (así como con Colombia y Chile) como críticas para sus relaciones con América Latina. Multilateralismo y bilateralismo eran vistos como estrategias complementarias. No obstante, de acuerdo a observadores, cuatro razones explican por qué no ha consegido los resultados esperados: 1) el multilateralismo requiere más compomisos y concesiones de las que EE.UU. está dispuesto a dar; 2) Brasil no es un país fácil con el cual trabajar por su tendencia a evitar conflictos y por los intereses contrapuestos con EE.UU.; 3) porque se mantienen sospechas sobre las intenciones de EE.UU. ; y 4) las dificultades que plagaron la relación entre EE.UU. y América Latina en el pasado.

Aunque Obama mantiene su apoyo al Plan Arias en Honduras, el cual fue un resultado multilateral desde la OEA, observadores han advertido que la política de Obama derivará a una similar a la de George W. Bush: fortalecer el diálogo bilateral (como lo hace con México y Colombia), dejar que el multilateralismo lo gestionen los mismos países de la región, e intervenir sólo cuando los intereses del país estén en peligro.

"Honduras demostró que en América Latina persisten conflictos en conceptos básicos que no permiten altos niveles de cooperación", dice desde Washington Michael Shifter, experto en la política de EE.UU. y vicepresidente del think tank Diálogo Interamericano. Y es que para Washington no ha sido fácil trabajar con la maraña de organizaciones multilaterales en la región: OEA, ALBA, Mercosur, Unasur, Caricom, CAN, TIAR, Grupo de Río, Pacto Andino y otras que aunque nadie las recuerde siguen vigentes. "No hay otra región en el mundo que tenga tantos organismos internacionales, con tantos objetivos superpuestos y contradictorios y con tantos fracasos en su cumplimiento", dice Juan Emilio Cheyre, ex comandante en jefe del ejército de Chile y director del Centro de Estudios Internacionales de la U. Católica de Chile. Aunque Obama creía que se podía construir algo con esa base, "los tests demostraron que no se puede contar con ellos", dice Shifter. "No están a la altura".

En un inicio Obama buscó canalizar mucho de su política latinoamericana a través de la OEA. Para ello incluso aceptó el reingreso de Cuba a la organización, pese al rechazo interno. No obstante, la ineficacia con que actuó la Organización de Estados Americanos en el tema del golpe de Honduras está motivando al gobierno a buscar alternativas.

"El nuevo gobierno estadounidense está haciendo todo lo posible para emplear los mecanismos multilaterales donde encuentra posibilidades de utilizarlos", dice David Scott Palmer, catedrático en relaciones internacionales de la Universidad de Boston y autor de U.S. Relations with Latin America during the Clinton Years: Opportunities Lost or Opportunities Squandered?. "Una prueba de ello es la respuesta a la crisis en Honduras: desde el primer momento EE.UU. ha apoyado el llamado de la OEA de retornar al presidente Zelaya a su puesto, y a pesar de las críticas en algunos círculos, siguen trabajando con mucho empeño por su reimposición". La historia, no obstante, tiene varios ejemplos como éste: en 2005, en los tiempos de George W. Bush, EE.UU. apoyó los esfuerzos de la OEA para impedir que Daniel Ortega demandara al presidente Bolaños, en Nicaragua. Similar apoyo dio EE.UU. a la propuesta de solución por el conflicto del bombardeo colombiano en Ecuador.

La clave Brasil. El de Honduras no debía de haber sido un test tan duro para Hillary Clinton, secretaria de Estado de EE.UU. Se trata de uno de los países más pequeños y pobres de la región. Aunque en Washington saben haber actuado del lado correcto, la incapacidad de afectar el desenlace institucional llevaría a priorizar otro aspecto del multilateralismo: el diálogo y la colaboración directa con países clave. Principalmente Brasil y México. "Los nombramiento de Thomas Shannon como embajador en Brasília y de Carlos Pascual en México son una señal clara", dice Genaro Arriagada, ex diplomático chileno y consultor en política internacional.

Pero fortalecer relaciones con las dos mayores economías de la región no es fácil. México es el aliado natural. Pero Calderón enfrenta una crisis económica y una guerra contra el narcoterrorismo, sin posibilidades de ser un interlocutor en temas que exceden lo bilateral, como la inmigración, las drogas y armas.

