En busca del ‘señor Buendolor’
Por Paul Krugman
EL PAIS
Hace tres años, a la política económica le sucedió algo terrible, tanto en Estados Unidos como en Europa. Aunque lo peor de la crisis financiera había pasado, la economía en ambos lados del Atlántico seguía deprimida y con un paro muy elevado. Pero la élite política del mundo occidental decidió en bloque por algún motivo que el paro ya no era un problema crucial y que reducir los déficits presupuestarios debía ser la prioridad absoluta.
En varias columnas recientes he sostenido que, de hecho, la preocupación por el déficit se ha exagerado y he documentado los intentos cada vez más desesperados de los cascarrabias del déficit por mantener vivo el miedo. Hoy, sin embargo, me gustaría hablar de una clase de desesperación diferente pero relacionada: los frenéticos esfuerzos por encontrar algún ejemplo, en algún lugar, de políticas de austeridad que hayan tenido éxito. Porque los defensores de la austeridad fiscal —los austerianos—, además de amenazarnos, han hecho promesas: la austeridad, afirmaban, evitaría la crisis y conduciría a la prosperidad.
Y que nadie acuse a los austerianos de carecer de romanticismo; de hecho, llevan años buscando al señor Buendolor.
La búsqueda empezó con un apasionado romance entre los austerianos y la República de Irlanda, que recurrió a los recortes drásticos del gasto poco después de que su burbuja inmobiliaria estallase, y que durante algún tiempo se puso como ejemplo perfecto de virtud económica. Irlanda, aseguraba Jean-Claude Trichet, del Banco Central Europeo, era el modelo para todos los países endeudados de Europa. Los conservadores estadounidenses fueron aún más lejos. Por ejemplo, Alan Reynolds, miembro del Instituto Cato, decía que las políticas de Irlanda mostraban el camino que también debía seguir Estados Unidos.
Los elogios de Trichet se produjeron en marzo de 2010; en aquel momento, Irlanda tenía una tasa de paro del 13,3%. Desde entonces, cada pequeño repunte de la economía irlandesa ha sido acogido como una prueba de que el país se está recuperando (pero el mes pasado, el índice de desempleo era del 14,6%, tan solo un poco por debajo del máximo que alcanzó a principios del año pasado).
Después de Irlanda le tocó a Reino Unido, donde el Gobierno del partido conservador —al son de las alabanzas de muchos expertos— recurrió a la austeridad a mediados de 2010, influido en parte por la creencia de que las políticas irlandesas eran un éxito descomunal. A diferencia de Irlanda, Reino Unido no tenía necesidad de adoptar medidas de austeridad: como cualquier otro país avanzado que emite deuda en su propia moneda, era y sigue siendo capaz de conseguir préstamos a unos tipos de interés más bajos que nunca. No obstante, el Gobierno del primer ministro David Cameron insistió en que se necesitaba una restricción fiscal estricta para apaciguar a los acreedores y que esta impulsaría la economía al inspirar confianza.
Lo que realmente se produjo fue un estancamiento económico. Antes de su giro hacia la austeridad, Reino Unido se estaba recuperando más o menos al mismo ritmo que EE UU. Desde entonces, la economía de EE UU ha seguido creciendo, aunque más despacio de lo que nos gustaría; pero la economía británica ha estado encallada.
A estas alturas, era de esperar que los defensores de la austeridad se hubiesen planteado la posibilidad de que algo falle en sus análisis y recomendaciones políticas. Pero no. Han seguido buscando nuevos héroes y los han encontrado en los pequeños países bálticos, en Letonia en concreto, un país que domina de manera asombrosa la imaginación austeriana.
Bien mirado, esto tiene cierta gracia: las políticas de austeridad se han aplicado en toda Europa, pero el mejor ejemplo de éxito que los austerianos son capaces de encontrar es un país con menos habitantes que, por ejemplo, Brooklyn. Aun así, el FMI ha publicado hace poco dos informes sobre la economía letona, y realmente ayudan a poner en perspectiva esta historia.
Para ser justos con los letones, tienen algo de lo que enorgullecerse. Después de pasar por una recesión tan grave como la Gran Depresión, su economía ha conocido dos años de crecimiento estable y disminución del paro. Sin embargo, a pesar de ese crecimiento, solo han recuperado una parte del terreno perdido tanto en relación con la producción como con el empleo (y la tasa de paro sigue siendo del 14%). Si esta es la idea que tienen los austerianos de un milagro económico, verdaderamente son hijos de un dios menor.
Ah, y si vamos a invocar la experiencia de los países pequeños como prueba de qué políticas económicas funcionan, no olvidemos el verdadero milagro económico que es Islandia, que estuvo en el ojo del huracán de la crisis financiera pero que, gracias a haber adoptado políticas no ortodoxas, se ha recuperado casi por completo.
¿Y qué lección sacamos de la búsqueda un tanto patética de ejemplos de éxito de la austeridad? La lección es que la doctrina que ha dominado el discurso económico de la élite es errónea desde todos los puntos de vista. No solo hemos estado gobernados por el miedo a unas amenazas inexistentes, sino que nos han prometido recompensas que no se han materializado y nunca lo harán. Es hora de olvidarnos de la obsesión por el déficit y volver a afrontar el verdadero problema, es decir, el de un paro inaceptablemente elevado.
Paul Krugman, premio Nobel en 2008, es profesor de Economía en Princeton.
