El choque chipriota
Por Michel Husson
El plan urdido por el Eurogrupo para Chipre es una demostración de
la violencia de las políticas europeas y de la capacidad de los
dirigentes europeos para
agravar la crisis que se supone deben gestionar. No han dudado en
poner en entredicho su respeto de la propiedad privada –concretamente su
compromiso de
garantizar los depósitos bancarios inferiores a 100.000 euros– en
nombre de un principio superior: hacer pagar a los ciudadanos los platos
rotos de la
crisis. En el caso de Chipre se hallaban ante un país pequeño (con
el 0,2 % del PIB europeo), pero que necesitaba, para recapitalizar sus
bancos, una
“ayuda” de 15.800 millones de euros, casi el equivalente a su PIB
anual.
Esto se explica por el enorme volumen de los activos bancarios de
Chipre: 150.000 millones de euros, o sea, casi nueve veces el PIB del
país. Este dato
ilustra su función de puerto de escala para las inversiones rusas
“circulantes”, que no recalan en Chipre más que para ser reinvertidas en
Rusia; así, más
del 50 % de las inversiones en el sector inmobiliario ruso provienen
de Chipre, que es el segundo inversor extranjero en Rusia.
El plan inicial preveía una ayuda de 10.000 millones de euros,
condicionada a la recaudación de 5.800 millones con cargo a los
depósitos bancarios con
arreglo al siguiente reparto: 2.000 millones con cargo a los
depósitos de menos de 100.000 euros y 3.800 millones a los que superan
esa cifra. Sus efectos
habrían sido catastróficos, con una enorme merma del poder
adquisitivo, pero el mero anuncio de la medida bastó para provocar un
pánico bancario y un pulso
entre Rusia y la Unión Europea. La presión popular condujo
felizmente al rechazo del plan, pero el mal ya está hecho y las
consecuencias son difíciles de
prever: no cabe descartar una repercusión sobre la situación griega,
e incluso española, pues a partir de ahora la expropiación parcial de
los depósitos
bancarios entra dentro del ámbito de lo posible.
La verdadera cuestión consiste en saber qué habría que haber hecho.
La idea de hacer pagar a los oligarcas rusos es paradójicamente
subversiva, pues las
instituciones europeas legitiman un proyecto consistente en hacer
pagar la factura de la crisis a quienes se han beneficiado del
capitalismo financiero y
no al pueblo, que no es para nada responsable de la crisis. Se
podría recaudar la misma suma imponiendo una tasa del 15 % (y no del 9,9
%) sobre los
depósitos de más de 100.000 euros. Esto implicaba a la larga el
abandono de la condición de “paraíso fiscal” de Chipre, pero el país
podría pasar a
explotar otros recursos, en particular las reservas de petróleo y
gas descubiertas recientemente y sanear en parte su situación
financiera.
Los dirigentes europeos daban muestras últimamente de un optimismo
obsceno al afirmar que la crisis de las deudas estaba ahora bajo
control, olvidando el
precio que hay que pagar para “tranquilizar” a los mercados
financieros, a saber, el saqueo de países enteros, en particular de
Grecia. El choque chipriota
demuestra, sin embargo, que nada está hecho y que la troika está
dispuesta a llevar al absurdo la violencia de sus políticas. La lección
que podemos sacar
es doble: que únicamente las resistencias sociales pueden responder a
esta violencia y que no han desaparecido las ocasiones para
movilizarse. Pero
necesitan apoyarse en una alternativa radical que pasa por la
anulación de las deudas ilegítimas, la fiscalidad de las rentas del
capital (que solo
tributan al 10 % en Chipre, por cierto), la socialización de la
banca y, a escala europea, una lógica de solidaridad. Chipre podría dar
un ejemplo, no con
una salida del euro que no arreglaría nada, sino más bien con
medidas de ruptura en este sentido, que llegaran hasta emisión directa
de moneda por su banco central.
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