Los analistas coinciden en que Brasil es la clave para una relación multilateral. No obstante, Brasil está más preocupado de llevar adelante una agenda global antes que ejercer un rol vecinal que ayude a la solución de problemas en la región. Muchos critican la renuencia brasileña a tomar partido en los conflictos regionales. "En EE.UU. es incomprensible que países democráticos como los de la región se comporten como si no tuvieran ningún interés en la democracia", dice Jeffrey Davidow, del Instituto de las Américas y ex embajador de EE.UU. en México. No todos lo interpretan igual. "Brasil busca moderar la región, facilitar la negociación y el entendimiento", dice Paulo Sotero, director del Brazil Institute del Woodrow Wilson Center. "Pero su importancia creciente lo llevará a tomar posiciones y elegir lados, algo que no le gusta".

No es secreto que en Washington (que ya miraba con recelo la cercanía de Lula con el presidente de Irán) extrañó el rechazo inicial que el gobierno de Brasil expresó ante el acuerdo de cooperación militar entre EE.UU. y Colombia. Éste buscaba fortalecer con recursos humanos y tecnológicos estadounidenses la lucha que Colombia enfrenta contra la guerrilla y el narcoterrorismo, en asentamientos militares que seguirían estando bajo mando y legislación colombianos. "Aún nos preguntamos cómo Brasil aceptó tan rápidamente la tesis de que se trataba de bases militares extranjeras en Colombia", señala un académico que colabora con la administración de Obama. "Puede que no le guste, pero se trata de la legítima acción de colaboración de dos países soberanos". La explicación de Sotero es distinta. "Este episodio demuestra que es necesaria la consulta previa, el diálogo abierto entre los dos países", dice el brasileño.

A eso hay que sumar el tema del etanol. "Se habla mucho de una alianza estratégica entre Brasil y EE.UU., pero no es una meta fácil", dice Michael Shifter. "Muchas veces, como en el tema del etanol, los intereses de ambos no coincidirán, lo generarando más obstáculos".

El problema es el demostrado por los últimos dimes y diretes entre Colombia y Venezuela: las profundas divisiones de América Latina podrían generar escenarios de inestabilidad que exijan la participación de la comunidad hemisférica para resolverlas. "La intensidad del conflicto entre Venezuela y Colombia es un tema muy preocupante para EE.UU., porque los elementos en juego son muchos", dice Scott Palmer.

La popularidad de Obama sigue estando en un punto alto en América Latina y la invitación a trabajar en conjunto sigue vigente así como su interés de generar un esquema multilateral con América Latina. Pero con sus propias urgencias domésticas en EE.UU. (la gestión de la crisis económica además de la aprobación del plan de salud) así como los conflictos urgentes que hay en otras partes del mundo (pugna israelí-palestina, Irán, Afganistán, Paquistán y Corea del Norte) es poco probable que el presidente de EE.UU. siga gastando capital político buscando esquemas de colaboración de resultados inciertos con América Latina. "No creo mucho que EE.UU. piense en dar algo. Lo que quieren es recibir algo que los alivie del peso que tienen de tener que enfrentarse solos con muchos problemas que han venido acumulándose por el unilateralismo del gobierno pasado", dice Rubens Ricupero, ex embajador brasileño en Washington. "Es la única estrategia posible para un país que está heredando una gran crisis económica, al mismo tiempo que grandes problemas militares".

Así, aunque conserve una mejor imagen que presidentes pasados, la agenda y las políticas de Obama hacia la región serán muy similares a las de George W. Bush, pues ni EE.UU. ni la región están preparados para hacer algo distnto: usar el multilateralismo para enfrentar problemas poco relevantes, adecuándose a la solución de consenso, y enfocar sus esfuerzos bilateralmente, como lo ha hecho en México con el Plan Mérida y con Colombia en el uso de las bases militares.

Posiblemente es tiempo de que sea la misma región la que elija la estructura multilateral con la que decida seguir trabajando con la potencia que sigue siendo su principal socio comercial y con la que, por razones geográficas, culturales y problemas comunes, está destinada a convivir.

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