EL PAIS
Hace tres años, a la política económica le sucedió algo terrible, tanto en Estados Unidos como en Europa. Aunque lo peor de la crisis financiera había pasado, la economía en ambos lados del Atlántico seguía deprimida y con un paro muy elevado. Pero la élite política del mundo occidental decidió en bloque por algún motivo que el paro ya no era un problema crucial y que reducir los déficits presupuestarios debía ser la prioridad absoluta.
En varias columnas recientes he sostenido que, de hecho, la preocupación por el déficit se ha exagerado y he documentado los intentos cada vez más desesperados de los cascarrabias del déficit por mantener vivo el miedo. Hoy, sin embargo, me gustaría hablar de una clase de desesperación diferente pero relacionada: los frenéticos esfuerzos por encontrar algún ejemplo, en algún lugar, de políticas de austeridad que hayan tenido éxito. Porque los defensores de la austeridad fiscal —los austerianos—, además de amenazarnos, han hecho promesas: la austeridad, afirmaban, evitaría la crisis y conduciría a la prosperidad.
Y que nadie acuse a los austerianos de carecer de romanticismo; de hecho, llevan años buscando al señor Buendolor.
La búsqueda empezó con un apasionado romance entre los austerianos y la República de Irlanda, que recurrió a los recortes drásticos del gasto poco después de que su burbuja inmobiliaria estallase, y que durante algún tiempo se puso como ejemplo perfecto de virtud económica. Irlanda, aseguraba Jean-Claude Trichet, del Banco Central Europeo, era el modelo para todos los países endeudados de Europa. Los conservadores estadounidenses fueron aún más lejos. Por ejemplo, Alan Reynolds, miembro del Instituto Cato, decía que las políticas de Irlanda mostraban el camino que también debía seguir Estados Unidos.
Los elogios de Trichet se produjeron en marzo de 2010; en aquel momento, Irlanda tenía una tasa de paro del 13,3%. Desde entonces, cada pequeño repunte de la economía irlandesa ha sido acogido como una prueba de que el país se está recuperando (pero el mes pasado, el índice de desempleo era del 14,6%, tan solo un poco por debajo del máximo que alcanzó a principios del año pasado).
Después de Irlanda le tocó a Reino Unido, donde el Gobierno del partido conservador —al son de las alabanzas de muchos expertos— recurrió a la austeridad a mediados de 2010, influido en parte por la creencia de que las políticas irlandesas eran un éxito descomunal. A diferencia de Irlanda, Reino Unido no tenía necesidad de adoptar medidas de austeridad: como cualquier otro país avanzado que emite deuda en su propia moneda, era y sigue siendo capaz de conseguir préstamos a unos tipos de interés más bajos que nunca. No obstante, el Gobierno del primer ministro David Cameron insistió en que se necesitaba una restricción fiscal estricta para apaciguar a los acreedores y que esta impulsaría la economía al inspirar confianza.
Lo que realmente se produjo fue un estancamiento económico. Antes de su giro hacia la austeridad, Reino Unido se estaba recuperando más o menos al mismo ritmo que EE UU. Desde entonces, la economía de EE UU ha seguido creciendo, aunque más despacio de lo que nos gustaría; pero la economía británica ha estado encallada.
A estas alturas, era de esperar que los defensores de la austeridad se hubiesen planteado la posibilidad de que algo falle en sus análisis y recomendaciones políticas. Pero no. Han seguido buscando nuevos héroes y los han encontrado en los pequeños países bálticos, en Letonia en concreto, un país que domina de manera asombrosa la imaginación austeriana.
Bien mirado, esto tiene cierta gracia: las políticas de austeridad se han aplicado en toda Europa, pero el mejor ejemplo de éxito que los austerianos son capaces de encontrar es un país con menos habitantes que, por ejemplo, Brooklyn. Aun así, el FMI ha publicado hace poco dos informes sobre la economía letona, y realmente ayudan a poner en perspectiva esta historia.
Para ser justos con los letones, tienen algo de lo que enorgullecerse. Después de pasar por una recesión tan grave como la Gran Depresión, su economía ha conocido dos años de crecimiento estable y disminución del paro. Sin embargo, a pesar de ese crecimiento, solo han recuperado una parte del terreno perdido tanto en relación con la producción como con el empleo (y la tasa de paro sigue siendo del 14%). Si esta es la idea que tienen los austerianos de un milagro económico, verdaderamente son hijos de un dios menor.
Ah, y si vamos a invocar la experiencia de los países pequeños como prueba de qué políticas económicas funcionan, no olvidemos el verdadero milagro económico que es Islandia, que estuvo en el ojo del huracán de la crisis financiera pero que, gracias a haber adoptado políticas no ortodoxas, se ha recuperado casi por completo.
¿Y qué lección sacamos de la búsqueda un tanto patética de ejemplos de éxito de la austeridad? La lección es que la doctrina que ha dominado el discurso económico de la élite es errónea desde todos los puntos de vista. No solo hemos estado gobernados por el miedo a unas amenazas inexistentes, sino que nos han prometido recompensas que no se han materializado y nunca lo harán. Es hora de olvidarnos de la obsesión por el déficit y volver a afrontar el verdadero problema, es decir, el de un paro inaceptablemente elevado.
Paul Krugman, premio Nobel en 2008, es profesor de Economía en Princeton.
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