El candidato del gran capital
Robert Reich
Exsecretario de Trabajo de EEUU. Catedrático de Políticas Públicas y autor de ‘Aftershock’
Ilustración de Patrick Thomas
Antes que nada, una confesión: si Mitt Romney se convierte en el próximo presidente de EEUU, yo soy parcialmente culpable. Hace 10 años, yo competí por la nominación demócrata para ser gobernador de Massachusetts, lo cual me habría dado la oportunidad de darle una sacudida a Mitt Romney en la elección general.
Perdí la oportunidad. En la semana final de las primarias me encontraba prácticamente empatado con el tesorero del Estado, pero entonces se me acabó el dinero, lo que significa que mi campaña publicitaria en la televisión se detuvo. Tras declinar la sugerencia de mi gerente de campaña para que sacara una segunda hipoteca de mi casa, me puse a llamar frenéticamente a todo aquel que pudiera encontrar y que no me hubiese aportado aún 500 dólares, el máximo permitido entonces por el Estado. Recogí habas contadas. Al final, el tesorero ganó las primarias. Romney venció en la elección general y se convirtió en gobernador, y yo volví a mi actividad académica.
Pero mi fantasía de que podía ganarle a Romney no era más que eso, una fantasía, porque Romney tenía –y aún tiene– algo de lo que yo carecía. Y no me refiero a sus brillantes dientes blancos, a su meticuloso peinado o a su estatura. Él tiene dinero, y tiene conexiones con mucho más dinero aún. Mitt Romney era entonces, y aún es, el candidato del gran capital. En las últimas semanas antes del caucus de Iowa, Romney gastó cerca de tres millones de dólares en torpedear sin tregua a su rival Newt Gingrich con publicidad negativa, recortando los apoyos a Gingrich a la mitad y desplazándolo del primer lugar en las preferencias. Pero Romney mantuvo sus huellas digitales fuera del torpedo. Técnicamente, el dinero ni siquiera provino de las arcas de su campaña.
Procedió de una súper-PAC [comité de acción política, por sus siglas en inglés] denominada Restauremos Nuestro Futuro, que puede recaudar cantidades ilimitadas de dinero de unos pocos donantes muy ricos sin necesidad de revelar sus nombres. Esto se debe a que Restauremos Nuestro Futuro es oficialmente independiente de la campaña de Romney –aunque su principal recaudador de fondos ha salido del equipo financiero de la campaña de Romney, su estratega político clave fue director político de la campaña presidencial de Romney en 2008, y su gabinete de comunicación ha formado parte del equipo de comunicación de Romney–. SIGUE LEYENDO...
Restauremos Nuestro Futuro es a la campaña de Mitt Romney como el lado oscuro de la luna es a la luna. Y evidencia el resultado grotesco de la decisión de la Corte Suprema de hace un año en el caso Ciudadanos Unidos contra la Comisión Electoral Federal, que echó hacia atrás más de un siglo de esfuerzos por contener la influencia del gran capital en la política. Si los ingresos y la riqueza en Estados Unidos estuviera repartidos tan ampliamente como en las tres primeras décadas después de la Segunda Guerra Mundial, tendríamos menos motivos de preocupación. Pero ahora, con una concentración casi sin precedentes de acumulación de riqueza en la cima, Ciudadanos Unidos refleja la peor corrupción que nuestra democracia haya presenciado desde la Edad Dorada.
Y Romney y Ciudadanos Unidos fueron hechos el uno para el otro. Otros candidatos han montado silenciosamente Súper-PACs propios, y el presidente Obama tiene su súper-PAC muy ocupado rastreando en cualquier reserva de gran capital que pueda encontrar. Pero los lazos únicos de Mitt Romney con los más grandes yacimientos de capital le permiten sacar provecho inigualable de la indignante decisión de la Corte Suprema. The New York Times informa de que gestores de hedge funds de Nueva York y financieros de Boston aportaron casi 30 millones de dólares a Restauremos nuestro Futuro antes del caucus de Iowa. Y la falsa independencia de “Restauremos nuestro Futuro” ha permitido a Romney distanciarse públicamente de ese grupo, de su dinero y del trabajo sucio que con él han comprado.
Más que ningún otro aspirante a la Presidencia, Mitt Romney personifica el uno por ciento en EEUU; más aún, el 10% más rico de ese uno por ciento. No se trata sólo de sus cuatro casas y su fortuna calculada en 200 millones de dólares, no sólo sus pingües negocios financieros, ni siquiera los refugiados sin empleo de sus maniobras financieras lo que hace de él el Gordon Gekko [personaje de la película Wall Street] de los aspirantes presidenciales. Se trata de sus conexiones con los epicentros del gran capital de EEUU, especialmente a los más grandes ejecutivos y financieros dedicados al hábito de invertir a cambio de espléndidas ganancias. Y no hay casi mejores ganancias que aquellas que se encuentran en los beneficios fiscales, subsidios gubernamentales, garantías de crédito, planes de rescate, regulaciones para exenciones, contratos federales y transacciones comerciales que generan cientos de millones, si no miles de millones, de dólares al año.
Romney, en otras palabras, es el candidato creado por Ciudadanos Unidos. La criatura a la que han dado vida [Antonin] Scalia, [John] Roberts, [Anthony] Kennedy, [Clarence] Thomas y [Samuel] Alito, todos desempeñando el papel de Frankenstein. [Se refiere a los magistrados conservadores de la Corte Suprema, cuyos votos dieron luz verde a la nueva y muy laxa ley de financiación política] Dado lo que la Corte Suprema ha forjado, mi conciencia me pesa menos. Si yo le hubiera ganado a Romney hace 10 años, sólo habría conseguido retrasar su surgimiento. Pero me da miedo por este país.
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